Capitulo 9

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Alix

—Cuenta la leyenda, que la luna y el sol siempre han estado enamorados el uno del otro, pero nunca podían encontrase ni estar juntos, ya que la luna se levantaba cuando el sol se ocultaba. Dios, al ver la tristeza que sentían estos dos astros tan maravillosos, creó el eclipse como prueba de que no existe en el mundo: Un amor imposible.

—Si, como no—se ríe mi hermana—como si esas cosas pasaran.

Me recuerda a la película de Shrek cuando dice esa frase. Suelto a reír y releo la historia. Fue una que buscó mi madre y la escribió en un pedazo de papel. Dijo que desde niña su abuela, quien fue quien la crio, se la leía todas las noches y eso mismo ella lo hacía conmigo. Siempre me hablaba de su familia, se sentía orgullosa de todos, pero cuando le preguntamos donde estaban, ella solo nos decía que muy lejos, luego se encerraba en el baño y trataba de que no la escucháramos llorar, pero era imposible, el dolor salía a través de las cuatro paredes en sollozos cargados de ira y tristeza a la vez.

—¿A qué hora llegaste ayer?—pregunta al ver que me quedé ida en mis pensamientos y dejé de trenzarle el cabello—no te sentí llegar, papá me preguntaba por ti a cada nada y yo no sabía que decirle.

—Si, cuéntanos que hiciste ayer, pequeña—volteo con la voz de mi padre que está recostado en la puerta.

Dejo de amarrarle el cabello a mi hermana y me quedo mirando fijamente a mi padre, este me dedica una sonrisa fingida. Se parece mucho la sonrisa de un bufón, pero de esos que aparecen en las películas de terror y de cierto modo eso causa mi padre cuando sonríe, pánico, porque detrás de esa sonrisa puede que venga una reprimenda. Puede que haga algo que termine de destrozarme el alma, de dañar la poca fortaleza que me queda y la capacidad que tengo de seguir con vida y un tanto estable.

—Sali un rato con mis compañeros de trabajo—le miento tratando de sonar creíble—dijiste que podía salir si cumplía ciertas condiciones y eso he estado haciendo.

Camina lentamente hacia mí y trago grueso cuando se me posa cerca. Puedo sentir mi corazón en la boca y no tengo el impulso de mirar hacia otro lado porque si lo hago, estaría desmintiendo lo que dije, así que mantengo mi mirada clavada en sus ojos, para que no note los nervios y lo acorralada que me siento.

—¿Con tus compañeros?—asiento lentamente—está bien.

Se da la vuelta y se marcha por donde entró. Suelto el aire que ni siquiera sabía que estaba reteniendo. Cierro la puerta para que no pueda escuchar lo que sea que hablemos mi hermana y yo de ahora en adelante. No quiero que nos tome por sorpresa otra vez. Sinceramente no me apetece hablar, así que cuando vuelvo a tomarle el cabello a mi hermana, hago lo que hace tiempo no hacía.

Cantar.

Haces que mi cielo vuelva tener ese azul

Pintas de colores mi mañana, solo tú

Navego entre las olas de tu voz y

Tú, y tú, y tú

Y solamente tú

Haces que mi alma se despierte con tu luz

Tú, y tú, y tú

—Hace tiempo no te escuchaba cantar, Alix—es la primera vez que lo hago desde que mamá murió—tienes una voz preciosa.

Amaba cantar con todas mis fuerzas al igual que bailar, pero ya no era lo mismo desde su partida y empecé a deshacerme de las cosas que me hacían feliz al lado de ella. En cierta forma le guardo un poco de rencor por no prevenirme de la bestia que tenía como esposo y yo como padre. Cantar se siente bien, se siente como volver a ser yo, como volver a esos días en los que era feliz haciendo lo que me gustaba, en los que le cantaba a mi madre para calmar sus dolores o porque ella quería escucharme.

Heridas [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora