La noche aún no se había rendido al amanecer, y la penumbra lo envolvía todo en un manto de sombras inquietantes. El río fluía con una serenidad que parecía burlarse del caos y la brutalidad que habían vivido hace apenas unos momentos. Sus aguas reflejaban las estrellas, pero su brillo se sentía lejano, distante, como si ni siquiera la belleza del cielo pudiera calmar el peso que cargábamos todos.
Avancé despacio hacia la orilla, dejando que el sonido del agua me guiara a través de la penumbra. Cada paso se sentía pesado, cargado con el peso de la culpa y el dolor que todos habíamos presenciado. Pero no era solo el murmullo del río lo que llenaba el aire; había algo más, un sonido débil y desgarrador que se colaba entre las sombras: los sollozos ahogados de Lyra, perdidos entre el murmullo del agua y la quietud de la noche.
Al acercarme, la vi, y mi corazón se encogió ante la imagen. Estaba allí, desnuda y sola, agachada a la orilla del río, con la piel perlada por el agua fría que corría sobre su cuerpo. La luz tenue de la luna apenas alcanzaba a iluminarla, pero lo suficiente para revelar la desesperación en cada uno de sus movimientos. Sus manos se movían frenéticas, frotando con insistencia su entrepierna como si quisiera arrancarse algo más que la suciedad. Sus hombros temblaban con cada sollozo ahogado, y su rostro, oculto parcialmente por su cabello mojado, estaba marcado por el dolor y la angustia.
El agua salpicaba a su alrededor mientras ella continuaba frotándose, sin detenerse, como si intentara borrar algo que no podía ver pero que sentía profundamente. Sus dedos, temblorosos y desesperados, recorrían su piel con una mezcla de rabia y tristeza, restregándose con tal intensidad que podía ver cómo se enrojecía. Sollozaba suavemente, sus suspiros entrecortados y jadeantes se mezclaban con el sonido del río, y sus lágrimas caían silenciosas, fluyendo junto con el agua.
No pude evitar que mis ojos recorrieran su figura pequeña y vulnerable. Su cuerpo desnudo, tan fuerte y delicado a la vez, estaba completamente expuesto a la noche. Las marcas de sus pezones adicionales se hacían visibles, pequeños puntos en su piel que siempre había tratado de ocultar, y su cola, inerte y caída, apenas se movía con la brisa fría. Su entrepierna, donde se concentraba toda su atención, era un punto de dolor evidente
Ella seguía frotándose con fuerza, limpiando y llorando, su cuerpo convulsionándose suavemente con cada sollozo. Parecía atrapada en un ciclo interminable de desesperación, intentando borrar algo que ninguna cantidad de agua podía quitar. Sentí un nudo en la garganta, impotente ante el sufrimiento de mi amiga. Cada movimiento suyo, cada jadeo y suspiro, era un testimonio silencioso del dolor que llevaba dentro, uno que no podía lavar por completo, sin importar cuánto lo intentara.
Avancé un poco más, sin querer perturbarla, pero al mismo tiempo sabiendo que no podía dejarla así. La vi llevarse una mano a la boca, mordiéndose los labios para sofocar un grito ahogado de frustración. Lyra se frotó de nuevo, esta vez con más desesperación, y su cuerpo se estremeció al sentir el contacto, como si estuviera atrapada entre la necesidad de limpiarse y la imposibilidad de hacerlo realmente. Estaba tan absorta en su angustia que no se dio cuenta de mi presencia hasta que estuve a solo un par de pasos de ella.
Alzó la vista y, al verme, su expresión cambió. Sus ojos, llenos de lágrimas, se encontraron con los míos, y vi en ellos no solo el dolor físico, sino también la humillación y la vulnerabilidad de quien se siente rota. Era como si todo su ser estuviera gritando por ayuda, aunque no podía articularlo en palabras.
La escena me rompió el corazón. Lyra, mi amiga, mi pequeña guerrera, estaba allí, en medio de la oscuridad, intentando borrar lo que acababa de pasar. Nadie había querido mirar cuando Lorman la arrastró a la cabaña del jefe goblin, como si el resto de nosotros, por un instante, pudiéramos fingir que no sabíamos lo que ocurría. Pero los sonidos... Los gruñidos, los aullidos de Lorman y los maullidos entrecortados de Lyra habían sido imposibles de ignorar. Era una mezcla perturbadora de placer y dolor, de deseo y desesperación, y resonaban como una cruel melodía que nadie quería escuchar, pero que todos habíamos oído.
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Para Toda La Campaña
FantasíaEn el lejano reino de Eldoria, el equilibrio del mundo pende de un hilo. Gabriel y sus amigos nunca imaginaron que una mañana en el mercadillo cambiaría sus vidas para siempre. Un ajado manuscrito, prometiendo una experiencia de juego de rol única e...