Era tarde y llovía. La soledad era cotidiana. Roberto se lamentaba de como todo terminó. ordenaba sus cosas en un viejo bolso que si padre le paso. Cuidadosamente, guardaba las fotos como sus propios tesoros. Pensó en Raquel, en que no tuvo la oportunidad de plasmarla en un papel. No conservar nada en que aferrarse a ella, le dolía.
Las gotas golpeaban el techo, hasta que los golpes eran fuertes y constantes. Alguien golpea la puerta. Al salir a mirar por la ventana se dio cuenta de que lo imposible esas semanas se tornaba habitual.
– Raquel! –
La joven se lanza abrazándolo con fuerza.
– ¿Te viniste sola? ¿Y tu mamá? –se trataba de un barrio algo peligroso.
– No quiero quedarme sola –responde entre sollozos.
– Pasa.
Tras cerrar la puerta corre a su habitación por una toalla que aún no empacaba.
–Toma, sécate.
– Gracias – decía mientras se secaba la cara.
Sus palabras sonaban angustiosas, llenas de pesar.
– Ya estamos juntos – le anima Roberto ayudándola a secarse.
Al cabo de unos segundos en silencio, ella termina diciendo.
– Debemos volver, rezar juntos. Hagamos la promesa otra vez. Rompimos la promesa de la estatua, no quiero pensar que nos toca a nosotros –dice con temor mirándolo a los ojos– Pidamos que no nos separen. Mientras nos tengamos el uno al otro nunca estaremos solos.
Roberto la miro unos segundos algo indeciso.
– Pensé que al romperse la estatua todo terminaba –le dice algo confundido. Pero la vio desesperada.
Roberto no lograba entender en el nivel que afectaba a Raquel. Rompió una promesa con un ser que, desde su infancia, lo consideraba como sagrado. Despues de titubear unos segundos, pensó en la directora y lo injusta que había sido.
– Vamos. Si no pasa nada no importa –dijo decidido–. De alguna manera, volveremos a vernos.
Roberto vuelve a su maleta a medio hacer, para buscarse el polerón más abrigado. A ella le deja el impermeable. Se acerca a alzar su cierre y taparla con el gorro. Él nota en el fondo de sus ojos, la tristeza, que les quitaba algo de brillo. Con toda confianza acerca su rostro y hasta tocar sus labios. Beso que correspondido.
Salen de la casa, con la sensación de que iban a cometer el peor de los crímenes. Con sus dedos entrelazados, corren en dirección a la escuela. Cruzando una lluvia de octubre.
Sin alejarse más de una cuadra del par de jóvenes, alguien los vio salir y los siguió. Algo más temprano habia decidido ir a esa misma casa, pero con unas intenciones completamente diferentes.
Desde fuera el colegio se les presentaba imponente tras la penumbra. Los focos del alumbrado convertían la fachada en una lluvia en sepia. Rodeándola, Roberto se dio cuenta de que existía una única forma de entrar.
– Solo podemos saltar por detrás y entrar por la cancha. No es una calle que pase mucha gente, no creo que alguien nos vea –propone.
Raquel solo asiente y comienzan juntos a caminar, alejándose de la entrada.
El frontis de la escuela contaba con una decena de grandes ventanas, desde la última de ellas, a Roberto le pareció ver una silueta. Interpuso su mano delante de ella para detenerla. A vista y paciencia de ambos, una sombra atravesaba cada una de las ventanas, lentamente, en dirección a la entrada.
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La Casa de Dios
МистикаRoberto es un fotografo que busca traer lugares olvidados al presente. Este viaje traerá consigo antiguos recuerdos de su adolescencia, que le servirán para desenmascarar un antigua investigación. Nunca fue una persona ligada a la fe, pero esta casu...