Apenas sonó el timbre Bernardo se colocó su mochila y lanzó una mirada a ambos que se levantaban de sus asientos algo incomodos. El grandote mueve su cabeza en señal de que lo sigan.
– Si nos haces algo, voy a gritar, lo juro –amenaza Raquel.
Bernardo solo negó con la cabeza y caminó hacia la puerta. Raquel toma de la mano a Roberto que parecía encogerse frente a su abusador. Fueron años de traumas que lo llevaron a sentirse inconscientemente amenazado, solo frente a su presencia.
– Nunca más estaremos solos –le susurra Raquel, en una promesa autoimpuesta.
Ambos bajan tomando fuertes sus manos, tras ellos Bernardo abrazaba fuertemente su mochila. Sentía casi que la cabeza intentaba salir disparada. Frente a la puerta se quedan en silencio unos segundos.
– ¿Para qué nos quieres? –enfrenta Raquel.
Bernardo mete la mano en su mochila. De inmediatamente, Roberto se planta frente a él tirando de la mano de Raquel para dejarla a su espalda.
¡No te tengo miedo! –exclama Roberto.
– ¡Ya paren!, no les voy a hacer nada –Bernardo saca de su mochila la cabeza de la estatua– Vengo a devolver esto, como pediste –dice refiriéndose a Raquel.
– Yo no te he pedido nada –afirma extrañada.
– Me dijiste ese día que devolviera la cabeza –hace un ademan con su cabeza hacia la puerta–, cuando esa cosa me quería agarrar.
– Nunca dije nada –sostiene y pregunta–. ¿Te habló la estatua?
– Una voz de mujer me habló, supuse que eras tu.
– ¡Pásame la cabeza y ándate! –manifestó Roberto acercando sus manos.
– ¡No me ire hasta que me digan que me van a hacer!
– Te va a pasar lo que te mereces –amenaza Roberto–, por hacerme la vida imposible tantos años. Por romper mis cosas, mi mochila, mis cuadernos y por hacerme sentir una mierda, cuando la mierda eras tú.
– ¡Perdón! –grita Bernardo callando la rabia de Roberto– Sé que me porté mal, pero díganme porfavor que me va a pasar a mí –sus ojos se llenan de lágrimas de desesperación.
– Nosotros –agrega Raquel–, nosotros no sabemos.
– ¿Como que no saben, y lo del Tapia y las niñas? –dice entre sollozos– Hasta lo del profe, ¿eso tambien lo hicieron ustedes?
– Estábamos cansados, Bernardo. Solo le pedimos a la estatua que ustedes sintieran lo mismo que nosotros.
Dichas estas palabras, las puertas de la bodega se abren abruptamente de par en par. El cerrojo sale disparado entre las cabezas de los niños peligrosamente. El ruido le llama la atención a más de alguno en los pisos superiores, el estruendo fue bastante fuerte. Raquel y Roberto miran hacia la estatua, sintiendo como la atmosfera se hacía pesada e incómoda. Una enigmática aura los mantenía en un trance momentáneo hasta que un silbido áspero los hace voltear.
Bernardo tomaba su cuello desesperadamente intentando quitarse algo invisible que lo oprimía. Espasmos de tos arañaban su garganta abriendo paso a una pequeña cantidad de aire que se convertía en gemidos desesperados. Los sonidos entrecortados de respiración alertaron a Roberto que instintivamente corre hacia él para ayudarle. Lo intentaba mover, pero era imposible, sus pies permanecían pegados al suelo, pero nada tangible rodeaba su cuello.
Un inspector y algunos alumnos detrás bajan las escaleras para encontrarse con la escena de Roberto ahorcando a Bernardo.
– ¡Miranda, suéltalo! –grita el inspector.
– ¡No puedo!
Bernardo alucinó por la falta de oxígeno. Por uno momentos, todas las atrocidades que le hizo a Roberto y a otros niños, pero en especial a Roberto, pasaron por su mente. Lo tenía como saco de boxeo, tal como a él su hermano lo trataba. Le tenía algo de envidia a esa mirada tranquila y ajena de Roberto, sin que nada le importara. A que siempre anduviera con una cámara como tambien él quería. "¿Sentir lo mismo que nosotros?", dijo ella, para Bernardo su vida era un infierno, ninguna otra persona podía estar sufriendo más que él. Escuchó unos gritos que se desvanecieron en la oscuridad.
Bernardo cayó al suelo, al fin. Su cuerpo lánguido y sin aliento alertó al inspector que observaba confundido como la niña le colocaba la cabeza a una estatua agrietada. Les dijo a los niños que fueran a buscar a la enfermera y que llamaran a una ambulancia. Sus ojos no creían algo que, aunque estuviese frente a él no tenía lógica ni razón. La estatua se movía por sí sola, a medida que la niña se alejaba de ella. Su base tambaleaba golpeando la mesa que la sostenía, los golpes se volvieron escandalosos y ensordecedores. Hasta que, como si una fuerza desde adentro la empujara en todas direcciones, la estatua se rompe en mil pedazos dejando solo su base, con el pequeño niño alado intacto. En su interior, unas gotas de sangre secas se desvanecían en el aire.
Una voz femenina desde dentro de la bodega resonó.
– Rompiste tu promesa.
Raquel estalla en llanto y Roberto corre a abrazarla. El inspector con un hilo de voz les dice.
– Niños, ¿Qué pasa?
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La Casa de Dios
ParanormalRoberto es un fotografo que busca traer lugares olvidados al presente. Este viaje traerá consigo antiguos recuerdos de su adolescencia, que le servirán para desenmascarar un antigua investigación. Nunca fue una persona ligada a la fe, pero esta casu...