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—Eh, Ámbar.

Ámbar miró a Victoria. Sujetaba una bolsa en la mano y se la tendía.

Ámbar la cogió.

—¿Qué es?

—Eh, esto..., mientras rellenabas la denuncia mandé a otra compañera a traerte algo para, esto...poder cambiarte. Supuse que no estarías cómoda con esa ropa y no sé. ¿Sabes lo difícil que es encontrar una tienda de ropa a estas horas? En fin, espero que sea de tu talla.

Le sonrió, sincera.

—Muchas gracias. De verdad.

—No es nada. Cualquiera lo hubiera hecho. Bueno, te dejo para que te cambies... Ay, no. No, no. ¿Cómo te vas a cambiar aquí? ¿En qué estaba pensando?
Mejor ves al baño. Ven—Hizo el gesto con la mano—, te acompaño.

Ámbar la siguió, divertida.

Ya dentro del pequeño cubículo, fue quitándose prenda por prenda y poniéndose la ropa lentamente.

Quería tomarse su tiempo y respirar.

No soy mis personajes.

Puedo decidir mi realidad.

Sé quién soy.

El hecho de ser consciente de que ha estado a la deriva más del tiempo recomendado y que cuando pensaba que lo tenía todo bajo control tan solo era un venda que ella misma se había puesto alrededor de los ojos era abrumador.

Se ha estado engañando todo este tiempo.

Ella no mató a esas personas, ¿por qué debería sentirse culpable?

Sí, algo tuvo que hacer como para que llegara hasta ese estado pero, desde luego, no fue la única que cometió errores.

Podría haberse defendido de ese hombre. Ella sabe que tiene la fuerza necesaria. ¿Por qué se había paralizado?

Es una respuesta psicológica. Es algo humano, se dijo a sí mismo.

Pero eso a mí no me importa, se respondió.

Había decidido recuperar el control y la templanza que siempre supo que estaba allí, en algún rincón escondido dentro de ella.

Para empezar, no debería haber involucrado a su hermano, pero ya era muy tarde.

No podía ir y decirle que todo era una broma.

No después de haberse cortado las venas.

A pesar de que sus movimientos eran lentos, su mente funcionaba a toda velocidad.

Tenía que encontrar una solución, y debía hacerlo ya.

Cuando por fin había terminado de arreglarse, llegó a la conclusión de que el plan de su hermano era brillante, y el mejor a llevar a cabo dadas sus circunstancias.

Al salir del baño, el cambio que se percibió en ella era sutil, pero potente.

Nadie supo exactamente por qué, puesto que dudaban que fuera la sudadera roja o los vaqueros lo que le hacían lucir tan diferente.

De todas formas, pensaron los y las oficiales que la vieron pasar por el pasillo, es famosa. Nadie sabe lo que le pasa por la cabeza a la gente de tanta fachada y riqueza.

Ámbar se volvió a sentar en la silla en la que estaba antes.

Se debatía mentalmente sobre si debería o no irse, pero al final decidió esperar a Nicolás.

La Verdadera Inspiración De ÁmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora