Epílogo

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La lluvia ensordecía a Valle Milagro. Haciéndole honor a su nombre, el pueblo se cubría de las nubes dejándose caer despues de medio siglo. Ningún pájaro vuela y los demás animales que caminan se refugian de algo que jamás vieron, pero que su instinto no olvidaba. Las paredes de adobe de las pocas estructuras que aun seguían de pie, se desgranaban lentamente ante los golpes de las gotas. El agua se deslizaba en los áridos suelos de los cerros, encaminándose rápidamente hacia las quebradas. Rápidamente los caudales se hacían torrentosos, resultando en el tímido arroyo de claras aguas que poco a poco se desconocía a sí mismo.

Despertó por unas gotas en la cara. El olor a humedad vuelve a sus narices, esta vez se siente un aroma agradable. Las gotas golpeando con fuerza el techo de la iglesia lo ayudaron a espabilar, abriendo sus ojos por completo. Rápidamente se puso de pie girando su cabeza en todas direcciones, esperando encontrarse con lo que fuese. Para su tranquilidad se encontraba solo. Ver los pedestales y la cruz vacías, sin estatuas ni nada que se le parezca, le hizo suspirar de alivio. Se encontraba solo en una iluminada iglesia hecha de metal.

Relaja sus extremidades, se encontraba algo adolorido por haber dormido con unas baldosas de colchón. Los detalles que no vio la noche anterior se hicieron claros ante su despejada visión, encontró algo diferente. Tomó su cámara y la colgó en su cuello, luego el bolso de cuero antiguo se lo cruzó desde su hombro y caminó hacia una puerta que parecía inamovible hace unas horas. Amablemente dejaron la puerta de la iglesia abierta para él. comprendió el mensaje al mirar atrás una vez más antes de cruzar el umbral hacia la lluvia.

El aguacero se hacía sentir con furia y desde ese punto pudo notar como el pequeño rio se transformaba en una masa incontenible de agua, lentamente acercándose a las pocas murallas del pueblo. Cubrió su cámara y el bolso con su cuerpo, corrió hacia la camioneta que le esperaba para cobijarlo.

La satisfacción de sentir la tela del asiento, cómodo y cálido le reconfortó el alma. Puso el contacto con la llave y a pesar de no encender al instante, un segundo giro la hizo reaccionar al instante, el motor rugió. Mira alrededor para encontrar lo que busca con ganas, un termo y un pan con queso de cabra a medio comer. Toma un abundante sorbo de te helado para poner la marcha y comenzar a avanzar entre la lluvia. Acelera dándole unas enérgicas mascadas a su sándwich. Gracias a sus grandes neumáticos, la camioneta supera fácilmente cada uno de los grandes charcos de agua que cubrían el camino. Un par de kilómetros más adelante terminaron patinando sobre la arcilla mojada que impedía el agarre habitual. Lentamente avanzó hasta llegar al camino asfaltado que lo alienta a seguir su camino.

La estabilidad de la carretera reacomodó sus pensamientos. No entendía porque seguía vivo. Se cuestionó un par de veces si solo se trató de un sueño, pero las heridas hablaban por si solas. Tocó su costado para sentir como un pinchazo lo hace retorcerse, pensó que de seguro su costilla estaba rota. Miró a su lado y de aquel bolso de cuero asomaban los detalles cromados de la Rolleiflex, esto lo terminó por convencer.

No debía faltar mucho para llegar a casa de doña María. Sabía que podía contar con ella para pedirle ayuda. Algo de atención medica debería existir por esos lugares, esperaba. Reduce la velocidad para entrar al camino de la humilde casa, ya podía visualizarla claramente. Junto a ella un todoterreno le tranquilizó, quizás la persona de ese auto podía llevarlo a un hospital rápidamente.

Antes de bajar saca un impermeable de su bolso, cubriendo hasta su cabeza. Bajo su brazo el bolso que no tenía pensado soltar. Baja del vehículo quejándose a cada paso. Doña María sale a su encuentro y se sorprende al verlo.

– ¿Qué le paso joven? –con ambas manos golpea sus muslos detrás del delantal– Uta que nos tenía preocupados oiga.

Roberto solo sonrió al pensar en que le contaría a la mujer cuando le preguntase que le pasó, por dónde empezar.

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