El camino

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—Parece que estamos listos, ¿no? —dijo Silvio, recobrando su buen humor. Su posición entre los mandos de Arcanis nos había permitido recuperarnos sin problemas. De hecho, me sentía más fuerte y ágil que nunca. El hecho de mi forzado cambio de género solo era un problema cuando un chico guapo se acercaba a mí.

Maldita sea mi elección. Atracción por el sexo opuesto no solo significaba que los tíos me atraían; es que lo hacían mucho. Cualquier galán medianamente competente me hacía hervir la sangre. Si no redescubrí el placer de mi cuerpo femenino era porque siempre quería sacar rédito. Era mi profesión después de todo: si no había dinero, no había Lyra. Pero me temía que cuando un soldado lo suficientemente guapo de la guardia de la ciudad me preguntara... era mi naturaleza, después de todo.

—¡Miau! Lista como nunca —dije, sintiéndome de buen humor. Estos últimos tres días había aprendido que no tenía que tener vergüenza por lo que era. Nadie me iba a reconocer, y mis amigos entendían mi cambio. Mis gestos, mis expresiones, hasta mi humor cambiaron; Lyra tomaba el control. Divertida, sexy, vulnerable y traviesa. Era una pícara adorable y empezaba a disfrutar de serlo.

—Gatita, estás muy contenta hoy —dijo Alissa, riendo.

—¡Sí! Estaba harta de estar encerrada en ese castillo, ¡tengo ganas de campo!

Era verdad, me agobiaban los espacios cerrados. Mi nuevo carácter era así: el sol, las estrellas, eran mi mundo, y la noche especialmente me resultaba muy agradable.

Uno de los guardias, un chico muy guapo que respondía al nombre de Jorak, que no había tenido su ración de gatita complaciente la noche anterior porque el pobre no tenía dinero, me miró con esos ojos marrones de deseo que tanto me gustaban.

—Espero volver a verte, Lyra —dijo, susurrando con una voz cargada de esperanza.

—¡Claro, cariño! —contesté, ante la mirada asombrada de Silvio y la expresión de diversión de Alissa—, solo tienes que ahorrar algo. Tengo gustos caros. ¿Me ayudas a subir al caballo, miau? Es taaan alto.

Silvio se rio, sacudiendo la cabeza, y me regañó. Me resultó divertido ser tan traviesa.

— Lyraaaa, deja al pobre muchacho.

Maullé dulcemente, esperando una respuesta. Silvio, sonriendo, me miró con ternura y me sonrojé, odiando esa sensación. Silvio curvó de nuevo los labios en una mueca de diversión.

Suspiré resignada. No sabía cuánto tiempo iba a estar en este mundo, pero tendría que ser Lyra. No tenía otro remedio. No me gustaba, pero... tendría que cumplir mi papel en esta aventura.

Salimos de la ciudad, y mientras el aire fresco llenaba mis pulmones, me sentí más contenta que nunca. El sol brillaba en el cielo, y la sensación de libertad era intoxicante. Silvio encabezaba el grupo, con una expresión decidida en el rostro. Tenía una pista, y estaba seguro de que estábamos en el camino correcto.

Montaba mi caballo con gracia, mi cola agitándose ligeramente detrás de mí, cada vez más cómoda con mi nueva forma. Alissa cabalgaba a mi lado, su postura siempre perfecta y digna, incluso en el lomo de un caballo. Decidí romper el silencio con una charla ligera. La verdad es que me sentía aburrida, mortalmente aburrida.

—Entonces, Alissa —dije, con una sonrisa traviesa—, ¿algún chico guapo te ha llamado la atención últimamente?

Alissa me miró con una mezcla de sorpresa y diversión.

—Ya sabes que he tomado un voto de castidad, Lyra. No me dejo distraer por esas cosas.

—Oh, vamos —dije, riendo—. No me vengas con eso. Incluso las elfas tienen sus debilidades. ¿Nunca has sentido una punzada de deseo? ¿Un poquito de curiosidad?

Para Toda La CampañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora