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Marcos no paraba de golpear la mesa de la recepción con los dedos. El sonido era rítmico y rápido. Lo acompañaban las agujas del reloj que tenía enfrente y juntos creaban una musiquilla que, por un lado te estresaba y, por el otro, deseabas que no parara.

El hermano de Ámbar había decidido ir al instituto para ver si podía inscribirse de nuevo.

Pensaba que haberlo dejado había sido una muy mala idea.

Estaba seguro de que él era capaz de lidiar con los estudios y con el problema eficazmente.

Esperaba que no fuera demasiado tarde para retractarse de su decisión.

Cuando Marcos le dijo a la recepcionista que quería volver a estudiar, puso una cara rara y desapareció.

Eso fue hace veinte minutos y todavía estaba esperando su regreso.

El aburrimiento le estaba carcomiendo y no sabía qué hacer para matar el tiempo.

—Madre mía, ¿todavía le falta por llegar o qué?

Marcos se giró y observó a la rubia que tenía detrás.

Lo cierto es que le sonaba de algo, pero no estaba seguro. 

¿En la calle, tal vez? No, no, lo dudaba. ¿En alguna excursión? No, no, tampoco. Puede que sea del instituto, ¿no? 

Se la trató de imaginar con el uniforme del instituto puesto y, de repente, la visión de una rubia entrando a clase de matemáticas avanzadas por error y pidiendo unas disculpas que no sonaban a disculpas apareció en su mente.

—Ostia, ya decía que tú me sonabas de algo. ¿Eres Saray, no?—le preguntó.

Saray entrecerró los ojos.

—Sí, claro. Pero yo a ti no te conozco, ¿cómo sabes quién soy?

—Estuviste un día en mi clase.

—Ah. No me acordaba.

—Normal. Me habrás visto de refilón como dos veces como mucho.

—La verdad es que tú también me suenas, ¿de verdad que no nos conocemos?

—No qué yo sepa.

—¿Cómo te llamas?

—Marcos González—le extendió la mano—, a tu servicio.

Claro, se dijo Saray.

El hermano de Ámbar. ¿Cómo se podía haber olvidado?

Había ido a esa clase de matemáticas ese miércoles a primera hora con el único fin de encontrar a Marcos.

Se había rumoreado en los foros más... ¿Cómo decirlo?... secretos, que era posible que Ámbar tuviese un hermano que estudia en su mismo instituto.

Por eso, a pesar de estar en el último curso y tener un montón de obligaciones encima, se hizo la despistada más de una vez y entró en un innumerable número de clases buscando al hermano de la famosa escritora.

Nunca dio con él porque simplemente no sabía cómo era físicamente.

Al principio pensó que lo encontraría preguntando con el apellido pero se topó de frente con un problema: mucha gente se apellida así y no puede preguntarle a todos los chicos de la institución su apellido.

Así que, pasado un tiempo de búsqueda fallida, llegó a la conclusión que lo que había leído era falso y que estaba perdiendo el tiempo, así que se rindió.

Le pareció irónico que el hermano de su peor enemiga estuviera tendiéndole la mano por casualidad.

Aceptó el saludo.

—Gracias, ¿qué haces aquí?

—Ah, nada importante. Organizando unas cuantas gestiones.

Y justo en ese momento la recepcionista volvió.

—Aquí tienes, querido—Le entregó unos cuantos papeles—. Sigue las instrucciones e ingresa a la página web esa, ¿de acuerdo? Lamento decirte que no podrás acudir de forma presencial porque te has quedado un poquín retrasa...digo atrasado, perdón, pero podrás realizar los exámenes de forma online y así obtener tu diploma, ¿vale? Mucha suerte, querido.

No era lo que Marcos se esperaba, pero se conformaba.

La recepcionista miró a Saray y negó con la cabeza.

—¿Tú también, hija? Hay que ver—Le quitó los papeles a Marcos—. Déjamelos un segundo, ¿vale? Tengo que hacerle unas cuántas fotocopias a la muchacha también.

Y volvió a esfumarse.

—¿Tú también? ¿Por qué te has atrasado en las clases?—le preguntó Marcos a Saray cuando la mujer desapareció.

—Problemas familiares, ¿y tú?

Marcos asintió.

—Lo mismo.

—La familia es lo primero, supongo.

La recepcionista no volvió a tardar en regresar. Le entregó los folios a ambos y les indicó con la mirada dónde estaba la puerta.

Tanto Marcos como Saray mantuvieron una charla tranquila mientras se dirigían a la salida. Ambos lamentaban no poder volver a clases; uno lo decía de corazón y la otra sin sentirlo siquiera.

Mientras Saray escuchaba a Marcos hablar, ideaba un plan para vengarse de Ámbar.

Marcos era lo que necesitaba. El hermano escondido de las leyendas urbanas.

A Marcos le parecía encantadora la sonrisa que Saray le regalaba entre oración y oración, y le agradaba mucho sentirse escuchado; lo que no sabía, obviamente, es que Saray sonreía por un futuro sangriento y prestaba tanta atención por pistas escondidas entre sus palabras.

—¿Me das tu número?

Cuando se iban a separar y cada uno irse por sus respectivos caminos, Saray aprovechó la oportunidad.

Marcos se mostró sorprendido.

—Claro, ¿por qué no?

Porque te quiere matar, idiota.

La Verdadera Inspiración De ÁmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora