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Ámbar respiraba pausadamente para intentar mantener la calma.

Memorizó la cara del hombre y entró al restaurante sin una estrategia en mente.

Se lo encontró sentado solo, en la mesa once, como bien le había dicho Lucas, y mirando el reloj constantemente.

Se acercó a la mesa y se sentó en la silla de enfrente.

El hombre se quedó mirándola, con el entrecejo fruncido.

—No te esperaba a ti, bebé—le dijo, relajando su frente—, pero me conformo.

Ámbar aguantó las ganas de vomitar.

—Conmigo no solo vas a quedar conforme—dijo lo más sensualmente posible, ignorando las arcadas.

Lucas le había dicho que iba siempre a ese restaurante, se sentaba en la misma mesa, pedía lo mismo y esperaba lo mismo: una rubia.

Ámbar, para la desgracia del hombre, no era rubia, pero sí guapa.

Se preguntó qué les había llevado a tal equivocación, si él era tan conocido en esa agencia y sus gustos eran tan obvios.

Ignoró sus pensamientos. Lo que le habían traído era precioso también. Aunque lo que tenía puesto no le quedaba especialmente bien, se dijo.

Tanto Ámbar como el hombre mantuvieron una conversación corta que portaba más mentiras que flirteo y, os aseguro por las ganas de vomitar que Ámbar sentía, eso era decir mucho.

Acabaron saliendo del restaurante sin pedir nada y enrollándose en mitad de la calle mientras Ámbar lo conducía como podía al callejón donde Lucas tenía que matarlo.

Gritó un poco cuando sintió el cuchillo atravesarle la piel, pero tanto el gritito como su alma se esfumaron sobre la boca de Ámbar cuando murió.

Ámbar sintió asco, pero estaba más concentrada en meter al hombre en el contenedor mientras Lucas limpiaba el lugar.

Lo que había pasado le dejaría traumada, seguramente, pero ya pensaría en eso más tarde.

Salieron lo más sigilosamente posible del callejón.

—Puedes irte a casa si quieres—le dijo Lucas mientras volvían a serpentear las mismas calles que atravesaron hace a penas unas horas.

—Mi móvil está en tu casa, ¿recuerdas?

—Joder, es verdad.

—¿No me vas a decir nada?

—¿Debería?—preguntó extrañado.

—¿Ni un "Gracias por tu ayuda"?

—Llevo matando semanas en contra de mi voluntad y nadie me ha agradecido nada.

—Porque nadie te tiene que agradecer por asesinar, Lucas. Ni que estuvieras obligado.

Lucas le lanzó una mirada que Ámbar no entendió.

—Pues tú tampoco deberías ser agradecida por lo mismo que hago yo. No eres especial, asesina.

Y no volvieron a hablar en el resto del camino.

Gracias a Dios, nadie les había reconocido ni en el camino de ida ni el de vuelta, así que llegaron sin contratiempos al apartamento de Lucas.

Ámbar subió, se cambió de ropa y cogió su móvil lo más rápido posible.

Tan rápido que ni siquiera se dio cuenta de que el móvil de Lucas nunca estuvo junto al suyo.

Salió casi pitando de esa casa y esperó que no tuviera que volver nunca más.

Lucas le hacía sentir demasiado mal consigo misma, y a su vez, ser demasiado mala.

Ayudando a asesinar.

Eso estaba haciendo Ámbar. Ser cómplice.

Se mordió el labio y marcó el teléfono del chófer, para que fuera a buscarla.

No tardó mucho, y para cuando estaba de camino a su casa, empezó a revisar las notificaciones que tenía.

Tenía cinco llamadas perdidas de Melissa. ¿Y esta que quería de nuevo?

La llamó.

—Es un libro precioso—le soltó de golpe.

—Ah. Gracias. Eso es lo más bon...

—Pero no me vale.

—¿Por qué?

—¿Ahora te dedicas a mentirle al público en las entrevistas y a escribir sobre filosofía? No te va. No conocía esa faceta de ti.

—No creo que se molesten por eso.

—Sí que lo harán. Los conoces. Están locos y obsesionados contigo.

—No creo que sea para tant...

—Hazme caso, joder. Si publicamos ese libro estás arruinada. Arruinada—Hizo hincapié en todas las sílabas—. Tu escribes sobre mujeres fuertes, no sobre reflexiones sobre el arrepentimiento y lo que eso puede provocar.

—Pero estoy segura que la gente querrá leer todo eso.

—Sí, claro, para asegurarse de no tener que volver a leerte.

—Joder, Melissa, no creo que sea para tanto.

—Sí que lo es. Escribe el libro ese sobre asesinatos que spoileaste en la entrevista y ya. Ese libro lo publicaremos más tarde, cuando te decidas a hablar sobre tu intento de suicidio.

—Eso no pasará.

—Sí lo hará y lo sabes.

Ámbar maldijo por lo bajo.

—No puedo escribir ese libro.

—Sí que puedes. Y lo harás, Ámbar. Te juro que lo harás—Y le colgó.

Ámbar quiso gritar de la frustración, pero no quería asustar al chófer.

Llegó a casa y lo primero que quería hacer era fundirse en un abrazo con su hermano, pero no se lo encontró por ninguna parte.

El instituto, claro. Dijo que iría al instituto, pensó mientras se dejaba caer encima del sofá.

Vaya maldición.

Ahora tenía que escribir el puto libro que tanta desgracia le había causado.

Se miró la muñeca durante un par de segundos y luego desvió la mirada.

Eso ya no importaba.

Escribiría igualmente.

La Verdadera Inspiración De ÁmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora