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Ámbar y Lucas esperaban en la recepción.

Cuando Ámbar le había dicho a la oficial de policía que quería poner una denuncia, esta se había quedado petrificada.

Se quedó más blanca que la cal y tartamudeó un par de palabras que ni la escritora ni el sicario entendieron.

—¿Perdona?

—Déjenme un segundo, por favor. Tengo que avisar a mi compañero—Volvió a decir esta vez con una voz más clara.

Y con pasos apresurados desapareció de su vista.

Ambos se miraron, extrañados.

Lucas carraspeó antes de decir:

—Ámbar, respecto a nuestro asunto...

El cuerpo de la chica se tensó.

—Podemos hablar de eso en otro momento—le cortó.

—Pero es que sé que no me vas a volver a dirigir la palabra, y de verdad que necesitamos aclarar...

—La situación. Sí, lo sé. No te preocupes. Mañana hablamos de ello.

Lucas respiraba superficialmente.

—Eso espero, porque si no, haberte seguido la pista por todo el concierto habría sido una total y completa perdida de tiempo—Hizo una pausa y añadió—: Bueno, no tanto.

—¿Deberíamos poner una denuncia por acoso también?

Nicolás sonó autoritario y amenazante.

Ámbar tragó saliva al verle.

No se había parado a pensar en él mucho.

Se habían enviado unos cuantos mensajes durante su época de confinamiento, pero nada más había pasado.

A su manera, lo había echado de menos.

Ella sabía que lo que sentía por Nico era un poco menos que dependencia emocional; una droga.

Se sentía bien cuando estaban juntos y no quería separarse en ningún momento.

Y aunque la idea de estar pegada a él era una especie de sueño afrodisíaco, sabía que tenía que aprender a formar barreras sanas y alejarse todo lo que fuera posible; todo lo que fuera posible siempre y cuando el plan no se viera alterado.

Le sonrió como pudo a la expresión de preocupación que el policía tenía en el rostro.

Mientras ella se había quedado suspendida en un estado mental nebuloso, él le había hecho un chequeo rápido con la mirada.

Definitivamente, habían intentado agredirla sexualmente, como le había dicho su compañera.

¿Qué tenía de especial esa chica, que le pasaban tantas desgracias y todas tan juntas a su vez?

Miró a su acompañante.

Lucas.

Lucas de nuevo, pensó.

Nicolás acortó la poca distancia que había entre Ámbar y él, le cogió de las manos y le besó el dorso.

Un comportamiento poco formal para un policía, se dijo, pero no me importa.

—¿Qué ha pasado, Ámbar?—La pregunta sonó tan suave que Ámbar se quedó unos segundos de más observando los labios que las habían pronunciado.

Estoy loca. Y trastornada. Desde luego que lo estoy. ¿Hace un rato casi me violan y ahora estoy aquí, sintiendo atracción sexual?, pensó mientras sacudía la cabeza y miraba a Nicolás en los ojos. 

Se aclaró la voz antes de hablar. Cuando lo hizo, sonó tan monótona y fría que hasta ella se sorprendió.

—Un hombre ha intentado agredirme sexualmente.

Algo estaba mal con ella. No reaccionaba como se supone que debería reaccionar. Tiene que ir a un médico y lo sabe.

Nicolás aguantó la respiración.

—¿Ha llegado a hacerlo?

Ella negó con la cabeza.

—¿Es Lucas quien ha intentado agredirte?

Lucas puso los ojos en blanco.

—Si hubiera sido yo no la hubiera traído, ¿no crees?

Nicolás lo miró con frialdad.

—Yo no creo nada—Se volvió a girar hacia Ámbar—. Y bien, ¿ha sido Lucas?

—No. No sé quién ha sido. No lo conozco.

—¿Puedes darme una descripción del hombre?

—Sí, pero puedo daros algo mejor—Lucas se acercó a la mesa de la recepción, garabateó una dirección en un papel y se lo entregó a Nicolás—. He dejado a este hombre encerrado en el cuarto de baño abandonado del estadio en el que están dando un concierto.

Nicolás tomó el papel y se lo metió en el bolsillo.

—¿Estás bien? ¿Quieres hablar con alguien importante para ti, algún especialista?

—No, estoy bien.

—¿Segura? Lo normal es que estés paralizada o que liberes las emociones que has sentido durante la... situación.

Ámbar le sonrió.

—Tú sabes que yo no soy normal.

—Pero no por ello menos humana, Ámbar.

—No te preocupes, Nicolás. Estaré bien.

Él asintió. Poco más podía hacer.

—¿Quieres poner la denuncia, Ámbar?

Ella asintió.

—Bien. Te voy a dejar con mi compañera. Puedes llamarla Victoria o Tori, como prefieras, ¿vale? Yo me voy a ir con—Señaló a Lucas— a ver si el hombre ese sigue allí. Tú quédate aquí. Cuando vuelva, te llevo a casa.

Ámbar asintió atontada.

Cuando Nicolás y Lucas se fueron ella se sentó a rellenar la denuncia.

Se sintió extraña.

Esa debería haber sido su vida.

Una normal y sin tantos sobresaltos.

Debería haber terminado la universidad, graduarse de algo que realmente le gustara y vivir una vida cómoda y sencilla.

Pero no, ella siempre lo complicaba todo.

Cuando pudo haberse quedado a vivir con su hermano y su padre, decidió mudarse con su madre a un pueblo perdido para poder vivir la "mística vida que siempre quiso vivir" pero que nunca experimentó.

En vez de pedirle a su madre que la llevara a la ciudad, prefería tomarse tres autobuses y largas horas de trayecto para ir a ver a su hermano.

En vez de ir a la universidad, decidió escribir la macabra historia de su abuela y hablarle sobre ella a un desconocido que acababa de conocer en un bar y, adivinad, ¡era un agente literario!

En vez de leerse el contrato que le ofrecía la editorial, prefirió firmar sin leer y acabó obligándose a sí misma a continuar escribiendo en contra de su voluntad.

En vez de escribir lo primero que se le ocurriera, decidió compincharse con un sicario.

En vez de... Que sí.

Qué era malísima tomando decisiones.

Desde el momento en el que nació hasta el momento en el que firmaba aquella denuncia.

  Pero estaba dispuesta a cambiar eso porque, vamos a ver, ¿quién en su sano juicio querría continuar viviendo todo lo que le estaba pasando?

Solo los personajes de mis libros, pensó mientras intentaba encontrar una posición más cómoda en aquella silla metálica. Solo mis personajes.

Pero yo no soy mis personajes.

Y con tan solo pensar eso, algo cambió en ella de nuevo.

La Verdadera Inspiración De ÁmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora