|Cap 8|

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—Infierno Gozoso—

En tiempos antiguos, los dos primeros humanos dotados de libre albedrío fueron desterrados a la Tierra

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En tiempos antiguos, los dos primeros humanos dotados de libre albedrío fueron desterrados a la Tierra. Adán fue castigado con el trabajo duro, y Lilith con el dolor del parto. De su unión nacieron dos hijos, Abel y Caín.

Abel era el rayo de luz de sus padres, el niño dorado que siempre obedecía y cazaba bien.

Caín, en contraste, era culpado de todo, visto como un estorbo y un rebelde.

Ante la tristeza del doncel Alastor por no poder concebir hijos con Lucifer, constantemente subía a la Tierra para observar el crecimiento del niño de cabellos dorados. Su sorpresa fue grande al conocer mejor a Caín y ver que solo le faltaba amor. Alastor y Lucifer eran los únicos que lo entendían verdaderamente.

El odio de Caín hacia Abel creció al igual que el de los demonios. Ambos demonios lo odiaban por no darse cuenta del sufrimiento de su hermano menor y seguir recibiendo todo el amor. Esta aversión compartida unió a los tres hasta el punto de querer pasar tiempo juntos como una familia.

En un prado, bajo la luz del crepúsculo, Caín estaba acostado en el pasto, su cabeza descansando sobre el regazo de Alastor, quien acariciaba sus cabellos dorados con ternura. Lucifer, ahora imponente y mucho más alto desde su caída al infierno, estaba sentado a su lado, vigilante y protector.

-Mamá. -dijo Caín, acostado en el pasto mientras Alastor le acariciaba la cabeza con su cola suave. La escena era tranquila e idílica, un contraste con las tormentas emocionales que el niño llevaba dentro.

-Dime. -respondió Alastor, acariciando los cabellos dorados de Caín, con Lucifer a su lado, observando con ternura.

-¿Crees que en algún momento de mi vida Adán y Lilith me hayan querido tanto como han querido a Abel? -preguntó el niño, sus ojos llenos de anhelo.

-No puedo asegurar eso, querido. -dijo Alastor, moviendo suavemente su cola, un gesto lleno de afecto.

-Pero lo que sí podemos asegurar es el amor que te brindamos. -añadió Lucifer, acariciando a su hijo con la punta de su cola demoníaca, sus ojos ardientes llenos de sinceridad. La risa de Caín iluminó el ambiente, una melodía de alegría que resonó en los corazones de los demonios.

-Tu padre tiene razón, Caín. -continuó Alastor, besando dulcemente la frente del menor. -Siempre serás amado aquí.

-Ju... no sabes cuántas noches he soñado con ser su hijo. -confesó Caín, mientras el peso de sus deseos se hacía evidente.

El silencio se adueñó del campo, y los demonios intercambiaron miradas cómplices. Una sonrisa se formó en los rostros de Lucifer y Alastor, mientras la mirada del doncel se transformaba en la de un cazador, una chispa de locura iluminando su ser. Eso volvía loco a Lucifer.

-Asesina a tu hermano. - susurró Alastor. Caín quedó paralizado por la sorpresa. -Al hacerlo, estarías cumpliendo dos deseos: que Abel muera y que seas hijo del pecado.

Caín se levantó del pasto, su cuerpo tenso mientras absorbía la enormidad de las palabras de Alastor.

Una sonrisa decidida se formó en sus labios, y el niño, con su corazón palpitante, supo que estaba dispuesto a todo si esos brillantes ojos lo miraban con amor por la eternidad.

Los gritos de enojo de Adán, que alertaban a todos los seres, rompieron la tranquilidad del campo. Alastor y Lucifer, conscientes de la inminente ira del padre, se desvanecieron en la bruma, dejando atrás un hermoso dije dorado en las manos de Caín, como un símbolo de su unión.

Esa noche, el infierno y el cielo retumbaron. El cielo se llenó de tristeza y llanto por la pérdida de Abel, mientras que el infierno estalló en furia y celebración por la llegada de una nueva alma, una alma llena de poder. Los dos reyes, sentados en sus tronos, sonrieron con gozo. Caín había llegado al Averno, donde encontraría su verdadero hogar.

Sin embargo, la alegría fue efímera. Al momento de haber cometido el asesinato de su hermano, Caín fue condenado. Su muerte llegó apenas treinta minutos después, un disparo de flecha lanzado por su padre, una cruel justicia que selló el destino de los tres.

El cielo recibió el alma inocente que había sido arrebatada a manos del pecador, mientras que los únicos humanos en la Tierra fueron castigados por su falta de responsabilidad.

En el purgatorio, Alastor y Lucifer no podían permitir que su querido hijo fuera purgado para ir al cielo. No sabían qué tipo de aberraciones podrían hacerle allí.

-Caín. -llamó Alastor sonriendo, una sonrisa radiante iluminando su rostro mientras buscaba a su hijo.

-Caín. -repitió Lucifer, acercándose al chico que acariciaba a un gran perro de pelaje oscuro, cuyo brillo parecía absorber la luz a su alrededor.

-Es cariñoso. -respondió Caín al llamado, moviendo su puntiaguda cola de diablo.

-Se llama Cerbero, es bastante amigable, más con mis hijos. -dijo Alastor, acercándose al chico y notando los cachos que sobresalían de su frente, un signo de su nueva identidad. Lucifer, orgulloso, acarició al sabueso infernal que había sido creado para ser el guardián de su reino.

-Alastor lo volvió así, yo lo creé. -añadió Lucifer, acariciando al sabueso infernal.

-¿Podrías crear otra mascota? -preguntó Caín, mostrando sus puntiagudos dientes blancos y ojos rojos con pupilas de serpiente.

-Papi te creará todas las mascotas que desees. -respondió Alastor, abrazando a su hijo mientras sentía sus alas infernales en la espalda.

Caín abrazó a su madre, apretando un poco su ropa tratando de no romperla con sus garras. Aunque estaba en el infierno, se sentía como en el cielo cuando estaba al lado de ambos.

-Vamos a casa. -dijo Caín, ganándose la sonrisa de sus padres.

Ambos demonios se levantaron, dejando que el sabueso infernal se acomodara para dormir. El infierno, con su oscura belleza y su atmósfera opresiva, era ahora el hogar de Caín. En los corredores de mármol negro y oro del castillo infernal, Caín encontró su lugar, acompañado por sus padres demoníacos. Alastor, con su figura grácil y perfectas proporciones, y Lucifer, con su imponente estatura y presencia dominante, eran los reyes de este reino sombrío.

El castillo infernal, con sus torres que se alzaban hacia el cielo oscuro y sus salas decoradas con riquezas inconcebibles, era el símbolo de su poder y determinación. Aquí, Caín era amado y comprendido, un hijo del pecado pero también un príncipe del infierno. Y así, el nuevo reinado de Lucifer y Alastor continuaba, forjando un destino que desafiaba al Creador y celebraba la libertad de los caídos.


Aclaro algo, Luci no era taaan alto, le llegaba a la barbilla a Alastor (sin sombrero), aunque puede cambiar su tamaño cuando quiera asi que no habria mucho problema. 

Alas de Rebelión . //AppleRadio//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora