31

2 0 0
                                    

—¿No estás nervioso?

Nicolás negó con la cabeza, pero era más que evidente.

—Es mi primera vez en un avión.

Desde la conversación compartida que tuvo Ámbar con su hermano sobre por qué debería dejar de verse con Saray, no había pasado gran cosa.

Ahora se encontraba, una semana más tarde, sentada en un avión en asientos de primera clase y con un atractivo policía a su lado.

Ámbar no sabía por qué, incluso llegó a pensar que tal vez Nicolás no estuviera interesado en ella o algo así, pero desde la comida que tuvieron la semana pasada a penas habían vuelto a hablar.

¿Nicolás no es capaz de manejarse con ella después de que "se haya declarado"? ¿O era más bien que ya no le gustaba y no sabía cómo decírselo?

Ámbar se retorcía por las noches en la cama, pensando en qué estaba yendo mal.

Pero al final todo ese pensamiento fue en vano, porque la mañana del vuelo Nicolás pasó a por ella con una gran sonrisa en la cara y con ganas de viaje.

Pero la sonrisa le había desaparecido, en ese momento.

Estaba más blanco que la cal y sudaba frío.

—¿Estás bien?

Carraspeó antes de hablar.

—Sí, sí. Claro.

—Pues no lo parece.

—Entonces no sé por qué preguntas.

Ámbar arrugó el entrecejo. Ese tono no le había gustado nada de nada.

Nicolás se apresuró a corregirse.

—Quiero decir, gracias por preguntar, Ámbar.

—¿Qué te pasa?

Nicolás tragó saliva.

—Cuando estoy nervioso suelto lo primero que se me viene a la cabeza.

—Y lo primero que se te viene a la cabeza cuando te pregunto cómo estás es eso, ¿no?

—Sí... ¡Digo no! Es que estoy irritado, perdón.

—¿Por qué?

—Me da miedo montar en avión.

—Pero si es tu primera vez montando.

—Sí, por eso mismo: El miedo a la primera vez.

—Todo estará bien, no te preocupes. Gracias por acompañarme.

—Siempre será un placer acompañarte.

—Gracias—Le sonrió.

Ámbar había pensado que el momento perfecto para empezar a soltarle información a Nicolás sería en el viaje de vuelta, que harían en coche. Aprovecharía que harían una parada en el pueblo de su madre y así podría explicarle toda su historia, desde el principio hasta los extraños movimientos que estaba teniendo Lucas últimamente.

Nicolás, en cambio, no quería esperar tanto. Se lo puso en bandeja. Y Ámbar no quiso desperdiciar la ocasión.

—¿Tú has volado antes?

—Sí, claro. Es más fácil llegar a la capital si vas en avión, ¿sabes?

—¿Y has ido muchas veces?

Ámbar sonrió.

—Sí, mis lectores me lo piden.

—Tus fans, dirás.

—Lo mismo es.

—¿Y quién se encarga de manejar las entrevistas? ¿Melissa o Lucas?

Algo en la mirada de Nicolás cambió al decir Lucas, pero pasó desapercibido para Ámbar.

—Melissa es la que se encarga de eso—Hizo una pausa y luego añadió—: Lucas ya no se encarga de casi nada. Casi no nos vemos.

—Pero él fue de los primeros en venir a verte cuando pasó—Bajó la vista a la muñeca de Ámbar— lo que pasó.

Ámbar siguió su mirada y asintió.

—Sí. Lo sé. Y no sé por qué.

—El hijo de puta te trajo unas flores patéticas de funeral.

—Es muy raro él, ¿sabes?

—Tiene todas las pintas. ¿Por qué sigues trabajando con él? Tipo, con lo famosa que eres, seguro que puedes cambiar de agente.

—No puedo.

—¿Por qué?

—Contratos. Siempre son los malditos contratos.

—¿Y cuándo dejarás de trabajar con Lucas?

Ámbar le sonrió.

—Estás muy preguntón por Lucas, ¿no? ¿No estarás celoso?

Nicolás contuvo una sonrisa.

—Tú misma lo has dicho, es un rarito. No quiero ver a mi nov... amiga con alguien tan sospechoso.

Mi nov...

—Uy, ¿estás en plan detective Nicolás?

—Sí.

—Pues tienes tus motivos para sospechar de él, la verdad.

—Empezando con que es hijo de un sicario y una loca, pues sí. Cualquiera saldría trastornado de una familia así.

¿Qué? ¿Qué acababa de decir?

La sangre había abandonado la cabeza de Ámbar. Estaba pálida y, de repente, todo se veía borroso.

Nicolás puso cara de preocupación.

—¿Ámbar? ¿Estás bien?

La chica volvió en sí. Fingió una cara de horror.

—¿Me acabas... Me acabas de decir que Lucas es...?

—Hijo de un sicario y una loca. Sí.

—Mierda, eso explica muchas cosas...

Nicolás arrugó el entrecejo.

—¿Qué cosas?

—He ido un par de veces a su apartamento. Siempre, pero es que siempre, huele a lejía. Al principio pensé que era porque le gustaba ser limpio pero luego caí en que él siempre había sido una persona desordenada y... ¿Cómo decirlo? Caótica. Luego está que ha dejado de venir a mis entrevistas y a tener vida social y eso es algo muy raro en él. También está más esquivo e irritado de lo normal. De hecho... —Se llevó la mano al cuello y se acarició la zona en la que unos meses antes tuvo un cuchillo amenazando con desangrarle. Nicolás siguió con la mirada la mano de Ámbar—. Él me atacó una vez. Con un cuchillo. Le perdoné porque me dijo que su padre se había suicidado y que se sentía mal, pero creo que nunca debería haberlo hecho.

Nicolás acunó las mejillas de Ámbar entre sus manos.

—¿De verdad te ha atacado?

Ámbar asintió.

—¿Por qué no lo has denunciado?

—Me prometió que no lo volvería a hacer.

—¿Y lo volvió a hacer?

—No. Cumplió su promesa.

Y Nicolás también cumpliría la promesa que se había hecho a sí mismo.

No sabía en qué momento de debilidad había llegado a su vida Ámbar como para que haya sentido tanta devoción por ella.

Estaba claro que tanto su hermana como Victoria tenían razón.

Ámbar era una manipuladora.

Y ahora estaba en sus manos dejarse manipular o no.

La Verdadera Inspiración De ÁmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora