"Capítulo 24"

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Un mes.

Un mes entero desde aquel día en el rascacielos.

Todo ha ido excelente, hasta yo me sorprendo, pero nos va de las mil maravillas en nuestra relación. Sin contar una vez en que me molesté con Matteo hace un par de semanas porque quería tirar a Anacleto desde el balcón, según mi novio porque al final resulta que sí le presto más atención al pobre animal que a él.

Mentira. Yo los amo por igual.

Es miércoles por la tarde, y estoy sola en el departamento ya que la zorra de aquella vez llamó a Matteo y le insistió tanto que él terminó yendo a comer con ella.

Sí, la tal Jessica.

Así que aquí estoy, en mi departamento, con un humor de perros porque han pasado dos horas y no acaba de llegar.

El suelo está siendo castigado por el talón de mi pierna, que lo taladra una, otra, otra y otra vez, mientras que mis manos reposan sobre mis rodillas y mi cara descansa en la palma de estas. Anacleto me mira a través desde su jaula encima de la mesa de centro del salón, y yo lo observo frustrada desde uno de los sofás.

Suspiro.

—¿Cambiamos de vidas? —le pregunto a Anacleto, que intenta escalar agarrándose de la paredes de la jaula.

El timbre suena, así que salgo como una flecha a ver quién es.

Tranquila, que no se nota que estás desesperada.

—¡Hola! Llegó el amor de tu vida.

—Ah, hola Zack. —me fijo en que trae una perrita amarrada de una correa. Me agacho a acariciarla—. Hola a ti también, bonita.

—¿Esperabas a alguien? —inquiere al caminar por el pasillo con su perrita detrás suyo—. Tu voz suena como si no estuvieras encantada de verme.

—A Matteo. —respondo su pregunta—. ¿Esa es Tracy? —señalo a la perra mientras camino detrás de ellos.

—Sí. —se detiene y se gira—. ¿Verdad que es hermosa?

Tracy es una perra de alrededor de medio metro, con un pelaje hermoso de color gris y blanco, con zonas negras, muy peluda, orejas grandes, ojos azul claro, y el lomo ancho.

Me doy cuenta de que, efectivamente, tiene amputada una de sus patas traseras y recuerdo con algo de nostalgia lo que Zack me dijo hace unas semanas.

—Sí, lo es. —contesto—. Más que tú.

—¿Disculpa? —se ofende.

—Sí, te disculpo. —sonrío con burla y paso por su lado para llegar al salón—. Ten cuidado que Tracy no asuste a Anacleto.

—¿Quién es Ana...? —se detiene abruptamente—. ¡Ah, un hámster! —grita al verlo.

—Cálmate, Zack, que asustas a Anacleto. —le digo al ver cómo mi hámster se pegó a una de las esquinas de la jaula.

Pobrecito. Me acerco a él y lo saco de la jaula para cargarlo. Me dirijo con él en manos hasta Zack.

—¿¡Ese es Anacleto!? —se escandaliza.

—Sí.

—¿Y luego soy yo el de las mascotas con nombres horribles?

—Anacleto es hermoso tanto como su nombre. Míralo. —le acerco al hámster.

Lo toma en sus manos.

—No mereces ese nombre tan feo, Anacleto. —le habla.

La puerta vuelve a ser tocada, así que me dirijo rápidamente a ella. Solo que no es Matteo.

Un Error que volvería a cometerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora