Raquel Bauer era ignorada por las demás alumnas y los niños no dudaban en gritarle cosas burlándose de ella, no podía cuantificar cuál de las dos situaciones dolía más. Del otro lado del salón, un adolescente Roberto Miranda vivía en su mundo de fantasía. Autoexiliado de su curso se consideraba. Imaginando su mundo perfecto olvidaba de vivir en el real. Fotogramas cruzaban su mente mezclando la realidad con sus deseos más profundos.
Aquel ultimo recreo de la semana se quedó en la sala de clases, solo y callado, dibujando garabatos en su cuaderno. Cuando tres de sus compañeros se acercaron.
– ¿Escribiendo cartas de amor a tu novio, Robertita? –dijo Bernardo, el más grande, con un molesto tono.
– ... –Roberto continuaba dibujando.
– Mira las mariconadas que dibujas, hombres sin ropa –dice golpeando el cuaderno, haciéndolo lanzar una raya a lo largo de la hoja.
– Uhh –los otros dos emiten una burlona provocación.
– Tienen armaduras, imbécil –dice Roberto con la cabeza gacha.
– ¡¿Qué me dijiste?! –le pregunta amenazadoramente.
Desde el otro extremo del salón Raquel empatizaba con el dolor de Roberto, sin embargo, quitaba la mirada resignada.
– ¡Déjame tranquilo! –reclama el niño.
– Tranquilo te voy a dejar, imbécil –amenazó Bernardo haciendo énfasis en esto último.
El timbre para la última clase antes de salir sonó, y todos sus compañeros comenzaron a entrar a la sala. El profesor rápidamente apareció en la puerta salvándolo de los golpes.
Durante toda la clase Roberto recibió bolas de papel, golpes en la cabeza de los que pasaban por su lado, incluso los que no lo molestaban repitieron la conducta. El profesor al estar escribiendo en la pizarra no notó el comportamiento. Raquel se comenzaba a incomodar y lo que no le importó al principio la terminó colmando su paciencia.
– Profe Nelson –dice poniéndose de pie.
– Dígame –se da vuelta con plumón en mano.
– Han molestado toda la clase al Roberto –los tres que comenzaron se voltean hacia ella–, cada vez que usted se da vuelta le hacen algo.
– ¿Quiénes? –pregunta el docente indiferente.
– Casi todos, pero ellos tres empezaron –los apunta con el dedo.
– No profe como se le ocurre, el Roberto ni mete bulla, paque' lo vamos a molestar –se excusa Bernardo.
El profesor mira a Roberto que permanecía mirando hacia su mesa, sabía que la golpiza inminente se volvería peor despues de esto.
– ¿Es verdad, Miranda?
Solo negó con la cabeza. El profesor miró a la niña y se encogió de hombros.
– Siéntese jovencita.
Las miradas entre los alumnos iban y venían, con muecas provocativas que avivaban a los hostigadores a la violencia a espaldas del profesor.
La clase continuó en silencio mientras todos se miraban cómplices, ansiosos de ver que iba a pasar. El timbre rompió la tensión en la sala de clases. Todos estaban entusiasmados, no por ser viernes, sino porque querían ver la masacre.
ESTÁS LEYENDO
La Casa de Dios
ParanormalRoberto es un fotografo que busca traer lugares olvidados al presente. Este viaje traerá consigo antiguos recuerdos de su adolescencia, que le servirán para desenmascarar un antigua investigación. Nunca fue una persona ligada a la fe, pero esta casu...