La puerta secreta

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Con la cabeza gacha y su linterna apuntando hacia el piso logró notar algo que llamó su atención. Bajo el sillón que movió, unas marcas semicirculares hacían notar las marcas de algo que se arrastraba en una dirección. Con algo de esperanza se pone de pie, camina unos pasos hasta llegar a la marca. Coincidía exactamente con el borde del panel que construía la pared, se acercó a ella y la golpeó comprobando que era de madera y hueca. Si él cayó por el techo, debía existir alguna entrada a aquel lugar.

Debía haber por algún lado una manera de mover la pared falsa. Examinó minuciosamente hasta encontrar un pequeño orificio, sin dejar de mirar constantemente al pasillo. El agujero estaba adornado por un ojetillo de metal, intentó meter su dedo para tirar, pero no entró, era demasiado pequeño. Faltaba algún objeto que le sirviera para tirar de la puerta. Buscó por cada rincón de la oscura habitación, sin encontrar nada en absoluto, solo el sillón y la mesa.

Desesperó por unos segundos, al no encontrar nada, hasta que miró arriba. La ornamentada lampara que colgaba del techo estaba hecha de metal y desde donde colgaban las luces tenían forma de gancho. Intentó rápidamente quebrar los ganchos que solo se deformaron mas no se quebraron. Con rabia se colgó de la lampara hasta que logró arrancarla de la fijación al techo, al jalar, cayó por completo sobre él, hiriendo su cabeza que lo hizo lanzar un grito de dolor. A penas la lampara tocó el suelo las ampolletas reventaron dejando trozos de vidrio por todos lados. No le importaba hacer ruido con la esperanza que alguien escuchara el alboroto. Sin respuestas.

Roberto movía de un lado a otro el metal que conectaba a la ampolleta, con toda su fuerza y esperando que su plan funcionase finalmente el metal quedó libre para usarlo. Al tomar el gancho rápidamente escuchó detrás un ruido particular, algo lo acechaba desde el suelo, lograba oír como roían el piso. Un sonido de olfateo repetitivo pudo seguir con el oído para apuntar su linterna, un conejo lleno de una sustancia fangosa en vez de pelo, lo observaba con unos profundos ojos rojos. Se quedó quieto y en silencio observando a Roberto quien cautelosamente intentaba introducir el pedazo de metal en el orificio, con tal cuidado de no perturbar a aquel roedor. El sonido metálico le advirtió el contacto con el ojetillo, miró rápidamente para introducir el gancho, que para su suerte entró de inmediato sin problemas. Al mirar nuevamente, el conejo no estaba solo, un pequeño cordero y un par de pequeños pájaros observaban atentos, tenían la misma apariencia de estar cubiertos de un lodo viscoso que los hacía parecer aterradores e inverosímiles.

Intentaba tirar del gancho con todas sus fuerzas, sin embargo, se resbalaba en su mano, no quería darle la espalda a los curiosos animales que le observaban atentos, aunque parecían no tener intención de atacarlo. No tuvo otra opción más que dejar el telefono en el piso alumbrando hacia arriba. Rápidamente con ambas manos tiró del gancho logrando mover unos centímetros la puerta, espacio suficiente para que entraran sus dedos. Toma el telefono rápidamente para alumbrar hacia atrás, los animales le observaban atento, detrás de ellos un par de pies, huesudos y grisáceos manchados de la sustancia. Roberto alzó lentamente el foco dando cuenta nuevamente de una larga túnica derruida por el tiempo, con tintes de podrido en sus faldas. Un cordel lucía putrefacto en su cintura, un gran agujero en la tela se abría desde su hombro hasta su abdomen, dando cuenta de lo que parecían ser sus costillas. Ya con las manos temblorosas, elevando la luz, logró ver su rostro, si es que se podía llamar "un rostro". Las cuencas de sus ojos estaban vacías y cubiertas de una especie de piel descolorida, solo se lograba notar su contorno y sus pómulos en un azulado óseo. Súbitamente se cubre la cara con sus manos, trozos sin piel daban cuenta de sus delgados tendones. Detalles que le indicaban que no se trataba de la misma entidad que vio en la superficie.

Los animales lanzan un chillido que eriza la piel de Roberto, fue tan agudo que inconscientemente llevó sus manos para cubrirse los oídos dejando caer su telefono que por suerte cayó boca abajo manteniendo iluminada la habitación. Cuando vuelve a observar, el numero crecía constantemente, conejos, ratas, corderos, pájaros y quizás otros animales que no pudo reconocer, rondaban erráticamente en la oscuridad, convirtiéndose en una amalgama de patas, orejas y ojos aterradora, caótica y viscosa.

El joven que jamás se ejercitó y nunca fue muy atlético, sacó fuerzas desde su interior, impulsada por el pánico y la desesperación. Sus manos tiraron fuertemente de la puerta secreta, hinchada por la humedad, casi atorada por su propio volumen, sin embargo, con su esfuerzo logró abrirla a duras penas. Atraviesa la puerta y logra notar que del otro lado tiene una manilla, la tira con fuerza hacia él dejándola cerrada. Estaba en la oscuridad absoluta.

Suspiró de alivio, pero solo duró unos segundos al ver que se encontraba sin luz, al mirar al piso y no ver su telefono, en la penumbra, se dio cuenta de su error. Retiró el gancho de la puerta y al ver por el orificio solo logró ver a aquel ser con su cara tapada y como el suelo se movía como un solo ente emitiendo un sonido de garras y dientes arañando el suelo, rápidamente se alejó de la mirilla. Al retroceder unos pasos, chocó con algo firme que lo asustó, pensando en aquellas apariciones sin sentido para él pensó que era uno de ellos. Lanzó un par de golpes al aire hasta que uno de ellos dio con algo solido que hirió su mano, soltó un alarido de dolor.

Su único refugio era al lado del pequeño agujero que emitía un pequeño haz de luz. Se sienta un rato sobándose la mano. En completa oscuridad su cámara le pesa en el cuello y se la quita. Al reflexionar unos momentos cae en la cuenta de que desde donde cayó no existía salida alguna, iba en la dirección correcta al avanzar. "Seguramente esa puerta la usaron para contener algo dentro", se decía a sí mismo.

Tomó su cámara y apuntó. En el último segundo se arrepintió de presionar el botón por miedo a lo que el flash le mostrara en una fracción de segundo. La oscuridad lo ponía nervioso e impaciente, como si un antiguo miedo le acechara.

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