Capítulo 1: La Promesa

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Rebecca Armstrong

El camino a casa se sentía interminable. Mis padres estaban de viaje y yo acababa de salir de una reunión en la empresa. Intentaba contactar a Richie desde hacía horas, pero no respondía. La preocupación comenzó a apoderarse de mí, una sensación de inquietud que no podía sacudirme.

Al llegar a casa, aparqué el auto frente a la entrada. El lugar estaba sumido en una oscuridad que parecía presagiar algo terrible. —Richie —llamé al abrir la puerta, pero solo el eco de mi voz me respondió. Encendí las luces del salón y continué llamando su nombre mientras recorría las habitaciones del primer piso, pero no había rastro de él.

La ansiedad crecía con cada paso que daba. Subí las escaleras con rapidez, mis manos temblando ligeramente al tocar la puerta de su habitación. —Richie, ¿estás ahí? —Mi voz apenas un susurro, cargado de una mezcla de miedo y esperanza. No hubo respuesta.

Abrí la puerta lentamente, y la vista que me recibió me dejó paralizada. Richie yacía en el suelo, inmóvil. A su lado, un bote de pastillas vacío contaba una historia que no quería creer. El aire se volvió denso, y sentí cómo el mundo se desmoronaba a mi alrededor.

Corrí hacia él, cayendo de rodillas mientras intentaba mover su cuerpo inerte. —¡Richie, despierta! ¡Por favor, no me hagas esto! —Las lágrimas comenzaron a caer libremente por mis mejillas. —No te mueras, por favor. Si esto es una broma, es de muy mal gusto. ¡Despierta!

Pero Richie no se movía. Sus ojos cerrados, su piel fría. La realidad de su muerte se apoderaba de mí, golpeando mi corazón con una fuerza implacable. Solté un grito desgarrador, un sonido que parecía venir de lo más profundo de mi ser, cargado de dolor y desesperación.

Me aferré a su cuerpo, sollozando incontrolablemente. La incredulidad y el horror me inundaban. —No puedes dejarme así, Richie. No puedes... —Las palabras se ahogaban en mis lágrimas. La imagen de su cuerpo inerte se grababa en mi mente, un recuerdo imborrable que marcaría el inicio de un dolor que cambiaría mi vida para siempre.

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El día del entierro de Richie fue gris y lúgubre, como si el mismo cielo llorara su pérdida. Mis padres y yo estábamos rodeados de amigos y familiares, pero la presencia de todos no hacía más que acentuar el vacío en mi corazón. Mi madre sostenía mi mano, su agarre tembloroso, mientras mi padre miraba fijamente el ataúd, sus ojos secos pero llenos de un dolor insondable.

El sacerdote habló con palabras de consuelo, pero todo parecía distante, ajeno a la realidad de mi pérdida. Las flores, las lágrimas, las palabras de aliento, todo se mezclaba en un torbellino de emociones que apenas podía procesar. Cuando el ataúd comenzó a descender, sentí que una parte de mí se iba con él, hundiéndose en la tierra para siempre.

De regreso a casa, el silencio era opresivo. Ninguno de nosotros sabía qué decir, cómo llenar el hueco que Richie había dejado. Mis padres se sentaron en el salón, perdidos en sus pensamientos. Yo, sintiéndome abrumada por el dolor y el agotamiento, me excusé.

—Voy a descansar un poco —dije, mi voz apenas un susurro.

Al subir las escaleras, mi mirada se desvió hacia el cuarto de Richie. Una punzada de dolor atravesó mi corazón. No pude evitarlo; empujé la puerta y entré. La habitación estaba exactamente como él la había dejado. La cama deshecha, los libros apilados en el escritorio, su guitarra en la esquina. Todo era un reflejo de su vida, ahora interrumpida.

Me acerqué lentamente, recordando la imagen de su cuerpo en el suelo. Las lágrimas volvieron a llenar mis ojos, y me dejé llevar por los recuerdos. Richie y yo, riendo juntos, compartiendo secretos, apoyándonos en los momentos difíciles. Cada objeto en su cuarto tenía una historia, un fragmento de nuestra vida juntos.

Al abrir el armario, mis manos se encontraron con una rana de peluche, el mismo que Richie me había dado cuando cumplimos 15 años. La sostuve con fuerza, como si pudiera traerlo de vuelta. Fue entonces cuando noté el sobre en la repisa superior, oculto entre algunas cajas. Lo tomé con manos temblorosas, reconociendo la letra de Richie en la dirección.

Confundida y ansiosa, abrí el sobre. La carta dentro me hizo temblar. Empecé a leer, y cada palabra era como un golpe directo al corazón.

"Querida Becky,

Sé que esto será difícil de entender y aún más de aceptar, pero necesito que sepas la verdad. Me enamoré de una chica llamada Sam. Pensé que ella sentía lo mismo, pero solo me utilizó. Me dejó de la manera más cruel, y no pude soportar el dolor de su abandono. No encontré otra salida. Perdóname por dejarte sola. No quiero que sufras por mi decisión, pero no podía seguir viviendo con este dolor.

Richie."

Terminé de leer la carta y sentí una mezcla de tristeza profunda y un enojo ardiente. La imagen de Richie sufriendo por culpa de esa chica, Sam, llenaba mi mente. El dolor se transformó en una determinación feroz. No podía dejar que su muerte quedara impune.

—Lo pagarás, Sam —susurré, mi voz cargada de veneno—. Juro que haré que sufras igual o peor que Richie.

Apreté la carta contra mi pecho, sintiendo cómo la promesa de venganza se solidificaba en mi corazón. Desde ese momento, sabía que mi vida había tomado un nuevo rumbo. Richie no sería olvidado, y su dolor no quedaría sin respuesta.

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Pequeño adelanto...





Entre La Venganza Y El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora