Se preguntaba de qué manera podría producir energía a través de la fe. Releyendo el manual de instrucciones concluyó que a través de las misas se reunía la energía suficiente para hacer funcionar la máquina. Tambien pudo deducir que las manifestaciones del milagro se mantenían latentes y no desaparecían a pesar de la falta de creyentes. La mejor prueba de esto era que aun siguieran rondando por la iglesia y el subterráneo.
Buscaba cuál momento de su pasado era necesario para ayudarlos. Hasta donde sabía, con su amiga Raquel, le pidieron a una estatua sin cabeza que los ayudara a vengarse de los compañeros que abusaban de ellos, y esta lo cumplió. No lograba recordar que pasó con los que la estatua castigó, Javiera, Valentina, Tapia y Bernardo. Pero había algo más oculto, algo que explicase las palabras del mensaje de Raquel.
"¿De verdad no recuerdas?"
Algo continuaba oculto en su mente. Algo que quizás no volverá despues de tanto tiempo retenido. Recordó a su padre amenazado por las asistentes sociales, si no se hacía cargo de su hijo se lo llevarían al servicio de menores. Lo que resultó en que su abuela se hiciera cargo de él. Su madre en esos tiempos pasaba por problemas de droga y alcohol. Que vivieran en la misma casa de su abuela presentaba un problema, no se permitirían llevarlo a un hogar con una persona adicta. La voz de la directora resonaba en sus recuerdos diciéndole todo esto a su padre que no parecía preocupado del todo. Luego de eso solo recuerda una vida con su madre y un padre ausente. Definitivamente entre medio no lograba recordar nada. Escudriñando en aquellos recuerdos no encontraría lo que necesitaba.
Dejó aquellos pensamientos atrás y se enfocó en su presente. Su única salida aparente era aquella puerta de metal junto al librero. Una vez más bajó la perilla embistiéndola repetidamente hasta que su cuerpo no dio más. Tenía sed. El estómago le rugía y sentía su vacío, las piernas le temblaban y sus ojos pesaban. La luz tenue del lugar le invitaban a ponerse cómodo y dormir un rato.
Recorrió la puerta con la yema de sus dedos. Mostraba unos golpes con algo puntiagudo desde afuera. Unos golpes con sus nudillos hacían notar que estaba hecha de un material fuerte y sólido. Bajo la manilla, una cerradura para una pequeña llave le llamó la atención. Rápidamente fue en búsqueda del bolso, sacó todo lo que tenía guardado y revisó cada rincón de sus bolsillos nuevamente. Ni rastro de una llave.
Decepcionado, esta vez se sentía realmente sin esperanza. Dio algunas vueltas por el lugar buscando en todos los cajones y repisas, solo polvo y hojas con datos indescifrables obtuvo. La sala de la esfera solo le entregó una visión hacia las cruces del pasillo y la aguja de la energía le recordó lo lejos que estaba de ayudar a los seres.
Su mente comenzó a unir ciertos lazos, confusas y desdibujadas memorias le rondaban intentando mostrarle un esquivo mensaje. Su cabeza dolía, la falta de agua causaba estragos en su cuerpo. Sus ojos resecos le incomodaban y un peso sobre él le obligó a recostarse unos momentos en el sillón junto al escritorio. Cerró sus ojos unos momentos hasta que sintió la necesidad de abrirlos para cerciorarse que nadie estuviera alrededor. Asi estuvo luchando consigo mismo unos minutos hasta que decidió sentarse para no quedarse dormido. Revisó sus manos. La suciedad escondía restos de sangre seca, cosa que lo dejó reflexionando. Se puso de pie y se acercó a la luz de la lampara y la sangre roja oscura coagulada que pintaba sus manos le hizo recordar.
Aquella vez con Raquel pactaron el silencio y a la vez hicieron una ofrenda a la estatua. La sangre como pago anticipado por el favor le dio la respuesta a lo que buscaba.
"¿Se habrá roto el pacto?", le pasó por la cabeza un segundo cuando pensó en lo que estaba a punto de hacer.
Aunque se estremeció y el terror lo invadió una vez mas de solo pensarlo, estaba decidido. Se puso de pie y dio unos saltitos para espabilar del sueño que lo manejaba, sacudía las manos enérgicamente y resoplaba por la boca. Movió su cabeza de un lado a otro y su cuello tronaba. Se dirigió al escritorio a buscar en el libro de los dibujos. Allí estaba su objetivo, "Francesco d'Assisi". Apretó sus puños y avanzó hacia el laboratorio.
De los estantes sacó un vaso graduado de cristal y lo rompió con el borde de la mesa. Cogió uno de los trozos y se dirigió al cuarto de máquinas. Allí vio por el agujero y encontró lo que por un segundo rogó porque no estuviese ahí. Aquel hombre ya no cubría su rostro y solo observaba en diagonal hacia arriba, con lo que se podía llamar mirada, totalmente perdida. Los animales rondaban en sus pies, cohesionados en un mismo cuerpo de cientos de ojos, alas y garras. El miedo lo detuvo unos segundos, aunque anteriormente pudo pasar junto a ellos sin problemas. Esto le dio valor.
Abrió la puerta, la luz de la sala de máquinas iluminó parte del cuarto. Los animales se separaron en entidades únicas, el hombre al verlo se tapó rápidamente la cara dando un gemido de lo que se pudo entender como dolor.
– Quiero hacer un trato –dijo quitándose la cámara fotográfica de cuello y dejándola lentamente en el suelo, no muy lejos de él para darle seguridad.
Sentía un leve aire de superioridad ante aquel ser, pero no podía evitar que los animales le pusieran nervioso.
– Prometo no usar la luz –juró mostrando sus palmas.
Se puso de rodillas frente al ser y sus esbirros, impuso sus manos en señal de oración, cerró sus temblorosos parpados y comenzó.
– Francesco de Asís –pronuncia como lo vio escrito–, estoy frente a ti para pedir que me ayudes a salir de aquí. Tengo muchas cosas por las que volver y no quiero morir dentro de esta iglesia. Prometo que antes de salir los liberaré.
Esto último hizo que el hombre bajara sus brazos, con un sonido de roce de piedras, similar al anterior encuentro con la virgen. A pesar de la actividad, Roberto luchó consigo mismo para no abrir los ojos.
– Ayúdame a encontrar la manera de ayudarlos, tengo la fe necesaria, pero no entiendo que debo hacer para encender la maquina y terminar algo que quedo inconcluso. Por favor Francesco te lo imploro.
Bajó su cabeza en señal de respeto. Con el trozo de vidrio cortó la palma de su mano y abundante sangre brotó de ella. Sin darse cuenta se hizo un corte más profundo de lo que calculó. Escuchaba como las gotas de sangre caían al suelo.
El sonido de la fricción avanzó hasta su mejilla.
– Tienen que rezar, todos –una voz casi sin aliento habló en su oído.
De la impresión se impulsó hacia atrás y al abrir los ojos vio como aquel hombre estaba delante de él. Los animales a sus pies se arremolinaban alrededor de las gotas de sangre que entregó. Se movieron como una masa conjunta hasta la puerta dejando el suelo sin rastros de sangre, sus ojos apuntaban directamente a él, como invitándolo a seguirlos. Roberto miró al hombre a las oscuras cuencas de sus ojos.
– Gracias –dijo, quitando la vista del desagradable rostro y se dispuso hacia la masa ocular que entraba a la sala de máquinas.
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La Casa de Dios
МистикаRoberto es un fotografo que busca traer lugares olvidados al presente. Este viaje traerá consigo antiguos recuerdos de su adolescencia, que le servirán para desenmascarar un antigua investigación. Nunca fue una persona ligada a la fe, pero esta casu...