El ataque

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El hecho de que la zorra de Lyra se hubiera acostado con el bárbaro no me pilló por sorpresa.

Estaba bajo mi manta, intentando encontrar algo de calor en la fría noche del bosque. El aire estaba quieto, y solo se escuchaba el leve crujido de las ramas movidas por el viento. El cansancio me pesaba en los párpados, pero no podía dejarme llevar por el sueño. Entonces, algo me hizo abrir los ojos de golpe.

Primero, fue un gemido suave, apenas un murmullo que podría haber confundido con el viento. Pero luego escuché claramente el ronroneo inconfundible de Lyra, lleno de deseo y placer. Mi cuerpo se tensó, y una punzada de rabia me atravesó el pecho. Intenté ignorarlo, intenté pensar que quizá eran solo murmullos en la noche, pero entonces escuché la voz grave de Lorman, entrecortada y profunda, acompañada de sus gruñidos de placer.

—Oh, cariño, —la voz de Lyra sonaba juguetona y provocadora—, ¡qué grande la tienes!

Mi corazón empezó a latir con fuerza, el calor subiéndome por el cuello hasta las mejillas, y no era por la hoguera. Cada palabra que salía de su boca me golpeaba como un látigo, despertando una mezcla de enojo y frustración que me quemaba por dentro. Apreté los dientes, tratando de no escuchar, de bloquear los sonidos que provenían de la oscuridad cercana, pero era inútil.

—¡Lorman! —exclamó Lyra en un susurro ,con un suspiro de puro placer—. ¡Está dentro de mí... diossss!

Escucharla decir esas cosas me llenó de una rabia sorda. ¿Cómo podía comportarse así, sin ningún pudor ni consideración? ¿Acaso no se daba cuenta de que no estaba sola, de que nosotros también estábamos aquí, a solo unos metros? Intenté apretar más fuerte la manta contra mis oídos, pero sus risas, sus gemidos, eran como una bofetada en mi cara.

—Oh, sí... así, justo así... —su voz se arrastraba entrecortada por los jadeos, y podía imaginar el brillo en sus ojos, la sonrisa pícara en sus labios.

Las risas de Lorman eran profundas, resonantes, y casi podía sentir el movimiento de su cuerpo sobre el de ella, los músculos tensándose y relajándose con cada empuje. Mi mente se llenó de imágenes que no quería tener, imágenes de sus cuerpos entrelazados, sudorosos y envueltos en un abrazo apasionado.

Cada risa, cada palabra sugerente, cada gemido de placer era como una daga que se hundía más y más en mi pecho. Intentaba mantener la calma, concentrarme en mi respiración, pero era imposible. El sonido de su encuentro era demasiado claro, demasiado presente, y sentía que me arrancaba pedazos del alma con cada segundo que pasaba.

—¡Más... más fuerte! —pidió Lyra entre risas, y un jadeo ahogado de Lorman le respondió.

No podía creer lo que estaba escuchando. Era más de lo que mi disciplina podía soportar. Había hecho un voto de castidad, un compromiso sagrado con mi deidad, y siempre había sentido que podía cumplirlo, pero esta situación estaba poniendo a prueba mi paciencia y mi devoción. Sentía cómo mi autodisciplina se tambaleaba, cómo cada risa y cada suspiro de ellos dos me empujaban más cerca del borde del resentimiento.

¿Cómo podían ser tan egoístas, tan insensibles? Apreté los puños bajo la manta, mi mandíbula estaba rígida por la tensión. No era solo el hecho de que estuvieran juntos, sino la manera descarada y sin vergüenza con la que lo hacían, sin importarles que los demás pudiéramos escucharlos.

—¡Sí, sí, así! —los jadeos de Lyra se volvieron más intensos, sus palabras salían entrecortadas, como si apenas pudiera controlar el placer que la embargaba.

No podía soportarlo más. Me di la vuelta bruscamente, como si al hacerlo pudiera alejarme de sus sonidos, de su placer descarado. Pero no había manera de escapar. Estaban justo allí, a unos metros de distancia, y cada movimiento, cada gemido se sentía como una burla directa a mi sacrificio, a mi esfuerzo por mantenerme pura y fiel a mis votos.

Para Toda La CampañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora