Las semanas transcurrieron sin ella dirigirle la palabra a Joel más de lo necesario. No le importaba las miradas desesperadas el que le lanzaba, le valía un penique lo que él pensara, ya no le importaba para nada el deseo permanente que le embargaba cuando lo tenía cerca. Sus besos habían hecho mella en ella, pero se obligó a pasarlo por alto.
Hasta que esa mañana él se acercó después de clases.
Ella se había limitado a solo responder en caso de que el, en la clase de matemáticas, le preguntara a ella con nombre y apellido, de lo contrario, hacia los trabajos y los entregaba puntual. Su idea de un romance con Joel se había ido al cubo de la basura y ella lo había superado. Al menos eso se decía cuando cruzaba al otro lado del pasillo o la calle si lo veía.
Ella debía agradecer al destino, que se había enamorado de un hombre que no circundaba su círculo social ni su barrio. Pues de lo contrario, estaría bien jodida viéndolo todos los días, cruzándose a cada rato y lugar con él, mirándolo sonreírle a alguien más o preocuparse por otra persona que no fuera ella.
Le parecía estúpido e irrisorio pasarse horas sufriendo por alguien con quien no había compartido más que unos escasos besos.
¡Pero que besos habían sido aquellos! Besos de los abre piernas y moja bragas. De los saca la demonia que llevas dentro.
De esos besos que matan.
— Hola — La saludó él cuando se sentó frente a ella en el bar de Tony.
Las cosas le habían resultado relativamente bien, pues ya no tenía la obligación de sonreírle a Michael, él había entendido el tema de ser solo compañeros de trabajo y si acaso, desarrollar una amistad y más nada.
Por eso cuando Joel llegó, Michael le hizo señas para que ella se percatara de su presencia.
— Hola.
— ¿Como estas? — la tensión se cortaba con una sierra, era obvia y Michael se fue al almacén para dejarlos solos.
El bar apenas estaba abriendo, eran las cinco de la tarde y no había llegado absolutamente nadie.
Normalmente los clientes que visitaban el lugar y consumían, iban a partir de las siete u ocho de la noche. Ella estaba acostumbrada a verlos llegar temprano y largarse a las doce de la noche o dos de la mañana.
— Estoy bien.
El silencio reino entre ellos. Ella tenía una toalla de manos agarrada, pues había estado limpiando las botellas que adornaban la vitrina y las que ocupaban el espacio en el mueble de madera que habían instalado para que los clientes vieran más fácilmente todos los productos que ofrecían. La cultura de cerveza, poco a poco iba siendo tradición y las otras bebidas tenían algo de oportunidad en el bar.
Joel la observaba detenidamente y ella sintió que su mundo comenzaba a dar vueltas otra vez. Ese era el problema. Cada vez que se planteaba olvidarlo y dejarlo estar, su atracción por ese hombre le enseñaba que las cosas no eran cuando, ni como ella las deseaba.
Había algo a lo que no podíamos obligar, algo que prácticamente tenía vida propia: el corazón. Nuestro corazón decidía a quien querer, a quien desear, sin importar si nuestro cerebro estuviera de acuerdo. Aun sabiendo que nos podía ocasionar daño. Ahí se empecinaba el corazón, ese maldito órgano bombeador de sangre, que lo que menos hacía era prestarle atención para lo que fue creado.
— Yo también estoy bien — Dijo el sonriéndole.
Esos ojos azules la miraron como si ella fuera especial. Y Alisson casi se lo cree.
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Su Alumna (EN EDICIÓN)
RomanceJoel Galeano es un profesor de matemáticas, que siente una gran atracción sexual por una de sus alumnas. El cuatrimestre apenas comienza y él no sabe cuantas veces se ha tocado asi mismo para bajar la dureza que le provoca Alisson Méndez. ¿Romperá...