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—¿La impresora ha terminado ya?—medio gritó Ámbar, desde el baño.

Llevaba ya tres horas esperando a que se terminara de imprimir el manuscrito.

En ese tiempo, le había dado tiempo a tomarse una ducha con pelo incluido y a estilizarlo.

Se hizo rizos, pero no le gustaron.

Se lo planchó, pero le parecía demasiado soso.

Al final se hizo una trenza momentánea para ver si conseguía algunas ondas.

Se escucharon los pasos de Marcus por la casa.

—¡Quedan veinte páginas!—gritó en respuesta.

—Genial—murmuró, mientras decidía qué ponerse y finalmente, se dejaba el pelo recogido en la trenza.

Normalmente, los manuscritos se entregan digitalmente. Esa era una ventaja que la tecnología le había otorgado al mundo literario.

Pero no, Ámbar no iba a aprovecharla.

Prefiría joder a Melissa y entregarle el manuscrito en papel.

Finalmente lo había terminado. Se parecía más a una versión cutre de "Crimen y castigo" de lo que quisiera admitir, pero ella estaba conforme.

Había dejado salir toda su imaginación y si no le había sido suficiente para crear una obra maestra, sí para ser ella misma dentro de ese mundo de papel.

Terminó de ponerse los zapatos y se fue a la sala donde guardaban la impresora.

Emitía un ruidito raro, y tan solo esperaba que estuviera soltando los papeles limpiamente y no como la última vez, con manchas enormes por doquier y el texto en un gris claro que no te permitía distinguir el papel de la letra.

Después de que Nicolás se haya ido, tanto Marcos como Ámbar durmieron plácidamente.

Acordaron más tarde hablar sobre todo lo ocurrido y cómo debían proceder en el futuro y, aunque les hubiera encantado acostarse con la mente en blanco, les dolía a ambos la cabeza por pasar la noche en vela.

Marcos se reprendió mentalmente por llevar un estilo de vida tan caótico últimamente.

Algo que siempre le había caracterizado era ser tan diferente a su hermana en eso.

A él no le iban las fiestas, los conciertos, la moda, la fama o el alcohol.

A él le iba más pasarse las tardes paseando o admirando el paisaje o, simplemente, disfrutando de su compañía.

Pero ahora, por culpa del pequeño error de su hermana, le era imposible volver a la rutina.

Y especialmente, por haber dejado el instituto.

Lo hizo convencido de que sería buena idea, pero cada vez se le hacía más extraño no volver a ver la cara de sus compañeros de clase o no sentir la necesidad de hacer los deberes de matemáticas.

Sacudió la cabeza, en un intento de alejarse de esos pensamientos.

Ya volveré a estudiar cuando todo esto haya pasado, intentó consolarse.

Cuando la impresora hubo terminado y Ámbar puesto los folios en una especie de carpeta rara, Marcos le sonrió desde la puerta cuando se iba a despedir de ella m.

—¿Estás nerviosa?

—No lo sé.

—Esta mañana te escuché llorar.

—¿Ah, sí?—Se hizo la distraída.

—Siempre lloras cuando terminas de escribir un libro.

—¿En serio?

La Verdadera Inspiración De ÁmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora