La Dama de la Serpiente

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La noche había caído sobre Sardar como un manto oscuro y pesado, sofocando la ciudad en una penumbra inquietante. Las estrechas calles de piedra se llenaban de sombras que se alargaban y encogían con la luz titilante de antorchas y faroles de aceite colgados en improvisados soportes de hierro. Las paredes de roca, talladas por años de decadencia y miseria, se mostraban como gargantas negras que engullían la poca luz, convirtiendo la ciudad en un laberinto de penumbra y secretos. El aire estaba cargado con el hedor de la podredumbre y el humo acre de fogatas que ardían en pequeños recovecos, donde grupos de figuras sombrías se reunían, compartiendo secretos y conspicuas miradas.

En el interior de la Sirena, el lujo decadente era palpable en cada rincón. El suave sonido de un laúd y una cítara llenaba el aire, tratando de emular la atmósfera de un palacio oriental. Sin embargo, las habitaciones estaban tan sobrecargadas de telas y tapices que rozaban el mal gusto, más ostentosas que elegantes, con cortinas pesadas y alfombras de colores excesivos que competían por la atención de los sentidos.

La clientela, en su mayoría humanos, parecía encajar perfectamente en este pandemónium de depravación y poder. Pocas criaturas no humanas habían logrado reunir la influencia suficiente para ser admitidas en este exclusivo club. Algunos goblins se reunían en una mesa, susurros y miradas furtivas pasando entre ellos; un par de enanos, algo apartados, discutían en voz baja; y un grupo de ogros bebía ruidosamente, molestando a una bailarina que intentaba seguir su actuación con una sonrisa forzada. Varias mesas estaban dedicadas a juegos de apuestas extremos, donde los participantes se cortaban los dedos para apostarlos, como si el dolor y la locura fueran monedas de cambio aceptables en aquel lugar.

Desde un pequeño balcón que se alzaba sobre el auditorio que hacía las veces de sala principal, Lady Obnia observaba la escena con una sonrisa complacida. Había conseguido todo lo que tenía gracias a una combinación perfecta de belleza, inteligencia y una falta total de escrúpulos. Nacida como hija de un caballero de Rhynn caído en desgracia, Obnia había aprendido desde joven que el honor es una manta que nunca llega a cubrirte por completo: siempre te deja los pies fríos. Su padre, acusado de robar a las aldeas bajo su protección, fue despojado de su título y su riqueza. Obligado a huir, murió supuestamente durante una cacería, aunque muchos sospecharon que su muerte fue más una ejecución encubierta que un accidente.

Obnia y su madre no tuvieron más opción que huir del castillo, dejando atrás una vida que se había convertido en una trampa mortal. Su madre acabó trabajando en las minas de sal que abastecían el puerto de Arcanis, una labor que la mató lentamente debido al agotamiento. A los doce años, Obnia se vio obligada a tomar las riendas de su propia vida. Sin llorar, endurecida por una vida de dureza y miseria, empaquetó sus pocas pertenencias y se marchó, dejando a los acreedores de su madre en la puerta, reclamando el dinero que nunca verían.

A diferencia de muchos que usaban su pasado como excusa, Obnia no se justificaba por ser quien era. Sabía que se había convertido en una buscavidas experta, capaz de convertir cualquier situación a su favor, ya fuera con una cuchillada bien calculada o usando su belleza y su cuerpo como herramientas de negociación. A los dieciocho años, se casó con el comandante de una compañía de mercenarios de dudosa reputación. El guerrero era formidable en el campo de batalla, pero un desastre con los números, y pronto toda la contabilidad y la logística de los Hijos de la Serpiente pasaron a estar bajo el control de Obnia.

En cuestión de cuatro años, los nuevos reclutas seleccionados por Obnia habían ascendido a los rangos más altos de la compañía, asegurándose de que su lealtad estuviera con ella. Los compraba con oro, favores y susurros en la oscuridad, manipulándolos con la precisión de una maestra.

Cuando su marido murió repentinamente de una "dolencia estomacal" —que muchos sospecharon había sido causada por un veneno administrado con precisión—, Obnia tomó las riendas de la compañía sin encontrar oposición real. Aquellos que se resistieron, simplemente no vivieron para contar la historia.

Para Toda La CampañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora