Roberto los siguió, a ratos le observaban moviendo sus ojos al unísono. Se mantenía firme y seguro de sí mismo. Sus recuerdos se tornaban coloridos y la niebla que los cubría se disipaba. Terminaron por contar todo y los servicios sociales de ese tiempo lo separaron de su padre para mandarlo a vivir con su abuela. Estuvo en terapia unos meses sin recordar nada de lo que sucedió. Pasó el tiempo y su madre parecía una persona normal, no como la adicta que le describieron que era. Con su padre fue perdiendo el contacto de a poco hasta casi hacerlo desaparecer de su vida. Inconscientemente todo lo que le recordara a su vida anterior, lo dejó atrás. De Raquel no supo nada más hasta aquel día que la buscó inocentemente por redes sociales para pedirle el favor que lo llevó a aquel subterráneo. Aun sentía que ayudar a los seres no era la única razón de estar allí.
La esperanza había vuelto mientras veía como aquellas criaturas deformaban su cuerpo hasta casi hacerse liquidas para entrar a por cada rincón de la puerta metálica. Acercó su oído a la fría superficie y escuchaba cómo se arrastraban objetos del otro lado. Los pequeños seres comenzaban a retornar, emergiendo de cada rincón por los que entraron. Un último ser emergió desde el cerrojo. Su forma escurría desde el agujero y al caer al suelo un conejo lo observó con ojos rojos.
Roberto comprendió el mensaje y sin pensarlo, tomó la manilla de la puerta que, para su satisfacción, se abrió hacia afuera.
Un olor a carne descompuesta le invadió las fosas nasales, sus ojos apenas se abrían ante aquel nocivo hedor. Como si la muerte le arrollase cual tren a toda máquina. Se cubre la cara con el cuello de su polera y empuja la puerta. No había luz, en absoluto, la poca iluminación del cuarto anterior no ayudaba en nada. Tuvo que retroceder a respirar ya que el aroma a muerte le causaba nauseas.
La oscuridad era abrumadora. Intentó avanzar unos pasos, pero unos bultos en el suelo le estorbaban. Dirigió su mirada hacia esa densa e impenetrable negrura, desde su pecho levantó la cámara y apuntó al frente. El flash iluminó las paredes y lo hicieron darse cuenta que se trataba de un pasillo. Fue a la pantalla rápidamente, nunca demoró tanto en cargar la foto como aquella vez.
La imagen aparece, efectivamente se trataba de un pasillo y al final unos escalones le servían como asiento a alguien vestido con una familiar camiseta verde y un rostro difuminado.
– Nos trajeron pura desgracia –se escucha desde la oscuridad.
De un salto se aleja de la pantalla. La piel de Roberto se erizó y un frio recorrió su espalda.
– ¿Eres Mateo? –pregunta temblando.
Pasan unos segundos de silencio.
– Si –se escucha más cerca que la última vez.
Roberto retrocede unos pasos para lanzar otra captura. El flash ilumina todo el lugar. Para su sorpresa al ver la foto solo se vio el marco y parte de la puerta iluminada, dejando el interior del pasillo en negro absoluto. El olor agudo y punzante carcomía sus narices.
– ¿Cómo entraste? No deberías estar aca –se escucha la voz desde la penumbra.
– Caí a través del piso de la iglesia. Necesito ayuda para salir.
El silencio se volvió absoluto. Con cautela se acercó nuevamente a la oscuridad, lanzó un flash para asegurarse. El camino era corto, pasar sobre aquellos bultos en el suelo no parecía mayor problema. Da un paso hacia la oscuridad con cámara en mano, presionándola al punto de hacer sonar la carcasa de plástico.
Con el pie tanteaba el suelo en búsqueda de un paso seguro. Su tobillo rozaba aquellas masas que parecían estar cubiertas por frazadas, como si hubiesen envuelto fardos de ropa y los lanzaron caóticamente dentro del pasillo hasta llenarlo en su extensión. Lanzó un par de flashes que le ayudaron a avanzar unos pasos más adelante.
ESTÁS LEYENDO
La Casa de Dios
ParanormalRoberto es un fotografo que busca traer lugares olvidados al presente. Este viaje traerá consigo antiguos recuerdos de su adolescencia, que le servirán para desenmascarar un antigua investigación. Nunca fue una persona ligada a la fe, pero esta casu...