Tierras y Pasión inexploradas

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—Colita de ratón,
Rama de cedro,
Atrapa a un ladrón,
El ladrido de un perro...

Mi madre cantaba con voz suave mientras me arropaba, su mano cálida pasando suavemente sobre mi frente. Su canto siempre tenía la magia de hacerme sentir tranquila, y yo ya sentía los párpados pesados, a pesar de mis intentos por mantenerme despierta.

—Duerme tranquila,
Entre sábanas blancas,
Duerme mi Lyra,
Entra en tu sueño...

—Mamá, no tengo sueño —dije, mintiendo. Mi cuerpo estaba envuelto entre las ásperas sábanas de algodón viejas de nuestra cabaña. No eran muy cómodas, pero mi madre las había lavado hoy y podía oler el aroma del jabón y las flores de lavanda que ella usaba para que las sábanas olieran de esa manera tan agradable.

—¿Seguro, pequeña? Yo creo que estás rendida —dijo ella con una sonrisa tierna, sabiendo perfectamente que me estaba quedando dormida.

Tenía razón. Me sentía totalmente agotada. Había sido un día muy divertido jugando con los niños de mi aldea. El verano tocaba a su fin y no teníamos que acudir a la pequeña escuela en la que el sabio del pueblo nos enseñaba a leer y a escribir. No me desagradaba; nos transmitía la sabiduría de nuestro pueblo a través de historias y cuentos. A mí me encantaban las de los dioses antiguos, las que explicaban cómo se formó nuestro mundo y cómo las distintas razas se pelearon entre sí, distanciándose.

—Mamá —pregunté de nuevo en mi vocecita dulce y curiosa—, ¿por qué las razas de este mundo se pelearon?

Ella me miró con una sonrisa suave y divertida, y sus dedos comenzaron a acariciar mis orejas, enviando una ola de calma por mi cuerpo.

—Lyra, el sabio ya ha explicado esto muchas veces. ¿No será que quieres estar un rato más despierta? —dijo, con una risita.

—Es que... me gusta cómo lo cuentas tú —admití, sintiendo que su versión de las historias siempre era más especial, más cálida.

—Vale, pero solo una última vez —concedió, con una sonrisa—. Al principio, todos vivíamos en paz: los elfos, los humanos, los enanos, los gnomos, los hombre-animal... todos, hasta los ogros. Pero las distintas deidades se enfadaron por la cantidad de personas que les rezaban. Solo discutieron, pero nosotros, los mortales, no podíamos estar quietos y lo llevamos más lejos. Hubo una gran guerra, y las cosas se pusieron muy tensas. Los dioses dejaron de caminar entre nosotros, ya que se sintieron decepcionados... y el equilibrio se rompió. Las distintas razas se enfadaron y... bueno, nos peleamos. Hoy en día no hay guerras, pero preferimos estar cada uno en nuestro sitio. Aunque hay excepciones —dijo sonriendo, y su sonrisa se ensanchó al recordar—. Tu padre era un humano muy apuesto, y me enamoré profundamente de él. Me hizo un regalo precioso.

—¿Cuál? —pregunté, con la curiosidad chispeando en mis ojos.

—Tú, cariño —respondió, susurrando mientras me acariciaba la mejilla—. Eres lo más bonito que tengo.

Sonreí mientras bostezaba, sintiendo el calor de sus palabras envolverme como una manta. Cerré los ojos mientras ella me besaba en la frente. Me sentía segura, a salvo y en casa, el mundo de mi madre protegiéndome de cualquier temor o tristeza.

La noche estaba en calma, y el suave crujir de las ramas al viento se mezclaba con el canto de los grillos en la distancia. Me acurruqué más en mi cama, buscando el consuelo en la presencia de mi madre, mientras ella se sentaba a mi lado, con una expresión de ternura en su rostro felino.

—Mamá... —empecé, mi voz apenas un susurro en la oscuridad. Sentía un nudo en la garganta, como si las palabras quisieran quedarse atrapadas allí. Mi madre me miró, su expresión cambiando a una de preocupación suave.

Para Toda La CampañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora