El culto

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– Nuestros papás estarán un buen rato con la directora. –lo tomó de la mano y lo llevó corriendo– Apúrate.

– No me voy a ir a meter ahí denuevo –intenta detenerla.

– Hicimos un pacto, vamos a ver si sigue ahí, por ultimo.

Bajando las escaleras el frio aumentaba, cosa que los hizo bajar lento. Se asomaron desde la escalera, la puerta estaba sin candado, solo con un pasador.

– ¿Qué esperas encontrar adentro? –la detuvo Roberto.

– No me vas a creer –sonrió Raquel–, igual me dio un poco de miedo cuando supe.

– Cuéntame –se encogió de hombros.

– Se entraron a robar a la casa de la Valentina y robaron todas sus cosas, parece que solo pudieron entrar a su pieza. –Se puso de pie frente a Roberto con una sonrisa llenándole el rostro– No sé qué encontraremos, pero vengo a dar las gracias.

– ¿De verdad piensas que fue la estatua? – dice apuntando a la puerta.

– Te dije que no dejaras de pensar en eso. Vamos –abre la puerta decidida.

El haz de luz iluminaba la estatua en medio de la bodega, entrar fue como pasar a otro plano, los ruidos de los pasillos se dejaron de oír inmediatamente. Sobre la mesa lucía intacta la estatua sin cabeza de aquella virgen, tal como la dejaron hace unos dias. Tal vez la última vez sin tanta iluminación no lo notaron, pero esta vez se notaba agrietada.

– Gracias –manifestó Raquel.

Roberto algo nervioso, le hace una reverencia con su cabeza sin decir nada. Luego le hace un gesto a ella para salir de ahí.

Dejan cerrado como lo encontraron. Al comenzar a subir las escaleras Roberto toma valor y la detiene.

– El otro día, ¿Qué significó ese beso? –se atreve a preguntar con las mejillas ardiendo.

– No lo sé –responde mirando hacia abajo. Toma su mejilla y continúa, evadiendo la pregunta– Te ves mejor, deshinchado. Vamos.

Su respuesta lo dejó con más dudas que certezas, de todas maneras, sus inseguridades lo llevaban a ponerse siempre en el peor de los casos, y este, no le pareció el peor.

Al día siguiente ni Bernardo ni Javiera estaban presentes. Roberto sentía un leve alivio, como si fuese un animal acechado por un depredador que por un momento se rendía de cazarle. Desde su asiento, pendiente de la puerta de la sala esperaba su entrada, hasta que por fin la vio. Solo unas sonrisas de lanzaron de un lado al otro del salón.

Durante el recreo, ella se le acercó.

– Hola.

– Hola Raquel.

– ¿Por qué tan callado? Ninguno de los dos imbéciles llegó –dice para darle ánimos.

– Los suspendieron tres dias me dijo la directora.

– ¿Enserio? Y para nosotros casi les faltó contratar un exorcista.

Ambos se miraron en silencio y explotaron en risa. Raquel extrañaba reírse en la escuela, era tarea dificil para ella volver a sentirse cómoda en aquel entorno que la juzgó por mucho tiempo. Por el lado de Roberto, sentía estar viviendo en un sueño. Nunca interactuaba con nadie en particular, su pasatiempo era solo mirar por la ventana, algunas veces fotografiar la misma vista todos los dias y ver como cambiaba.

– ¿Crees que la estatua seguirá con los otros? –pregunta Roberto.

– Ya lo veremos. Si no pasa nada, fue una gran coincidencia.

– Ayer no estuviste, pero en la mañana pasó algo raro. La puerta se abrió sola y el pasillo estaba con las luces apagadas. Todos se quedaron callados, fue muy raro.

– ¿Crees que fue ella? –pregunta entusiasmada.

– No sé, pero fue raro, como si en ese momento todos entraran en un trance de un minuto.

– No dejes de pensar en eso.

– Todavía no estoy muy convencido, pero quiero aprovechar la tranquilidad del momento. –Roberto se pone de pie– Voy al baño, espérame.

– Oye –lo observa fijamente.

– Dime.

– Me gusta que hablemos.

Roberto fue al baño antes de que sonara el timbre para la siguiente clase. A medida que avanzaba, percibía una transformación en su interior; se encontraba en armonía consigo mismo y experimentaba cómo la vida finalmente le brindaba algo en qué creer. Sumado a esto pensaba en Raquel. Aunque aún no entendía bien cómo funcionaba del todo, encontró en ella una amistad que quizás podría convertirse en algo más, pero prefería no hacerse expectativas. Sus mejillas ardían. Entró al baño con la seguridad que nadie lo atacaría ni le jugaría alguna humillante broma. Se encerró en el cubículo por costumbre, jamás se exponía a hacer en los urinarios, lo hacían sentir vulnerables.

Hizo lo suyo y al tirar la cadena escuchó un sollozo en baño contiguo. Su naciente nueva forma de ver la vida lo hizo pensar en hacerse cargo de otros que pasaron o pasaban por lo mismo que él.

– ¿Estas bien? –pregunta sin respuesta–¿Necesitas que llame a algún profe?

Al llanto se le sumó una respiración entrecortada y se oía claramente como temblaba. Roberto salió de su baño y miró por debajo del siguiente para darse cuenta que ningún pie se asomaba por debajo de la puerta. Con algo de temor empuja la puerta que lentamente se abre dejando ver a un niño encogido, abrazado a sus piernas con la cabeza gacha sobre la taza.

– ¿Qué te pasó? –pregunta Roberto contagiándose del miedo.

No hablaba y solo se limitaba a sollozar. Se acercó unos pasos y le tomó el brazo para hacerlo reaccionar. Bruscamente levanta su cabeza para dejar ver un par de ojos negros que le lanzan una mirada de horror. Le hace retroceder unos pasos sin quitar la mirada de aquellos profundos ojos que parecían ausentes de sus cuencas. Era Tapia. El timbre suena abruptamente y junto con el ruido, por la puerta aparece el inspector de la escuela y un par de alumnos.

– Se encerró en el baño y no quiso salir más –explicaba uno.

Roberto los miró asustado y vuelve a ver a su compañero escondiéndose entre sus piernas.

– Algo le pasó al Tapia, lo escuche llorando y sus ojos –Roberto no supo explicar–, sus ojos...

– Tapia, vamos salgamos de acá –dijo el inspector.

Lentamente puso sus pies en el suelo y cabizbajo caminó fuera del cubículo.

– Revise sus ojos –dice Roberto preocupado.

El inspector toma del mentón al niño para revisarle el rostro, quien quita la mirada con sus ojos mojados. Parecían normales.

– Vamos a ir a enfermería. Ustedes vuelvan a clases que ya sonó el timbre.

Entre el miedo y preocupación Roberto ve una última vez a Tapia y como el inspector le hacía preguntas sin respuestas. A paso lento y con el pantalón mojado, esa fue la última vez que vio al monaguillo de Bernardo.

Entró a la sala y la profesora ya estaba comenzando la clase. Raquel nota el miedo en el rostro de su nuevo amigo.

Suena el timbre y Raquel ya estaba al lado de Roberto.

– ¿Le pasó algo al Tapia? –recibió una solo una afirmación con la cabeza– ¿Cómo fue?

– Estaba escondido en un baño y cuando le vi la cara –hace una pausa y toma su frente–, tenía los ojos negros.

Se quedan en silencio unos minutos. Roberto aun no procesaba el rostro de Tapia y aparecía en su mente como una imagen fija al cerrar sus ojos. Raquel por debajo de la mesa toma su mano para contenerlo.

– Es verdad, ahora lo creo –dice él–. Sea lo que hayamos hecho, funcionó.

La Casa de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora