La profecía

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Sentí mis mejillas arder de vergüenza y rabia contenida. Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos, nublando mi visión. Quería gritar, defenderme, pero no podía. Las palabras se atoraban en mi garganta, incapaces de salir, y todo lo que pude hacer fue bajar la mirada, sintiéndome rota y expuesta ante todos.

Pero entonces, sentí una mano suave posarse sobre mi hombro. Levanté la vista y allí estaba ella, la señora del bosque, con su presencia calmada y reconfortante. Sus ojos, llenos de una dulzura infinita, me miraban con una mezcla de compasión y confianza. Sin decir nada, me atrajo hacia ella y me dio un beso en la frente. Era un gesto simple, pero en ese instante lo sentí como un escudo que me protegía de todas las palabras hirientes.

—Yo la creo —dijo la señora en voz alta, su tono sereno acallando los murmullos del cónclave.

Sus palabras resonaron como una melodía suave en medio del caos, y el silencio que siguió fue casi palpable. Los elfos se quedaron quietos, algunos sorprendidos, otros todavía escépticos, pero la autoridad en la voz de la señora era innegable. Me miró con una sonrisa cálida y asintió ligeramente, dándome el valor que necesitaba para seguir adelante.

—Alyssa, cuéntales tu historia —me dijo, su voz tranquila y firme, como una madre alentando a su hija a dar el primer paso—. No temas. Esta verdad necesita ser escuchada, y yo estaré a tu lado.

Respiré hondo, intentando calmar mi respiración temblorosa. Me sentía débil, pero la mirada de la señora me dio la fuerza que necesitaba. Levanté la cabeza y comencé a relatar mi encuentro con la diosa, cada detalle del prado, su figura infantil pero llena de sabiduría, y sus palabras que aún resonaban en mi alma. Hablar de ello me hizo revivir ese momento de paz y conexión, y aunque mi voz temblaba al principio, poco a poco recuperé la compostura.

Liltanas, sin embargo, no dejó que mi historia se contara sin interrupción. Se cruzó de brazos, su expresión llena de desprecio.

—Un sueño —interrumpió, con un tono tajante—. Nada de lo que dices prueba que fue real. Los sueños pueden parecer vívidos, especialmente cuando uno está desesperado y asustado. No puedes pretender que una visión onírica sea una conexión divina.

La señora del bosque se mantuvo firme, su mirada nunca vaciló. Me apretó suavemente el hombro, y yo supe que no estaba sola en esto.

—Yo creo en ella, Liltanas —respondió la señora, con una calma que irradiaba autoridad—. No porque sea fácil creer, sino porque en sus ojos veo la verdad. La misma verdad que todos nosotros hemos olvidado o negado. Y si alguien ha sido elegido para hablar con los dioses, no importa su rango o su procedencia. Lo que importa es lo que ha recibido en su corazón.

Liltanas apretó los labios, evidentemente frustrado. Pero lo que más lo hirió fue la siguiente declaración de la señora:

—Quizá te moleste porque no tenemos clérigos en nuestra tribu —dijo la señora suavemente, pero con una chispa de desafío en su voz—, pero eso no nos hace menos dignos de la verdad. No confundas la falta de templos con la falta de fe. Cada uno de nosotros tiene un rol en este mundo, y yo estoy dispuesta a escuchar cada historia, incluida la de Alyssa.

El señor del bosque, con un gesto firme y autoritario, levantó una mano para silenciar la creciente tensión. Su expresión era solemne y decidida, y su voz resonó en el cónclave con una gravedad que no admitía interrupciones.

—Ya basta —dijo con un tono firme, mirando a Liltanas y a la señora del bosque alternativamente—. No hemos convocado este cónclave para discutir sobre la validez de una experiencia personal. Las diferencias entre nuestras tribus son profundas y llevan siglos gestándose. Es hora de abordar esas diferencias con la claridad y el respeto que se merecen. Necesitamos continuar y revelar la historia completa, pues mucho de lo que somos hoy se ha definido por nuestras divisiones.

Para Toda La CampañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora