Capítulo 2.

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(𝐒𝐨𝐥𝐨 𝐭𝐞 𝐥𝐥𝐞𝐯𝐚 𝐜𝐮𝐚𝐭𝐫𝐨 𝐦𝐢𝐧𝐮𝐭𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐜𝐢𝐝𝐢𝐫 𝐬𝐢 𝐭𝐞 𝐠𝐮𝐬𝐭𝐚 𝐚𝐥𝐠𝐮𝐢𝐞𝐧 𝐨 𝐧𝐨).

Se cree que tiene mucho más que ver con su lenguaje corporal, el tono y la velocidad de su voz en lugar de exactamente lo que usted dice.

   𝐅𝐑𝐄𝐄N
Puse mis pies en el piso frío, recien había despertado, mis cortinas no dejaban que el brillante sol entrara a la habitación, cosa que agradecí porque me molestaba que eso pasara. Me colocó mis sandalias y miré el reloj de mi mesa de noche.

Marcaba las siete de la mañana, tenía diez minutos para bañarme, ocho para cambiarme, y cinco para tomarme mi jugo de narajan de todas las mañanas. Así que hice todo mi recorrido. Cuando terminé, me senté frente a mi espejo.

Todas mis mañanas eran así, no tenían una diferencia. Me levantaba muy temprano, hacía todas mis cosas, me cambiaba, y me iba, asimismo, una mujer venía a limpiar y dejaba todo impecable para cuando yo llegase.

Mi rutina era sencilla, pero efectiva, me podían decir que era una obsesiva del orden o del control, pero no me quejaría, eso lo tenía bastante claro. Así que me limitaba a aceptar todo.

Desde que cumplí los veintitrés, me mudé sola, ya que con anterioridad vivía con mis padres; de los cuales no me gusta casi hablar.

Mi vida era mía, los medios y prensas no sabían más de lo que yo les permitía.

Cuando terminé de arreglar mi cabello, lo amarré en una coleta perfectamente alta. Me dirigí a ponerme mis tacones y cuando estuve completamente lista, dije que era hora de salir a la cocina.

Mi vida era muy interesante, y no la sentía monótona, para nada. Me gustaba como la vivía, y nadie me había hecho cambiar aquello jamás.

Ser dueña de empresas que tienen miles de trabajadores, y encima de eso, más de veinte areas, no era un trabajo fácil, tenía que tener a más personas ayudándome, pero la mayoría de veces me gustaba tener todo bajo control, por eso mismo, solo me encagaba yo.

Había despedido a mi sexta secretaria justo el día de ayer, y hoy, Nam, mi empleada de más confianza, había conseguido otra. Que espero que no sea una persona vaga que se queje del más mínimo esfuerzo que haga.

Cuando terminé de tomarme mi jugo, fui a lavarme los dientes y preparada para salir, apagué todas las luces de mi departamento. Me dirigí al parqueadero, subí en mi coche y lo puse en marcha. Tenía veinte minutos para llegar a la empresa, y el camino no era tan largo.

En cuanto parqueé en la empresa, bajé y puse seguro al coche. Caminé y miré a los guardias los cuales hicieron una reverencia cuando pasé. Seguí con la cabeza en alto, todas las personas me saludaban, yo solo me limitaba a dar un asentimiento con la cabeza.

Me acerqué a la recepción.

—Buenos días, Señorita Sarocha —saludó cordial.

—Buenos días, Fay. ¿Dónde se encuentra Nam?

—Oh, en este momento está en la parte de arriba, está enseñándole la oficina a su nueva secretaria, Señorita.

—Bien, veré si me la encuentro. ¿Hace cuánto de eso?

—Hace no más de diez minutos, o eso creo. Pero si quiere...

La detuve, —Tranquila, subiré.

Está asintió y yo decidí tomar el ascensor. Aprovechando que nadie a esta hora solía tomarlo, no me gustaba entrar con personas al ascensor pero eso me pasa por no hacer uno privado para mí.

Cuando sonó, en señal de que había llegado. Salí a paso rápido, y justo un cuerpo chocó con el mío. Solté un quejido inaudible, miré hacia la persona, y lo primero que capturé fue su cabello castaño.

Fruncí el entrecejo. El choque no fue tan fuerte, pero tampoco ligero, fue tanto así que tuve que maniobrar para no caer. Enarqué una ceja, curiosa. Una cara nueva me miró, unos ojos color miel estaban sobre los míos, sus mejillas estaban sonrojadas, me imagino que de la vergüenza.

Fruncí los labios y la miré sin pestañear. Le di un pequeño y breve repaso que no me dio tiempo a nada.

—Señorita Sarocha —la chica hizo una pequeña reverencia, pero en todo momento me miró, ni siquiera se atrevió a apartar la mirada. Ni yo de ella.

No salieron las palabras, era la primera vez que me quedaba así. Como si hubiera visto un fantasma, pero no tenía nada que ver con uno; era todo lo contrario, era una mujer, una muy linda mujer.

—Buenos días, Nam Orntara —saludé a Nam cuando por fin pude despertar—. ¿Está es la nueva secretaria? —soné indiferente, lo sé, pero esa era la idea.

La chica entrecerró los ojos, quizá y estaba pensando en todo lo que se habla de mí, en cómo la gente dice que soy una persona insoportable y que nada ni nadie llena mis expectitivas. Y era cierto, no hablan mentiras.

—Buenos días, Señorita Sarocha. Así es, ella es Becky Armstrong —la presentó, la miré, buscando algo en ella, ¿defecto? Tal vez.

—Becky Armstrong —repetí su nombre. Salió con tanta delicadeza que ni yo me reconocí—. Perfecto. Espero los informes de las siete de la mañana, marque todas mis reuniones, espero que sepa que mi café debe de estar puntual minutos antes de entrar a mi oficina, y caliente, no pasado de azúcar ni mucho menos amargo; hoy en la tarde tengo una reunión con unos italianos, espero que pueda estar presente, porque usted sera la que traduzca...

Su rostro fue sorpresa total. Quería ver cuanto tardaba en irse sin yo despedirla. Sería un bonito reto, siempre me han gustado los retos, este no sera la excepción. Abrió la boca para hablar, pero no se lo permití.

—Y no me interesa si no sabes, lo quiero todo listo. La sala de juntas y los papeles que tengo desde hace un mes, y todo para hoy, y si no lo terminas hoy, estás maravillosamente despedida —Nam sabía perfectamente como era yo, y lo demandante que podía llegar a ser—. Y es algo que usted debería saber.

—Recién llega, Señorita Sarocha —intervino Nam.

-No me interesa. Si me permiten, tengo cosas que hacer —y con eso, pasé por el lado de ambas, pero demasiado cerca de la nueva, llevándome su hombro conmigo.

No era la primera secretaria guapa que tenía, pero sus ojos... sus ojos tienen algo, y su lenguaje corporal parecía hablarme...

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Corazón de robot // freenbeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora