La carga del liderazgo

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Dentro del carro, la tensión se hizo palpable en cuanto se cerró la puerta tras Lyra y Silvio. El aire parecía vibrar con el peso de la incomodidad y el resentimiento acumulado, y no pasó mucho tiempo antes de que la atmósfera explotara en una auténtica discusión.

Alyssa, al borde de un ataque de nervios, estalló con toda la furia que había estado conteniendo. Se plantó frente a Silvio, su cuerpo temblando de indignación mientras su respiración se volvía cada vez más irregular.

—¡Estoy harta de esto! —gritó, su voz llena de rabia mientras los ojos se le llenaban de lágrimas de ira —. ¡No puedo creer que tengamos que hacer el papel de esclavas para entrar en esta maldita cloaca! ¡Somos algo más que esto! ¿Es que no había otra manera? ¿No te importa nada?

Silvio, que hasta ese momento había permanecido apoyado contra la pared del carro, se enderezó, su semblante perdiendo toda calma. Sus ojos, fríos y calculadores, se endurecieron aún más mientras contemplaba a Alyssa con una mezcla de exasperación y enojo apenas contenido.

—¡Basta ya! —rugió, su voz firme resonando en el pequeño espacio—. ¡Era la única forma de entrar sin levantar sospechas, y lo sabes! ¡No eres tan ingenua como para no entenderlo!

Alyssa, lejos de calmarse, dio un paso hacia él, sus puños apretados a los costados. Su atuendo, un simple conjunto de telas ligeras y transparentes que apenas cubrían su cuerpo, la hacía sentir expuesta y humillada, como si su dignidad hubiera sido arrancada junto con su ropa.

—¡Esto es una maldita excusa! —gritó, con su voz temblando de furia—. ¡Podríamos haber encontrado miles de disfraces, podríamos haber entrado de otras mil maneras sin que yo tuviera que pasar por esto! ¡Sin tener que ir casi desnuda! ¡Mírame! —Señaló su propio cuerpo con rabia, como si el atuendo fuera una herida abierta—. ¡No tenías que hacerme pasar por esto, Silvio!

Silvio apretó la mandíbula, claramente perdiendo la paciencia. Dio un paso adelante, su altura y postura dominante imponiéndose sobre la figura más pequeña de Alyssa.

—¿Tú crees que disfruto haciendo esto? —soltó, sus palabras llenas de un enojo helado—. ¡Crees que disfruto viéndote así? ¡Esto es lo que hay, Alyssa! ¡Eres una elfa en un lugar donde todas las de tu raza son cadáveres o esclavas! Si alguien descubre lo que realmente eres, acabarás así, o peor. ¡Este atuendo que tanto odias sería lo único que vestirías por el resto de tu vida, si es que duras más de una semana!

Alyssa soltó una risa amarga y llena de dolor, sus ojos brillando con resentimiento mientras sus lágrimas caían libremente.

—¡Eres un cobarde! —le escupió—. ¡Todo esto es por tu maldito plan! ¡Por tu maldito control! ¡Nos tratas como a simples peones en tu juego! ¡Ni siquiera te importamos!

Silvio perdió la compostura, sus facciones endureciéndose mientras avanzaba aún más, quedando cara a cara con Alyssa.

—¡Silencio! —ordenó, su tono cortante como un látigo—. ¡Te guste o no, esto es lo que somos ahora! ¡Y si no puedes soportarlo, mejor cállate y sigue el maldito juego! ¡Porque si alguien se entera de lo que eres, ese será tu maldito futuro! ¡Así que sí, esto es por mí, pero también es por ti! ¡Por todos nosotros!

La elfa, con el rostro enrojecido de ira y humillación, le lanzó una mirada cargada de odio y dolor. No podía soportar la idea de que Silvio tuviera razón, pero tampoco podía aceptar lo que estaba pasando. Se sentía traicionada, expuesta y, sobre todo, impotente.

—¡No me toques, maldito bastardo! —gritó, con la voz quebrándose mientras intentaba apartarse de él—. ¡Preferiría morir a seguir este maldito plan tuyo!

Para Toda La CampañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora