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Me desperté de golpe, jadeando por aire, todo mi cuerpo dolorido. Podía sentir perfectamente cada parte de mi ser ardiendo de fiebre. El dolor era particularmente fuerte en el costado, donde el maldito proyectil me había alcanzado. Casi no podía moverme.

Ya era difícil asimilar la novedad de mi pequeña figura. ¿De qué sirve ser una chica gato si mi agilidad no me había podido salvar de aquello? Me pregunté indignada, y me puse mucho más furiosa al notar cómo seguía usando el pronombre femenino para referirme a mí misma.

Debía ser por la mañana, al menos la claridad de la luz que entraba por la ventana lo decía así. Estaba en un dormitorio mucho más rico y lujoso que el de la taberna. Las sábanas que me envolvían eran suaves y el almohadón donde apoyaba mi cabeza era de plumas reales. Podía olerlas a través de la suave tela de lino.

Una figura al lado de la cama me miraba con preocupación infinita. Era Alissa. De repente me di cuenta de lo mucho que había cambiado también. Sus pupilas violetas me miraban con dulzura mientras me sujetaba el brazo. Sentía un extraño bienestar en el sitio donde nuestras pieles contactaban. El famoso aura de los elfos.

—¿Gatita?

—¿Miau? —dije débilmente.

—No sabes cómo me alegro de que estés bien... Me he asustado mucho.

Un pequeño maullido escapó de mis labios.

—¿Qué ha pasado?

—Casi no lo cuentas... ¿Por qué fuiste tan valiente?

—¿Valiente o... loca?

—Un poco ambas, ¿no? —dijo ella sonriendo. No había reproche, solo preocupación.

—Ya, vale, pero... ¿Qué es lo que ha pasado exactamente? He visto a... Silvio, mierda, no puedo llamarlo de otra manera... ya sabes... Silvio.

—Sí, lo sé. Está aquí, lo verás luego. Está sorprendido de encontrarte, dice que has sido una valiente.

—Pues no me siento así —ronroneé preocupada—, me siento como si hubieran fregado el suelo con mi culo gordo de chica.

—Un poco sí, pero según él mismo, le has salvado la vida.

—Alissa... esto es real... no es ningún juego... somos esto, nos estamos jugando la vida.

—Sí, gatita, eso parece.

—Alissa, hay algo que debo contarte —dije con un tono serio, intentando incorporarme un poco en la cama. La elfa me ayudó, acomodando las almohadas para que estuviera más cómoda.

—¿Qué es, guapa? —preguntó, sentándose al borde de la cama, con sus ojos violetas llenos de curiosidad y preocupación.

—Cuando seguí a ese hombre hasta la capilla... —empecé, tomando aire para ordenar mis pensamientos—, había algo muy extraño. La capilla estaba abandonada, llena de polvo y telarañas. Era opresiva, casi como si el lugar estuviera lleno de una oscuridad palpable. Pero eso no fue lo peor.

—¿Qué pasó? —Alissa frunció el ceño, inclinándose un poco más hacia mí.

—Un altar... irradiaba una luz extraña. Y ese hombre estaba haciendo algo con él, como si estuviera hablando con el altar. Pero la luz... parecía quejarse, como si no quisiera que él hiciera lo que estaba haciendo. Allí estaba pasando algo , algo grave. No lo sé, pero de pronto sentí como todas mis alarmas se dispararan. Esa figura. Silvio la llamó Damaor... Era algo muy malo, no se explicarlo, oscuro... cuando me miró, cuando lo acuchillé... Me quede helada. ¿Puede ser que estemos aquí por esto?. Si es así, creo que hemos perdido... es imposible que podamos hacer frente a esa... cosa. No sé explicarlo Alissa. Era algo muy malvado. Me quedé paralizada por el miedo.

Para Toda La CampañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora