Lurisania

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Oh, Dios mío, estaba hecha polvo.

La concentración necesaria para restaurar los cuerpos de los atacantes me había dejado completamente agotada. Podía sentir cada músculo de mi cuerpo protestar por la tensión, un dolor sordo que se extendía desde mi cabeza hasta la punta de los pies. Y mi cabeza... uf, mi cabeza. Me dolía como si hubiera estado golpeándola contra una pared durante horas. La falta de energía era absoluta, como si mi ser hubiera sido drenado de toda fuerza vital. Aun así, el agradecimiento hacia mi diosa por haberme permitido usar su poder para sanar a nuestros atacantes era un consuelo que hacía que mi pequeño sufrimiento valiera la pena.

¿Era posible que me dolieran incluso el cabello y las orejas puntiagudas? Parecía que sí.

Cuando finalmente abrí los ojos en el claro donde todo había ocurrido la noche anterior, me encontré con la mirada preocupada de Lyra. Sus pupilas felinas y los delicados bigotes le daban un aire de niña buena que, en ese momento, resultaba sorprendentemente dulce. A pesar de los eventos de la noche anterior, de la rabia que me había consumido por su... promiscuidad, me recordé que mi ex ya no tenía elección. Ahora era Lyra, y Lyra era así.

—Buenos días, ¿te encuentras bien? —me preguntó suavemente, su voz llena de una genuina preocupación.

—Sí, ufff, todavía estoy agotada —respondí, intentando sonreír.

—Anoche estuviste genial... esos cuatro te deben la vida —dijo, señalando los cuerpos de los cuatro elfos que aún dormían, a pesar de la hora avanzada de la mañana.

—No es... nada —dije, pestañeando mientras intentaba despejar mi mente—. Es mi diosa la que hizo todo. Yo solo rogué para que los salvara.

—No te quites mérito, elfa —dijo Lyra sonriendo—. Si no es por ti, no lo cuentan.

—Sí, bueno...

—Gatita... ¿Cómo está la elfa? —La voz de Lorman resonó a través del claro. Agradecí su preocupación, aunque no podía ignorar el hecho de que ellos dos eran ahora... ¿pareja?

—Está bien, hombretón, solo un poco cansada. Anoche usó mucha energía. ¿Necesitas ayuda con el desayuno?

—Siempre está bien tenerte cerca, guapa —dijo Lorman, provocando una sonrisa en la chica gato. Lyra se acercó contoneándose y le besó en la mejilla dulcemente. Vaya, después de todo, sí eran pareja.

Intenté ignorar ese hecho, aunque la molestia que sentía venía de una vida pasada, una que cada vez recordaba más distante.

—¿Silvio? —pregunté, carraspeando. No lo veía y no me resultaba tranquilizador no saber dónde estaba.

—Se ha ido —respondió Lyra—. Decía que quería encontrar el campamento de esos... —añadió, señalando a los elfos mientras sorbía un poco de café de una taza que había visto días mucho mejores.

—¿Y lo has dejado ir solo? —reprendí, mirándola con desaprobación.

Ella me miró con pena, sus ojos reflejaban la decepción de alguien que ha hecho algo mal sin darse cuenta.

—Perdona, pero... si me iba con él, te dejaba sola... y no me sentía tranquila haciéndolo, ¿miau? —dijo, mirándome suplicante, con el rostro lleno de arrepentimiento.

Suspiré y asentí. Había hecho lo que ella consideraba mejor.

Mientras continuábamos recogiendo el campamento, el sol se elevaba lentamente, bañando el claro con una luz cálida y acogedora. Lorman y Lyra se movían de un lado a otro, guardando las mantas y asegurando el equipo. Podía ver las miradas cómplices que se lanzaban de vez en cuando, seguidas de sonrisas juguetonas que parecían llenar el aire con una tensión eléctrica.

Para Toda La CampañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora