– ¿Quién falta?
– No sé, la Javiera y el Bernardo, supongo.
– Yo pensé en ella con rabia cuando le pedimos. Y me imagino que tú pensaste en el Bernardo cuando hablaste.
– Creo que hablé en general, pero estaba demasiado enojado con él cuando pedí, el Tapia también. –Alza su mirada y un temblor recorrió su cuerpo–. Ahí llegó el Bernardo.
El joven abusador lucía triste y sin brillo, casi un fantasma.
– ¿Ya le habrá pasado? –pregunta intrigada.
– Quizás, porque mira, la Javiera como si nada. Pareciera que se está riendo de todo lo que ha pasado. Nos mira y se ríe.
– Me acostumbré a no hacer caso a esas miradas –dio un salto de la mesa de donde estaba sentada y arregló su uniforme–. Te traje queque, lo hizo mi mamá. ¿Comemos al recreo?
Roberto asiente entusiasmado, nunca nadie compartía nada con él. Tampoco acostumbraba a llevar una colación, solo esperaba hasta la hora de almuerzo para comer. Su padre nunca se preocupó de prepararle algo. Solo le daba un par de billetes y eso le tenía que alcanzar para los pasajes y si algo sobraba, el viernes compraba algún dulce y se lo llevaba a su casa. Intentaba mantener el perfil más bajo posible en la escuela, cualquier provocación lo transformaba en blanco de alguno de los de siempre. Esta vez los papeles parecían inversos, para el cauto Bernardo.
Suena el timbre y la clase comienza. Los detalles del profesor ya recorrieron todos los pasillos de la escuela, como cuando el juego del teléfono tergiversa a historia a niveles ridículos. La profesora desconcertada con la revelación del que pensó su amigo por tanto tiempo, se preguntaba si era necesario que los niños aprendieran de memoria tanta materia. Como si en un futuro no pudiese encontrar un libro y sacar la información.
La ventana era más entretenida, una pantalla gigante que atravesaba lado a lado la pared. El sol, las nubes, las aves, el patio del colegio, todo desde la comodidad de su silla fría y dura, pero igualmente reconfortante. Roberto en todo momento desearía tener entre sus manos una cámara para detener el tiempo en un chasquido. Extrañaba la suya.
En aquellas vistas, cuando a ratos los demás sentidos se omitían, como si solo viviese en un fragmento de tiempo, algo nauseabundo le taladró el olfato. De a poco los murmullos, subiendo de volumen hasta llegar a reclamos.
– ¡Ya pos Gutiérrez cierra las piernas! –las risotadas se oyeron a través de varias salas.
– ¡Silencio! –gritó la profesora– ¿Quién es el de la broma?
Los alumnos reían a carcajadas, a pesar de la pestilencia. Unos abrían las ventanas y otra dijo que iba a vomitar. La profesora se mantenía buscando al culpable, cuando ya algunos comenzaban a reclamar porque les echaban la culpa. No había palabras para describir la podredumbre cuando las risas se callan.
Las lágrimas recorrían sus mejillas cuando la profesora se le acerca. Dejando atrás toda esa furia de hace un momento, cambiando su semblante a preocupación.
Roberto desde su puesto, solo vio a Javiera salir corriendo desconsolada. En su línea visual, un rostro se gira inmediatamente a lanzarle una mirada. Raquel le hacía intuir su misma sensación. Ya era suficiente.
Al otro lado de la sala alguien había notado la telepatía entre los dos chicos.
A las nueve y media en punto suena el teléfono de Roberto.
– Raquel.
– Roberto.
Suenan los auriculares, al unísono.
ESTÁS LEYENDO
La Casa de Dios
МистикаRoberto es un fotografo que busca traer lugares olvidados al presente. Este viaje traerá consigo antiguos recuerdos de su adolescencia, que le servirán para desenmascarar un antigua investigación. Nunca fue una persona ligada a la fe, pero esta casu...