No era la primera vez que ofrecía su vida a cambio. Recordar la última vez que vio a Raquel y el sonido del metal golpeando su rostro lo desesperaba. Agitó su cabeza para sacar la imagen, pero fue en vano. La pena lo invadió al punto de hacerlo derramar unas lágrimas. Era lógico que ella le preguntase si de verdad no recordaba despues de haber vivido tal experiencia. Por unos momentos se intentó convencer que era un recuerdo inventado, pero no, esta vez su memoria no le falló. Le tocaba pagar su deuda de una vez por todas.
Frente a él, la estatua yacía recostada en el suelo. Su corona de tres puntas hicieron de almohada. Con la mirada perdida observaba el techo de la iglesia, causando una sensación de incertidumbre a Roberto que lo observaba atentamente esperando una respuesta.
–¿Te gusta vernos sufrir? –rompe el silencio luego de unos minutos.
– N-no, quiero ayudarlos –Roberto tiembla de miedo, pero toma valor–. Hice una promesa.
– Lo sé. Tambien me sacrifiqué por muchos –hablaba pausadamente–, o eso fue lo que dijo el hombre.
– ¿Eres Jesús? –interroga.
– Así es como todos me llamaban, el hijo de Dios. Cada ciertos dias venía mucha gente, a pedirnos cosas. Se las concedíamos. Curábamos sus enfermedades, limpiábamos sus plantaciones de las pestes, traíamos la lluvia –su cuerpo se arqueó en una especie de suspiro, pero sin exhalar–. El hombre dijo que yo era el más importante, me leía un libro contando lo que hice. No lo recuerdo, ¿fui yo?, ¿yo realmente hice lo que dijo el hombre?
Roberto estaba estupefacto ante aquel ser que le hablaba con toda naturalidad. Quería hacerle muchas preguntas, pero él no era quien aparentaba, más bien lo percibía como una víctima de toda esta especie de experimento. Producto de algo que entendía como un laboratorio de fe.
– Te leía la biblia –las palabras de Roberto temblaban–, un libro que cuenta tu historia.
– Me leyó de otros como yo tambien. Pero solo me preguntaba que pensaba de ellos, tambien aprendí algunas cosas.
– ¿Entonces quién eres?
– Somos el sueño de alguien que se cumplió.
La respuesta lo dejó reflexionando sobre el poder del hombre y su capacidad para cumplir lo que se propone. "Si el hombre no encuentra a Dios, lo crea", se repetía para sí mismo. Nunca el existencialismo fue una de sus mayores preocupaciones, solo pensaba en que la muerte era el final, y que tal vez, la reencarnación era posible. La única manera de saberlo era llegar a ese instante y en ese momento de saldar deudas, vio la muerte como algo cercano, aceptándola sin pensar en el despues. Le parecía curioso el hecho de estar frente a una imagen que ha despertado el fervor de millones de personas por un par de miles de años. Sin embargo, a él, siendo una persona ajena al culto, le toca vivir una experiencia así. Se cuestionaba que quizás alguien de fe podría haber sacado algo extraordinario de esta situación. No se sentía apto.
Alcanza su cámara y la toma con cariño. Ve cada una de sus piezas, con pesimismo piensa en que no logró hacer nada en su vida. Cada proyecto iniciaba con ánimo y terminaba en nada. Esta oportunidad sin duda sería la última. Este pesar le hace hablar con franqueza.
– Me hubiese gustado que otra persona terminara aquí conversando contigo. No conozco nada de la biblia ni a ninguna de las estatuas. Otro quizás podría haber logrado algo importante.
– ¿A que te refieres con algo importante?
– No lo sé. Algo que cambie al mundo.
– Para cambiar al mundo debes empezar por cambiar tú, luego puedes regar esa esperanza a todos los corazones que te rodean y finalmente, si tienes fe, contagiaras a todo el resto de tu propio milagro.
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La Casa de Dios
ParanormalRoberto es un fotografo que busca traer lugares olvidados al presente. Este viaje traerá consigo antiguos recuerdos de su adolescencia, que le servirán para desenmascarar un antigua investigación. Nunca fue una persona ligada a la fe, pero esta casu...