Reyerta

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El jefe goblin se despertó con el estruendo y se encontró con una daga en el cuello. Le hice la señal de estarse calladito con la mano libre, pero vi, asqueada, cómo sus pupilas se dilataban al ver mi cuerpo desnudo. Claro, debía haberlo previsto. La verdad es que era una visión de auténtica perfección femenina: un cuerpo tonificado y fibroso, con el pecho justo, ni demasiado abultado ni poco prominente. Una auténtica carita de ángel con ojos felinos y esos pequeños bigotes. Mis orejas eran felinas también, pero no resultaban en absoluto extrañas; solo sobresalían de mi cabello negro, una melena corta que me resultaba cómoda pero indudablemente bonita.

El único detalle un poco extraño de mi cuerpo, aparte de la cola que salía de la base de mi columna, era que tenía tres juegos de pezones extra, como cualquier gata hembra, dispuestos de manera regular por mi pecho y abdomen. Parecían simples imperfecciones de la piel, pero si alguien se acercaba lo suficiente, era fácil identificarlos como glándulas mamarias, aunque no estuvieran desarrolladas. Pero las podía sentir perfectamente; eran muy sensibles. No había duda de que mis pequeños ciento cincuenta y cinco centímetros eran endiabladamente atractivos.

Me pasé la lengua por los pequeños colmillos que tenía en la boca, un gesto que había adquirido a fuerza de encontrar esos dientes extraños. Ahora me servían como ancla para calmar mi nerviosismo, una especie de recordatorio de mis capacidades. Sentí la parte rugosa de mi lengua contra los dientes.

El goblin me miró, y me di cuenta enseguida de que no se estaría quieto. ¡Maldito pervertido! No quería luchar contra él, no porque tuviera miedo; estaba bastante segura de que podría dominarlo, pero estas criaturas tenían la desagradable costumbre de luchar cuando no deben o de huir enseguida. No tenían término medio.

En ese momento, decidí usar una de mis habilidades. Realmente no podía explicar cómo hacerlo. No existía una palabra mágica o un grupo de gestos que activaran esa habilidad. Solo sabía que podía dominar a los hombres con mi carisma. Llamadlo seducción, llamadlo encanto, realmente no sabía cómo llamarlo. Solo tenía que querer ser atractiva y... el pobre incauto se sentía totalmente atraído hacia mí y podía pedirle que hiciera lo que yo quisiera. Era muy humillante para mí, pero en muchas ocasiones tenía que reconocer que era tremendamente útil.

Lo miré sonriendo, sabiendo lo que estaba viendo: una visión celestial de una pequeña chica gato sonriéndole lascivamente.

—Nena, ¿Qué ocurre fuera? —dijo mientras ponía su asquerosa garra en mi cachete desnudo, comenzando a acariciar mi entrepierna.

—Nada, cariño, solo un pequeño contratiempo —¡Qué asco! Podía sentir cómo seguía acariciándome. Presioné la daga contra su cuello, pero él solo sonrió. A veces conseguía resultados demasiado exitosos.

Mierda, ¿ahora cómo lo paro...? Su mano subió y me tocó el pecho.

—¡Por favor, para!

—Venga, si estás deseando cosita, guapa —insistió.

—¡Oye! Quédate quieto o te rebano el pescuezo.

—Pequeña, si se te ve en la mirada que me deseas y yo a ti también...

Le di un buen golpe en el torso con la mano libre, pero él solo se rio.

—¿Ves? No quieres hacerme daño ni yo a ti... —dijo riendo con esa voz gutural asquerosamente rasposa. Su mano en mi pecho ahora apretaba más fuerte, me hacía daño. No, por favor, mi debilidad no podía activarse en esta situación. Sé que mi cuerpo era muy... demandante de compañía masculina, por así decirlo, pero no era el momento, y solo de pensar que esta cosa me tocaba... mi mente se revolvía asqueada, aunque mi cuerpo no.

—¿E... e... ¡Ay! ¡Miaaaaaau! ¿Es que no te preocupa que tus compañeros...? ¡Quédate quieto, mierda! ¡Están muriendo ahí fuera!

—Si son tan torpes que  mueren, no me valen, gatita. Además, ahora no quiero distraerme... de ti.

Para Toda La CampañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora