Capítulo 18.

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                          𝐌𝐀𝐑𝐀𝐓𝐎́𝐍 𝟓/𝟔

𝐄𝐥 𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐭𝐨𝐫 𝐛𝐫𝐢𝐭𝐚́𝐧𝐢𝐜𝐨 𝐎𝐬𝐜𝐚𝐫 𝐖𝐢𝐥𝐝𝐞 𝐚𝐜𝐮𝐧̃𝐨́ 𝐠𝐫𝐚𝐧𝐝𝐞𝐬 𝐟𝐫𝐚𝐬𝐞𝐬 𝐬𝐨𝐛𝐫𝐞 𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐨𝐫, 𝐮𝐧𝐚 𝐞𝐦𝐨𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐪𝐮𝐞 𝐢𝐧𝐜𝐥𝐮𝐬𝐨 𝐥𝐞 𝐜𝐨𝐬𝐭𝐨́ 𝐥𝐚 𝐜𝐚́𝐫𝐜𝐞𝐥 𝐩𝐨𝐫 𝐬𝐮 𝐫𝐞𝐥𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐡𝐨𝐦𝐨𝐬𝐞𝐱𝐮𝐚𝐥 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚 𝐯𝐢𝐜𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚𝐧𝐚. 𝐄́𝐥 𝐝𝐢𝐣𝐨: <<𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐮𝐧 𝐡𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐲 𝐮𝐧𝐚 𝐦𝐮𝐣𝐞𝐫 𝐧𝐨 𝐡𝐚𝐲 𝐚𝐦𝐢𝐬𝐭𝐚𝐝 𝐩𝐨𝐬𝐢𝐛𝐥𝐞. 𝐇𝐚𝐲 𝐚𝐦𝐨𝐫, 𝐨𝐝𝐢𝐨, 𝐩𝐚𝐬𝐢𝐨́𝐧, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐧𝐨 𝐚𝐦𝐢𝐬𝐭𝐚𝐝.

𝐍𝐀𝐌
—¿Qué querías hablar conmigo, Nam? —Fay se sentó frente a mí, tímida y con los brazos cruzados sobre la mesa—. Espera, antes de que comiences, te quiero agradecer por no levantar cargos encontra de May, aunque no es nada mío...

—Hay que dejarlo —solte de golpe, y sin mirarla fijamente a la cara.

—¿Qué?

—Lo que pasó. No puede volver a pasar.

—¿De qué hablas? —formó una sonrisa débil—. Es una broma ¿no?

Lo difícil que era estarle diciendo esto. Era como un látigo que golpeaba mi pecho.

—No podemos estar juntas Fay, mira lo que ocurrió.

—¿Y sólo por eso?

—Sí, por eso, y porque no puedo evitar sentirme culpable. Siento que robo algo que no me pertenece.

—¡Pero te dije...! —bajó la voz—. Te dije que te amo, desde el día uno Nam, no fue algo de ayer.

—Y yo también, joder. Yo también, pero no puedo evitar sentir esta opresión en el pecho. Te amo, Fay—sus ojos se llenaron de lágrimas—. Perdóname, por favor.

—Tienes miedo, y es entendible. Yo también lo tenía; pero —me tomó de las manos—. Yo quiero todo contigo, no nos separemos por esto, no es algo que deba provocarnos este tipo de peleas.

—Ni siquiera somos nada oficial —aparté mis manos.

—Pero podemos serlo.

—¿Cómo? No puedo, yo... tengo miedo. Entiéndeme.

–Por May no te preocupes.

—Le prometí que te dejaría —se echó hacia atrás—. Si te dejaba de molestar, y para mí no hay nada más importante que tú paz, y si para eso tengo que privarme de estar contigo. Sin duda, lo haré.

—Ahora mismo verá —se iba a parar, pero al detuve—. Déjame ir a reclamarle.

—No fue idea suya.

—Pero fue su culpa.

—Ella te ama.

—De una manera enfermiza, Nam. Yo no la amo, te amo a ti. ¿o qué? ¿También me vas a obligar a amarla a ella?

Su rostro en sí reflejaba su dolor. Era el mismo que tenía yo, y era molesto, era una maldición.

—Sabes que no haría eso —objeté.

—¿Entonces? ¿Qué es lo difícil? No lo acepto.

—Tienes que hacerlo, porque si no lo haces, renuncio.

Corazón de robot // freenbeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora