Desesperaba al querer saber si el ácido era efectivo contra el óxido. Sus manos que torpemente quitaban el tapón de vidrio de la antigua botella, sudaban al punto de deshacer la etiqueta. A pesar que la temperatura disminuyera a cada momento, podía sentir sus mejillas acaloradas, su frente sudorosa que le empapaba hasta el cuello dejando deslizar gotas a lo largo de su espalda, gotas que recorren su piel erizada al sentir movimiento tras él. Sus músculos se tensan rápidamente haciéndolo voltear. Silencio. Un sutil ruido eléctrico, solo superado por el roce de sus ropas al moverse. Se queda quieto unos segundos para oír con cuidado. Ruidos de arañazos, sutiles rasguños y olfateos se percibían desde la puerta roja. El primer pensamiento de Roberto fue que los animales de alguna manera comerían la puerta y aquel ser de cara tapada entraría por él. Los ruidos cesan.
Volviendo en sí y quitando los intrusivos pensamientos de su cabeza continuó con lo que hasta donde podía ver, era su única salida. Sus manos trémulas dejan caer el tapón de vidrio de la botella, al tocar el piso se fragmenta en cientos de trozos. Con torpeza vierte parte del contenido en eje que unía la manilla con la puerta de metal. Una gruesa capa de oxido la cubría, el líquido solo mojó la superficie, él esperaba que el ácido haría burbujear el óxido hasta quitarlo por completo. Una pinza de acero usada para tomar recipientes a altas temperaturas colgaba de una percha, le sorprendió el peso del par de fierros entrelazados. Deja la botella a un costado con cuidado de no voltear el contenido que le quedaba. Toma la pinza y con la punta intenta carcomer el óxido. Al ver que no funcionaba comenzó a darle con fuerza.
Los golpes llenaban toda la habitación, al punto de causarle daño en sus oídos. Se detuvo unos momentos para limpiar el sudor de su frente. La pinza se deformaba a cada golpe, impactos que no tenían repercusión alguna en el metal. Toma nuevamente la botella de ácido y vuelve a empapar la zona dejando un cuarto restante. Intentó mover enérgicamente la manilla hacia ambos lados para ver los resultados de su intento de salida. Solo logra decepcionarse al sentir que no se movía ni un milímetro.
No le quedaban más opciones. Su único escape era por donde entró, pero estaba muy alto y la falta de algún mueble o lo que fuese para alcanzar el piso de la iglesia le causaba angustia. Si lograba atravesar la puerta roja de seguro se encontraría con el que tapa su rostro y los animales, cubiertos de aquella sustancia lodosa. Al recordar la viscosidad se asqueó y revisó toda su ropa encontrándose parte de sus pantalones empapados con algo oscuro. Desespera al intentar quitarlo sin éxito, peor aún, sus manos ahora estan con aquel hedor a humedad. Logra quitarse los restos de esta sustancia de los dedos al restregarlos fuertemente contra el piso, pero no el olor. Se percibía como una combinación de tierra húmeda y podrida, que lo llevaba a pensar en los gérmenes y bacterias que debían tener por la descomposición.
Sin pensarlo tomó el frasco y lo vertió en sus manos, al olerlas quedaron con un aroma a limón podrido. Supuso que el ácido se encargaría de cualquier bacteria en su piel. Al dar cuenta de la botella vacía se resignó. Se sentó junto a la puerta bloqueada observando directamente a la puerta roja para tomar una decisión.
La miraba fijamente cuando desde el pequeño agujero plateado algo se asoma. Roberto no entiende lo que está viendo, se acerca unos pasos para lograr ver una viscosa criatura intentando atravesar a la fuerza aquel pequeño orificio. Rápidamente recorrió el piso con su vista buscando la pinza de metal, al encontrarla el animal que parecía un ratón se impulsaba con sus patas delanteras para que la parte posterior de su cuerpo atravesara la puerta. Sin pensarlo da un fuerte golpe cortando al animal por la mitad, dejando caer el torso del animal.
Se agachó para observar de cerca la criatura, con su telefono alumbró para ver mayores detalles. Efectivamente se trataba de un ratón, uno con algunos de sus huesos expuestos, pequeñas costillas asomaban junto a sus patas, sus interiores eran de color extraño, como si fuese coloreada en negativo. Su piel sin pelos, viscosa como si fuese una jalea. Se atreve a acercarse para verle la cara más de cerca, olía a tierra mojada. Sus ojos estaban cerrados y su boca entreabierta mostrando sus dientes, expresión que daba cuenta de lo muerto que estaba.
Lo toma con la pinza que aun cumplía su función a pesar de los golpes, para levantarlo y verlo de cerca. Al acercarlo a su rostro, el animal emite un pequeño estornudo, lanzando la misma sustancia que cubría su cuerpo, sobre los ojos de Roberto. Los cierra con fuerza para que nada entrara, se lleva las manos rápidamente al rostro, soltando las pinzas que salen disparadas. Con la manga de su chaleco intenta refregar su rostro, logra quitarse casi por completo la suciedad, pero no es capaz de abrir sus ojos como si la sustancia le pegara los parpados. Termina por caer de rodillas sin dejar de restregarse, sus quejidos eran lastimeros y de desesperación. Se rinde de limpiar sus cuencas y estira los brazos para ubicarse dentro de la habitación, los movimientos hacen que se sienta mareado y con nauseas. Cae de costado afirmando su cabeza que no le dejaba de dar vueltas, se agarraba con fuerza el cabello en la desesperación de sentirse en una especie de estado febril intenso.
En la penumbra de sus propios ojos, las manos sangrantes de aquel ser de la iglesia venían a su mente, sus lamentos, la sensación de tenerlo en frente, hasta pudo sentir algo de su dolor. Luego contemplaba desde fuera su encuentro con el de la cara tapada, sentía el miedo, pero no era el suyo sino el del ser rodeado de animales, que no tenían pensado atacarlo, solo lo defendían del intruso, que era él mismo. Su mente comenzó a lanzarle imágenes aleatorias de su pasado esta vez, el campo, sus abuelos, la escuela, sus cámaras fotográficas, todas ellas en flashes instantáneos. Una especie de rollo de pelicula le mostraba cada fotograma de su etapa de la escuela, desde Raquel llegando en primero medio, un beso que casi recordaba y asi hasta el fin de año del segundo medio. Dos años contenidos en imágenes que una tras otra le contaban una historia, su propia historia, que yacía olvidada en lo más profundo de su memoria. Una bodega llena de mesas y sillas, la estatua sin cabeza, aquel rito improvisado y lo que pasó despues. "Esto es mi culpa", se repetía una y otra vez. Ni siquiera entendía de qué manera podía estar relacionado con lo que ocurrió en aquellos dias, pero insistía en que era así, que él era el culpable de lo que le estaba ocurriendo. Solo la imagen de la estatua sin cabeza se le repetía una y otra vez, acercándose, mostrándose precisa y detallada. Cada grieta del yeso viejo y maltratado eran claras, sus manos y pies decolorados por la exposición al sol y al paso de los años parecían tomar color, al punto de visualizarlos como carne viva. Dos gotas cayendo dentro de la figura, que al caer la hacen explotar en sangre. Por más que quiso no pudo sacar esas imágenes de su mente.
Tirado en el piso con sus manos cubriendo su cabeza sus labios lanzaban palabras casi sin sentido.
– Lo siento, lo siento. No debí hacer eso. Nunca tuve malas intenciones. Ellos me obligaron a hacerlo. No le hagan nada a ella, no tiene la culpa.
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La Casa de Dios
ParanormalRoberto es un fotografo que busca traer lugares olvidados al presente. Este viaje traerá consigo antiguos recuerdos de su adolescencia, que le servirán para desenmascarar un antigua investigación. Nunca fue una persona ligada a la fe, pero esta casu...