El Ataque.

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Por fin llegábamos a la humilde aldea de Lor. Se encontraba en un territorio que, aunque era oficialmente parte del reino de Eldoria, en la práctica apenas se le tenía en consideración. No tenía mucho que ofrecer salvo bosques de endrino y árboles de baja calidad maderera, y caza menor en forma de conejos, algún jabalí y ciertas alimañas como el zorro o la raposa. Ocasionalmente, algún oso bajaba de las montañas que protegían el cinturón boscoso de la tierra de los elfos, más al este. La zona apenas era tenida en cuenta desde la capital, y dado el bajo nivel de servicios que ofrecía esta, apenas reclamaba impuestos a las pocas aldeas que salpicaban estas latitudes.

No es que fuera un mal sitio para vivir, al contrario. Estas villas tenían fama de tranquilas y de buen vivir. Un hombre podía ganarse la vida con el sudor de su frente, ya que las tierras eran ricas y fértiles. El problema era que estaban expuestas a las incursiones y los ataques de las tribus bárbaras de las colinas del sur, que a veces descendían más como entretenimiento que como búsqueda de riquezas, y a los ataques de los grupos de otras criaturas itinerantes, como goblins y algún grupo ocasional de ogros. Pero los vecinos se habían organizado en grupos de defensa y protección que resultaban sorprendentemente eficaces, junto con la ayuda de las guarniciones de las torres de vigilancia, que en ningún caso pasaban de los veinte hombres. Esto hacía que todas las amenazas fueran cosas excepcionales.

Así que solo la lejanía de la capital en un mundo en el que debías viajar más de veinte días para llegar a estas latitudes la hacía poco interesante. Era un paraíso para todos aquellos que buscaban una segunda oportunidad, o para todos aquellos que eran buscados...

Hacía diecinueve días desde el robo. Mi maestro me había vencido claramente y si no llega a ser por la chica gato... ¿de verdad era el antiguo compañero de juegos del otro mundo? Lo recordaba con menos claridad de lo que solía hacerlo. Era alto, fuerte, decidido, ¿y ahora estaba atrapado en la forma de esta pequeña ladronzuela? Y encima la elfa reprimida era su antigua pareja... ¡jajajaja! La situación sería hilarante si no fuera porque nadie podía entender el peligro que representaba mi maestro. ¡Era el ser más poderoso de este plano y con ese objeto en su poder!... No sabía lo que podía hacer, pero seguro que no era nada bueno.

Mi sensación de angustia crecía día a día. Sabía que Damaor tendría los mismos problemas que yo para encontrar la joya, pero... ¿y si había desarrollado alguna habilidad que yo no conocía? Era muy probable que hubiera mejorado aún más en estos últimos años en los que ya no había sido mi maestro.

Desde luego, formábamos un grupito disperso. Mis más de treinta años en este mundo me hacían sabio, indiscutiblemente sabio, poderoso y... viejo. Había vivido más tiempo en este mundo que en el otro y, a pesar de saber lo suficiente como para salir casi de cualquier situación peligrosa gracias a mi magia... tenía miedo.

Miedo de que la elfa estúpida y altiva y su ex pareja transformada no fueran suficientes para la tarea y los peligros que esta maldita situación iba a poner por delante. La elfa era como todos los miembros de su raza: estúpida y distante, por mucho que la conociera de antes. Y la gata... una ladronzuela con furor uterino que, ¡Genial! –pensé con ironía–, podía convertirse en una gatita... muy útil sin duda.

El camino con Lyra era divertido y resultaba una sorpresa a cada paso. Su parloteo infantil y su manera descarada de hablar... ¡Joder, era preciosa! Esas orejitas de gato eran atractivas para cualquier hombre, incluso para uno de mi edad.  Alyssa también era indiscutiblemente bella, pero era demasiado perfecta, casi inalcanzable.

El hecho de que la elfa de ojos violetas pasara la mayor parte del tiempo callada me hacía viajar en conversación con la gatita. Sus maullidos inocentes, o sugerentes según se encontrara, y sus risas eran entretenidas. Gracias a Dios, la tensión había disminuido entre las dos. La relación había cambiado. Desde luego que no era una relación de pareja, era más bien como una madre severa y una hija traviesa.

Para Toda La CampañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora