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Ámbar observaba el techo de su habitación mientras se debatía mentalmente.

¿Debería llamarla? ¿La echaría de menos? ¿Lloraría al saber de ella? ¿Le echaría en cara su decisión?

Negó con la cabeza mientras marcaba el número con lentitud.

Nunca lo sabría si no la llamaba. 

¿Qué sentido tiene vivir pensando en el "¿Y si...?" y no haciendo aquello que tanto quiere hacer?

No quería morir arrepentida. 

—No quiero morir—se corrigió—, más arrepentida de lo que ya estoy.

Terminó de marcar el número y esperó, un poco nerviosa, a que su madre respondiera.

—¿Diga?—preguntó, después de que el tono de la llamada haya sonado por unos segundos demasiado largos para Ámbar.

—¿Mamá?—Tenía miedo en la voz.

—¿Marcos?—Tenía ilusión en la voz.

—No, no. Ámbar. Soy Ámbar—Le tembló la mano con la que sujetaba el móvil.

—Ámbar...—A varios y varios kilómetros de allí, a ella también le tembló la mano.

—Mamá, lo siento mucho...—Y rompió a llorar, y su madre lo hizo con ella también.

La última vez que se fueron fue hace tanto tiempo, y lo hicieron todo tan mal que ambas se iban a la cama a veces pensando en cómo podría haber salido todo tan desastrosamente.

Ámbar fue siempre rebelde.

No le hacía caso a su madre. La llamaba por su nombre; "No quiero, Elena", "No puedes obligarme, Elena", "Atrévete, Elena", le decía una y otra vez, con veneno entre cada letra y una crueldad ilimitada.

A la Ámbar de ese entonces le costaba asimilar que sus padres ya no estaban juntos. "Mamá, mamá, ¿por qué ya no quieres a papá?", le preguntaba al principio. "Elena, Elena, ¿de verdad fue la culpa de papá?", le preguntaba más tarde.

Su padre le había sido infiel a su madre cuando Marcos sufría de una enfermedad desconocida que estaba a punto de matarlo.

Ámbar no entendía cómo había sido él capaz de actuar así, pero entendía menos por qué su madre primero le perdonó y, ya más tarde, decidió abandonarlo a él, a su hermano y llevársela consigo a un pueblo perdido.

Tuvo que pasar mucho tiempo, pero que muchísimo tiempo, hasta que Ámbar lo entendió.

Los seres humanos sienten y padecen y luchan y se rinden.

Ámbar tuvo que experimentar qué era exactamente sentir emociones, alejarse de la protección que le otorgaba su madre y ser un ser normal para saber que su madre sufrió a su manera.

Elena encontraba la paz cuando estaba sola; no pretendía herir a su hija cuando le dijo que ojalá no la hubiera tenido, ni tampoco pretendía instigarle nunca a que acabara con su vida.

Pero lo hizo. Se lo dijo. Y Ámbar no supo manejar la situación.

Elena trató mal a su hija, pero Ámbar la trató horriblemente mal.

No atendió a causas, a razones o a lloros.

Tan solo veía su propio dolor.

¿Qué sentido tendría entender a su madre en ese momento si ella misma lidiaba con los peores de sus demonios internos?

Pero la vida es así, comprendió al fin. La gente tomaba decisiones que luego aborrecerán, le harán daño a personas que quieren y se odiarán por ello.

Hace muchas noches, Victoria se había equivocada; no había gente como ella. A ella no le habían criado para aprovecharse de los demás ni para defenderse ni para sobrepasarse con la gente.

Ella, dentro de lo que cabe, se había limitado a sobrevivir nada más.

No tenía esa vida que todo el mundo pensaba que tenía. 

No tenía dientes de oro, no sudaba billetes y no se sentía mejor que los demás.

Tan solo fingía que vivía rodeada de una fortuna heredada que, para ser sinceros, no tenía ni de dónde heredar.

En múltiples ocasiones quiso admitir que todo era una fachada. Que realmente se le daba bien escribir y que no habían sido enchufes lo que le llevó a la fama.

Que fue su pasión y la forma con la que comenzó a ver el mundo lo que la hizo terminar siendo una gran escritora.

Que fue respirar por primer vez ese aire frío característico de la cuidad lo que la hizo convertirse en lo que era ahora.

No fue nadie más.

Fue su propio trabajo y sacrificio.

Pero al público eso no le importa. Ellos preferían adherirse a sus primeras impresiones.

"Ámbar, la rica", "Ámbar, la mentirosa", "Ámbar, la perfecta".

¿Pero cómo podía explicarles Ámbar cuán lejos estaban de la realidad? ¿Cuán poco perfecta fue ella cuando le mintió a su madre para escapar?

Le dijo a Elena que se iba a la universidad. A estudiar lo que su madre siempre quiso para ella; cualquier cosa, pero alejada de las letras.

Elena no quería que su hija fuera escritora. Lo detestaba. 

Así que Ámbar tuvo que mentirle. 

Estaba dispuesta a irse, sin importar qué ni cuán lejos, a donde sea que le acepten su pasión.

Pero Elena no lo entendía ni quería entenderlo.

Por eso la última vez que se vieron lo que su madre le había gritado significó mucho para Ámbar: "Tú no tienes sueños. No llegarás a nada".

Se equivocó, pensó Ámbar cuando Lucas aceptó su manuscrito.

Se equivocó y estaba triunfando.

Y se convirtió en lo que siempre había deseado ser, pero muy lejos de su madre.

Y no quería eso.

—Estoy orgullosa de ti—dijo entre sollozos su madre.

Y eso curó algo dentro de Ámbar que nunca supimos que estaba herido.

Su corazón.

La Verdadera Inspiración De ÁmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora