Golpe de Valor

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Abrió sus ojos de golpe. Al parecer había pasado un tiempo desde que estaba tirado en el suelo. Estaba calmado, restregó sus ojos y miro sus manos, estaban limpias. Se puso de pie. Se dio unas cachetadas en ambas mejillas y se reincorporó. Ve su telefono, las una de la mañana. Se sentía cansado, con algo de sed. Notó como la intensidad de las luces bajaron algo. Al dar un par de giros al dinamo, el brillo de las ampolletas aumentó, se quedó dándole vueltas enérgicamente. Estaba concentrado y determinado, como si recordar todo lo hubiese liberado del miedo y dado fortaleza.

Murmuraba mientras ondulaba su brazo con la palanca. Cuando su cuerpo no aguantó más empujó con toda la fuerza que le quedaba.

– ¡Ellos se lo merecían! –gritó con enojo.

La palanca del dinamo quedó girando sola con la inercia, mientras Roberto jadeaba apoyado en sus rodillas. Reguló su respiración para no cansarse de sobremanera, no podía permitirse gastar la poca energía que le quedaba, ni queria imaginar con que se podría encontrar en lo que quedaba de la noche. Tomó la determinación de salir de allí a toda costa.

Recordaba todo, de lo que hizo y no hizo, de aquella culpa que equivocadamente sentía. Del porqué de sus miedos. Restregó una vez más sus ojos y revisó sus manos, no quedaba nada de la sustancia, al verlas se sentía diferente. De alguna manera algo se desbloqueó en él. Busca la pinza que estaba tirada en un rincón y se colgó su cámara al cuello, ni un rastro del ratón a su alrededor. Revisaba su rostro repetidas veces, para no encontrar ni rastro de suciedad, terminó por colocar la cámara de su telefono para encontrarse con su cara en perfecto estado. Pensaba que quizás aquel lodo, de alguna forma, se había evaporado.

Le atribuyó todo al shock del susto con la rata, le hizo desbloquear parte de su memoria que olvidó. Se dio cuenta de que estaba viviendo algo similar a lo de aquella vez en el colegio. Tenía los motivos suficientes para creer que esta vez le tocaba a él pagar su parte.

Pensó en Raquel.

Tomó la pinza y se dirigió a la sala de máquinas, encendió la linterna de su telefono plantándose frente a la puerta roja. Contempló la simple cruz que la decoraba, toma la manilla y empuja para abrir la puerta, el cuerpo de la rata ya no estaba atascado en el orificio. Al abrir la puerta todo estaba como lo dejó, la lampara en el piso y la mesa con el sillón tapando el paso del pasillo. Los quitó del camino y decidió inspeccionar nuevamente la habitación donde cayó.

Un viento helado provenía desde el agujero que dejaba ver la luz de la luna entrando a través de las ventanas de la iglesia. Sin duda estaba demasiado alto, casi tres metros lo separaban del piso de la iglesia. Intentó primero con la mesa, luego con el sillón sobre la mesa, aun asi no alcanzaba a tocar el borde, aun le faltaba al menos medio metro. Mientras observaba el borde del agujero se dio cuenta que era una buena toma. Apuntó su cámara en un plano contrapicado hacia la ventana que dejaba entrar la luz blanca y alcanzaba a notarse el piso roto a contraluz. Notó algo en particular, un leve reflejo en las paredes, al tocarlas las sintió frías. Con la pinza rayó la muralla dejando marcadas las rayas que reflejaban fuertemente la luz de la linterna. No tenía conocimientos de metales, solo nociones de química por sus laboratorios mientras estudiaba, pero pensaba que podía ser algo similar a la plata.

Su cerebro sacaba conjeturas cuando el celular vibró, quedaba 15% de batería. Se decidió volver al laboratorio para seguir pensando en cómo abrir la puerta. Al final del pasillo pudo ver al hombre tapándose la cara a momento que lo alumbró, bajo él algunos animales le observaban atentos. Apagó la linterna, la luz de la sala de máquinas alumbraba lo suficiente para ver a quienes lo observaban desde una esquina. Apuntó la cámara en su dirección y comenzó a tomar fotografías. Lentamente avanzaba, dejando atrás las coloridas cruces de la pared, al compás del sonido del obturador. Tenía la sensación que detrás de su cámara estaba protegido. Ya casi llegando a la habitación para doblar en la esquina, se sintió capaz de enfrentarlo. Decide hacer una prueba y activa el flash, al presionar el botón la luz llena toda la habitación dejándolo encandilado unos segundos con la ráfaga de destellos, se escuchan unos chillidos y el quejido de un hombre. Al recuperar la visión todos se habían desvanecido. Rápidamente y sin dudarlo entra a la sala de máquinas y tira de la manilla para dejar cerrada la puerta. Suspira y va a su cámara para revisar las fotos recién tomadas, la última está completamente en blanco. Las demás parecen montadas, animales deformes e irreconocibles mirando hacia la cámara, detrás de ellos un huesudo hombre de corona calva tapaba su rostro con unas difuminadas manos. Casi todas las fotos difuminaban a los seres.

Analizando las fotos detrás de la puerta roja vuelve a escuchar los arañazos de los animales y lo que creía ser un murmullo. Acercó su oído a la puerta y la voz se hizo clara.

– Libéranos.

Se aleja rápidamente de la puerta con el corazon bombeando al máximo de su capacidad, entendió que aquellos seres no buscaban dañarlo, sino que esperaban algo de él. Sacar esas conjeturas no quitaban estremecerse al verlos y sobre todo a escucharlos. Estas voces no eran naturales, no poseían el aliento que recorre las cuerdas vocales, eran más bien secas y rasposas. Cada una de sus palabras llevaba consigo un silente grito de lamento.

Unos arañazos y golpeteos se escuchaban, esta vez desde el laboratorio. Con cámara en mano y el flash activo se acerca con sutiles pasos hasta el umbral de la puerta. Al asomarse se asombra al ver a unos pájaros y ratones picoteando y mordiendo la manilla que estuvo golpeando por lo que parecieron horas. Los animales al notar su presencia escapan rápidamente, las aves vuelan sobre él metiéndose en los recovecos de los engranajes del techo, las ratas corren en todas direcciones perdiéndose de vista.

Estaba sorprendido que aquellos seres, según lo entendía lo estaban ayudando y, claro que fueron de utilidad ya que al ver la barra que unía la manilla, aun mojada por el ácido cítrico a la puerta, mostraba la capa de oxido quebrajada. Dejó la cámara en el suelo y comenzó a golpearla con la pinza sacando trozos de un solo golpe y dejando ver el espiral aceitado dentro. Un par de golpes más e intentó girarla. Con fuerza y bien apoyado, empujó hasta que un crujido metálico le devolvió el alma al cuerpo.

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