Capitulo 31

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Nicolás

13 años de edad

Acabo de llegar de la escuela, mi madre como siempre me recibe con un beso sonoro y un abrazo con los que sientes que se te rompen todos los huesos, pero al mismo tiempo son los únicos capaces de curarlos e incluso mejorarlos.

Dejo mi mochila de capitán américa en uno de los sillones para prepararme y disponerme a comer la exquisita comida con la que mi madre me complace. Su sazón es sensacional y no me canso de saborearme y babear cada vez que sirve mi plato, pero a pesar de que ella siempre trata de darme lo mejor puedo notar cuando se siente bien y cuando se siente mal, justo como ahora.

No dejo de observar su mirada melancólica y el enorme circulo morado tirando a negro que se encuentra bastante visible alrededor de su ojo derecho. Soy consciente de los golpes que recibe por parte de mi padre y aunque muchas veces he intentado meterme para defenderla, ella me protege y no deja que él me toque. Una vez lo amenacé con un cuchillo por la manera tan salvaje en la que la trataba. Es la hora y sigo escuchando cada discusión, cada pelea y cada llanto proveniente de mi pobre madre.

Mi cuerpo se tensa cuando escucho la puerta abrirse, y de la calle llega mi padre con su cara de hombre amargado y su pinta de haber estado tomando como casi todas las noches. Desde ayer no lo había visto y ahora sé cuál era el motivo. Se fue a tomar con sus compañeros de trabajo y ahora viene a hacernos la vida imposible a mi madre y a mí. Esto puede ser el pan de cada día, las únicas veces que esta casa permanece tranquila es cuando él no está, creo que son las únicas veces en las que veo a mi madre verdaderamente feliz y en paz.

Margarita Frand, es una mujer luchadora que ha tenido que aguantar golpes y humillaciones por parte de Antoni Klein, mi padre.

—La comida está fría—se queja cuando mi madre le sirve—no sabes hacer nada bien.

Mi madre no le responde, solo hace que no le escuchó y se va a la cocina para terminar de traer las cosas. Comemos en silencio y de vez en cuando le lanzo miradas a mi padre quien pone cara de asco cuando se lleva una cucharada de comida a la boca.

Siempre discute por pequeñeces como: "la comida está fría", "los huevos no están bien cocidos", "al pollo le hace falta sal" y yo solo puedo pensar en cuándo se morirá y nos dejará en paz, para que mi madre y yo podamos ser felices.

Sé que no es correcto que yo como su hijo y con la edad que tengo piense esas cosas, pero no puedo evitarlo, sigo siendo un niño y no he logrado vivir mi infancia como los demás solo por culpa de él. Estoy en un entorno donde solo sé de golpes, donde el amor se recibe mediante gritos y discusiones, ese es el único amor que conozco, y aunque mi madre me muestra algo distinto, no sé cuál es el correcto, si como la trata mi padre, o como ella me trata a mí.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no dejes tu mochila en el sillón?—me habla fuerte—¿es que acaso en esta casa nadie entiende cuando yo hablo?

Miro a mi madre en busca de ayuda.

—Cariño, ve y recoge la mochila—me dice calmada—más tarde hacemos tus deberes.

Asiento con una sonrisa, me levanto y voy por mis cosas.

—Sí, sal de mi vista antes de que te dé un par de golpes por no hacerme caso.

Aquí es donde empiezan las discusiones.

Mi madre no le permite que me hable mal y comienzan a insultarse diciéndose cosas muy desagradables.

—¡Para empezar yo nunca te dije que quería tener un hijo contigo!—le grita mi padre—¡es un bastardo que solo llegó a joderme más la vida!

Heridas [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora