En la mayoría de libros, a los narradores les encanta espaciar los períodos de inacción en cantidades de tres meses.
"3 meses después..."
Algunos, que optan por alargar el tiempo, prefieren los "6 meses después..." o incluso "2 años después...".
¿De verdad el cambio debía darse después de una cantidad de tiempo tan específica? ¿Qué diferencia el día 89 del 90? ¿Por qué el cambio no se produce el día 75, por ejemplo?
Eso no importa porque, 114 días después de esa llamada que sacudió el corazón de Ámbar, la vida de nuestra escritora pasó de la inacción a la acción.
Ámbar se había pasado esos tres meses y un poco más escribiendo.
Se encerró en su casa, pero no desgraciada como lo hizo anteriormente, sino renovada, con esperanza.
Aprendió a sentirse agradecida por lo que la vida le había otorgado; por tener más tiempo para arreglar sus errores.
No volvió a habar con Lucas, pero sabía que él ya se había encargado del último asesinato y que ya no la buscaría más.
Sí que habló con Nicolás. Él fue siempre un apoyo y en ese momento era ella la que tenía que ayudarle a él.
Estaba desesperado porque su superior había perdido a su hija. Al principio se pensó que fue un secuestro, o una escapada inocente, pero cuando encontraron su cuerpo en una escombrera, el pobre jefe de Nicolás había sucumbido a los nervios y al dolor y, por consiguiente, Nicolás también.
Ámbar le daba palmaditas en la espalda y le susurraba palabras de consuelo: "Encontrarás al asesino, ya verás" o "No te preocupes, la verdad saldrá a la luz".
¿Pero cómo le podría explicar Ámbar que la asesina era en parte ella y que la verdad la escondía ella también?
La policía, poco a poco, había ido encontrando los cadáveres. Era, casi, como si fueran guiados hacia los restos.
Ámbar no quiso pensar en ello y tan solo se concentró en ser una amiga comprensiva. A veces pasaba a la comisaría para comer con Nicolás y saludaba a su superior.
Él era un buen hombre, y su hija también.
Lástima que ni ella ni Lucas hubiesen tenido escrúpulos.
Como el plan de Marcos se había medio ido al garete y no pudieron nunca conseguir las pruebas suficientes, lo único que les quedaba era estirar su único contacto con la justicia: Nicolás.
No sabía ni cuándo ni cómo, pero le diría una parte de la verdad a Nicolás y, si tienen suerte, las pruebas halladas en algunos escenarios de los múltiples crímenes guardarían algo que mostrara que Lucas fue el asesino.
Ámbar tan solo esperaba que nunca cotejen la saliva que habían encontrado en el muerto del callejón. Ni los pelos castaños encontrados en las muñecas de la hija del superior.
En fin, que mientras Ámbar hacía de su vida lo más normal posible y trataba, bajo todos los medios, disfrutar de lo que, seguramente, sean sus últimos momentos en libertad, una tarde de lo que fue los primeros inicios de septiembre, recibió una llamada.
Melissa.
—He leído ya tu nuevo manuscrito.
—¿Y?
—Perfecto. Lo has hecho genial.
La gracia de estos tres meses de alejamiento total de la humanidad fue eso: su renovada amistad con Melissa.
Al final, resultaba que ni se drogaba ni que fumaba ni que la odiaba ni que le deseaba la muerte.
Tan solo que Melissa era así de cruel con todo el mundo la mayoría de veces.
La minoría del tiempo, aquel en el que se mostraba suave y comprensiva, lo limitaba para las personas a las que, según ella, merecía la pena tratar bien.
Ámbar fue una de ellas cuando Melissa irrumpió en su casa después de la llamada que tuvo con su madre, la encontró en tal estado y la abrazó, en vez de mofarse de ella.
Fue extraño para ambas, pero ninguna de las dos olvidará nunca lo bien que se la pasaron a su manera, entre tantos libros y tantas ideas y tantos sueños perdidos.
Melissa no quería ser una simple encargada. Nunca quiso serlo. Ella quería ser periodista. Pero sus ideales no se lo permitían. ¿Cómo iba a ponerse enfrente de una cámara a decir mentiras, si ella sabía que lo que estaba contando estaba tan alejado de la verdad?
El único trabajo que consiguió fue ese.
Al principio lo odiaba, pero luego aprendió a conformarse.
—La gente se va a volver loca, ya verás. Me han encantado los personajes, son tan... —Soltó un gritito—, no sé, me encantan.
Ámbar había seguido el hilo de su primera idea.
Dos hermanos que se la pasan matando a gente que se dedicaba a la trata de humanos.
Unos verdaderos héroes, no como ella.
Adornó todo un poco; un poco de fantasía por aquí, relatos sangrientos por allá y listo.
—Muchas gracias, Meli.
—De nada, Ambi.
—Qué coño. No me llames así.
—Dejaré de llamarte así cuando tú me llames por mi nombre completo. Es un nombre de tres sílabas, ¿de verdad te cuesta tanto decir "Melissa"?
—Cállate ya o te corto.
—Ni se te ocurra.
—Ja. Rétame.
Melissa bufó desde el otro lado de la línea. Ámbar sonrió.
—Te tienes que ir.
La sonrisa desapareció.
—¿Qué?
—Tienes una entrevista en la capital, y esta vez no te la puedes saltar.
—Pero Melissa, no me apetece...
—Me la suda. Tienes que ir. Va a ser la tarde del lanzamiento del libro y eso te garantizará un montón de ventas.
—No me apetece.
—Puedes ir en avión o te alquilamos algún cochazo de esos que a ti tanto te gustan, lo que prefieras.
—Tía.
—También podemos sugerirte un escolta. Podemos pedírselo a Nicolás.
Ámbar pestañeó lentamente.
—¿Qué?
—Oye, cámbiate de compañía. Parece que la tuya no funciona.
—Nunca he tenido un escolta.
—Pues ya es hora que lo tengas.
—Sigo sin entender por qué tiene que ser un policía y, concretamente, por qué tiene que ser Nico.
—Nico...¡Nico!... ¡Porque me muero por ti, Nico!—dijo Melissa, con una voz melodramática.
Le arrancó una risa a ambas.
—No, ya, pero ahora en serio, ¿por qué?
—Un favor que te hago. Aprovecha este tiempo para pasar tiempo con el que te gusta y ya, cariño.
—Que no me...
—Ya, ya, lo que tú digas—Y le cortó.
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La Verdadera Inspiración De Ámbar
Novela JuvenilA Ámbar la conoce todo el mundo y todos susurran su nombre cuando la ven. Todos leen lo que ella escribe y todos quieren saber de qué tratará su siguiente libro. El problema es que Ámbar no sabe sobre qué escribir, y lo único que se le ocurre hacer...