Capítulo Dos

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Louis observó sus manos arrugadas mientras permanecía sentado en la tina del baño, sumergido en el agua tibia. El aroma de las sales de lirio y los aceites de naranja le picaba ligeramente en la nariz.

Una sensación de melancolía se apoderaba de su pecho, como una pesada losa que lo oprimía. Hacía días que no disfrutaba de ninguna actividad; apenas encontraba alegría en las monerías y ocurrencias de sus primos. Desde que había regresado del extranjero, forzado por las circunstancias, se sentía sumido en una profunda tristeza. Extrañaba la sensación de libertad que le proporcionaba vivir en un pueblito, rodeado de gente amable y cálida que no tenía idea de quién era él. No existían las etiquetas ni la constante presión de casarse, que parecían respirarle en la nuca.

Louis sabía que nunca se casaría. Jamás. Pero, de alguna manera, el matrimonio se presentaba como la única vía de escape de los brazos asfixiantes de su pasado. Y se encontraba, una vez más, ante la misma encrucijada: casarse para huir o quedarse para sufrir.

Louis había emprendido su viaje al extranjero hacía casi tres años, y recordarlo era como evocar una bocanada de aire fresco tras estar sumergido en la opresión. La sensación de anonimato lo había envuelto como una suave neblina, una droga embriagadora que lo había mantenido en éxtasis. Allí, había conocido a toda clase de personas: ancianas campesinas con historias que contar, jóvenes de belleza natural pero sin la sofisticación de la alta sociedad, hombres de aspecto rudo pero de corazón noble, entregados a sus labores sin entrometerse en la vida de los demás. Y los niños... Oh, los niños eran la luz que iluminaba cada rincón de las calles polvorientas, llenándolas de risas y alboroto. Eran genuinamente felices con tan poco, una lección que calaba hondo en el corazón de Louis.

Sin embargo, junto a esa dulce melancolía de los recuerdos, una sombra se cernía sobre él: la imposibilidad de tener hijos propios. Una parte de su ser, la parte instintiva y animal de su naturaleza omega, ansiaba la paternidad con fervor, mientras que la mitad racional de su ser sabía que tal destino le estaba vedado. Louis entendía que nunca podría ser un padre adecuado; no sentía en sí mismo la capacidad de amar a un hijo cuando él mismo no había conocido ese tipo de amor. El único amor que había conocido lo había herido profundamente, y no podía concebir traer a un niño al mundo si no era capaz de ofrecerle un amor verdadero y completo.

Louis observó con tristeza las cicatrices en sus rodillas, marcas indelebles de castigos pasados que seguían grabados en su piel como un recordatorio constante de su sufrimiento. Pasó los dedos con suavidad sobre una de las rodillas, sintiendo el relieve de los huecos redondeados que habían dejado su huella indeleble. Si tan solo la gente pudiera ver esas simples marcas, pensó con resignación, se darían cuenta de que la verdad era muy diferente a los chismes que circulaban sobre él.

Cada día parecía traer consigo una nueva historia inventada, una nueva acusación sin fundamento que manchaba su reputación. Louis se preguntaba con desánimo por qué era el blanco de tantas habladurías. No entendía qué había hecho para merecer tal tratamiento, pero sabía que en la alta sociedad, la verdad era a menudo eclipsada por el sensacionalismo y los prejuicios.

Louis no pudo evitar recordar al otro hombre que sufría de chismes sobre su persona: el vizconde Styles. Aunque en su caso, los rumores parecían tener cierto fundamento, podía comprender su aversión a asistir a reuniones de sociedad. Un hombre como Harry, pensó Louis con cierto desdén, pertenecía más a las intrigas de alcoba de una dama casada que a un inocente picnic en medio del campo, rodeado de la mitad de la corte.

En ese momento, un suave golpe resonó en la puerta del baño.

—Su señoría, el tiempo apremia —anunció la suave voz del sirviente omega llamado Frederick desde el otro lado de la puerta.

Intrigues of Nobility 〔omega!louis〕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora