Epílogo

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Querido Louis,

Mi amado hijo, ¿cómo estás en estos días? No he partido aún y ya siento tu ausencia como un vacío en mi ser. Desde que tu padre nos dejó, mi corazón ha sido como un cascarón vacío que deambula sin rumbo. Estoy segura de que también me extrañas.

Perdóname si no he sido la mejor madre en estos tiempos difíciles. Pero como te he repetido en cada carta, te amo profundamente. Eres mi tesoro más preciado, mi bendición más grande, y el sueño más perfecto que la vida me ha regalado. Prometí que mi primera carta sería la única, pero aquí estoy nuevamente, incapaz de contener estos sentimientos y el deseo ferviente de que no me olvides, ni olvides cuánto significas para mí.

A pesar de todo, deseo que me recuerdes de otra manera. No como un espectro que vaga por un palacio vacío, sino en momentos de belleza y calidez. Cuando una brisa de verano acaricie tu rostro, cuando contemples un atardecer donde el sol se despida con melancolía, cuando sientas el abrazo reconfortante de alguien que te ama, o incluso cuando la suavidad de una prenda te envuelva y te dé consuelo. Recuérdame en los buenos momentos y también en los malos, pues deseo que mi recuerdo te reconforte en la soledad y te acompañe en la felicidad.

Eres mi creación más perfecta, y te amo con cada fibra de mi ser, con cada latido de mi corazón que ahora anhela tu cercanía.

Espero de todo corazón que seas feliz, mi querido hijo hermoso, y que recibas el amor que mereces con cada paso que das en esta vida.

Con amor eterno,

Mamá Mary.





Cinco meses después

Louis miró la carta con una sonrisa que nunca creyó posible. Por primera vez, el dolor no le atravesaba el corazón al leer las palabras de su madre. La nostalgia estaba allí, pero era una nostalgia reconfortante, llena de amor y de buenos recuerdos.

Los últimos meses habían sido un torbellino de actividad, un caos ordenado que llenaba su vida de un vigor renovado. Sus nuevos deberes como Rey eran agotadores: los documentos, los eventos, las audiencias. Cada tarea le dejaba exhausto, pero se sentía más vivo que nunca. La responsabilidad, aunque pesada, le llenaba de una satisfacción que no había conocido en años. Por primera vez en mucho tiempo, Louis se sentía completo.

La aceptación por parte de los nobles, aunque al principio incierta, había comenzado a consolidarse. El respeto que le mostraban tras aquel dramático episodio en el salón real era palpable. Si alguno de ellos guardaba resentimiento, Louis no lo percibía.

Harry, su Rey Consorte, era un apoyo inestimable. Con su encanto natural y su habilidad para manejar las situaciones más tensas, se convirtió en un pilar fundamental en el reino. Siempre a su lado, lograba desarmar los conflictos y llevar consuelo en los momentos difíciles, todo mientras mantenía una sonrisa que embelesaba a todos.

Louis casi lo había perdido, cuando un grupo de insurgentes invadió el Parlamento y lo secuestró. Harry había pasado esos días en una agonía indescriptible, temiendo que nunca volvería a ver a su amado omega.

Cuando Alec llegó a Haversham Hall con noticias de él, Harry casi lo echó, pero su desesperación por ver a Louis superó cualquier desconfianza. Esperó con ansias el momento en que regresara a su hogar, y cuando finalmente lo hizo, Harry pudo respirar nuevamente.

La sombra de la tragedia pasada todavía se cernía sobre ellos. Louis recordaba vívidamente el terror de haber sido secuestrado, la angustia que Harry debió haber sentido. Alec había sido un inesperado salvador, pero la desconfianza inicial había dado paso a una alianza sólida.

Los sobrinos de Louis, en cambio, se habían alejado. La prisión de Leopold había sido un golpe duro, pero necesario. Margaret y Alex, aunque entristecidos, entendieron la gravedad de los actos de su hermano. Se despidieron y se retiraron a las afueras de la capital, buscando paz lejos del caos de la corte.

Peter, su medio hermano, había sido condenado a una reclusión indefinida en una isla de alta seguridad, muy lejos de Inglaterra.

Louis suspiró, dejando la carta a un lado mientras miraba por la ventana. El jardín del palacio estaba en su pleno esplendor, con el sol brillando cálido, los pájaros cantando y las flores floreciendo. ¿Qué más podría desear?

—¿En qué piensan? —La voz suave de Harry le llegó desde atrás, acompañado de un abrazo que rodeaba su abultado vientre. Un beso tierno bajo el mentón le hizo sonreír.

—Solo reflexiono sobre lo afortunado que soy —respondió Louis, girándose para mirar a Harry.

El alfa tomó la carta de su mano y la leyó rápidamente, una sonrisa suave jugando en sus labios.

—Me hubiera gustado conocerla. Aunque probablemente hubiéramos competido por ver quién te ama más. A ti y al bebé. Sería una batalla épica.

Louis soltó una carcajada, sus manos aferrándose a los antebrazos de Harry.

—Eres ridículo —murmuró contra sus labios antes de besarlo suavemente. —Te amo.

—Yo te amo más.

—Lo dudo —susurró Louis, inclinándose para otro beso.

El sonido de un carraspeo interrumpió su momento.

—¡Agh! Basta, nos dan náuseas —gritó Alec desde el sofá, junto a Charles, quien se reía.

Louis se giró entre los brazos de Harry.

—Había olvidado que estaban aquí —dijo con un tono divertido.

Alec le guiñó un ojo y Louis volvió a mirar a Harry, sus brazos colgando del cuello de su esposo, quien lo miraba con una adoración pura.

Aún le resultaba difícil creer que estuviera allí, que todo lo que había sufrido hubiera valido la pena. Se inclinó nuevamente, rozando su nariz contra la de Harry, su pequeño vientre de cuatro meses entre ellos.

Habían pasado por tanto, y por primera vez, la felicidad era completamente suya.



FIN

Intrigues of Nobility 〔omega!louis〕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora