—Bueno... Pues al parecer no hay ningún error. —murmura Matteo desde el sofá paralelo al de donde yo estoy, revisando la documentación que saqué de mi maleta donde afirma que renté el depa—. Oficialmente, los dos somos los dueños del departamento.
—Pues sí. ¿Qué hacemos, entonces? A mí nadie me dijo que tendría que compartir mi piso con alguien.
—Créeme guapa, a mí tampoco. —suspira y extiende los brazos en el respaldo del sofá—. De todas formas, llamaré a la empresa inmobiliaria para ver qué coños está pasando aquí.
—De acuerdo...
—Mientras tanto, si quieres, puedes cambiarte, ducharte, dar volteretas, hacer un picnic, lo que quieras. Te avisaré en cuanto sepa algo. Tu habitación es la primera, la mía es la segunda porque está más cerca del baño. Si tienes algún problema o duda puedes buscarme. ¿Algo más señorita?
Matteo se levanta del sofá. Yo también lo hago y le persigo, mientras ambos nos encaminamos por el pasillo.
—De hecho sí. Dos cosas; uno, vístete. Y dos, me llamo Émery.
Él detiene sus pasos y se voltea para mirarme a los ojos.
—Émery... —dice mi nombre lentamente, como si saborease cada sílaba—. Es bonito. Me gusta.
Dijo. Que. Mi. Nombre. Es. Bonito.
Me sonrojo visiblemente. ¿Mi nombre le parece bonito? ¿En qué sentido? ¿Bonito, de bonito? ¿O bonito, de bonito para burlarse? Porque normalmente, las personas a mi alrededor decían que mi nombre es raro. Como si lo hubieran sacado de un cómic o algo así. Sin embargo, mamá siempre me decía:
"No les prestes atención hija. En el fondo te envidian. Tu nombre es especial y por eso te lo puse". Esas palabras me hacían sentir mejor, hasta que un día mi padre me confesó que mi madre sacó el "Émery" de una telenovela filipina que veía mientras estaba embarazada todas las noches sentada en el sillón de la casa. Sip, lo sé. Mi familia es interesante.De todas formas, hacía caso omiso a todos los comentarios que recibía desde el colegio y el instituto. No me importaban lo más mínimo y aprendí a ignorarlos. Poco después, fueron disminuyendo. Pero seguía ahí la espinilla molesta de que creyeran que era un bicho raro. Y mi actitud antisocial tampoco ayudaba a la imagen. Supongo que las personas son prejuiciosas. Aunque en la universidad me propuse hacer amigos, y sí que lo conseguí. Aunque haya perdido contacto con ellos desde lo que pasó...
—Como sea. —habla Matteo sacándome de los pensamientos filosóficos de mi vida—. Voy a mi habitación y... ¿Te veo más tarde? Para avisarte de cualquier noticia que tenga de lo del departamento.
—Oh. Sí, sí. Claro. —murmuro nerviosa.
Nerviosa. Genial. Bravo Émery, te has ganado el puesto a la más ridícula. ¿Quién se pone nerviosa cuando le hacen un cumplido de su nombre?
Pues yo.
Ah. Sí. Lo había olvidado. Eres una especie nueva en peligro de extinción.
Gracias por recordármelo querida conciencia. Tú siempre tan atenta.
De nada.
Me meto rápidamente en mi nueva habitación. Al entrar, y observar las aburridas sábanas blancas que trae la cama matrimonial, —ni idea de por qué lo es, porque con una personal era suficiente— decido cambiarlas por las mías; unas divertidas de color rosa claro con lunares blancos. Bien. Más de mi estilo. Luego, empiezo a desempacar la ropa de la maleta y acomodarla estratégicamente y por orden en el armario de madera. También me propongo cambiarme de ropa, pero decido que lo haré más tarde. Así que sólo me limito a quitarme las zapatillas y tumbarme en la cama debajo de las sábanas y mantas. Después de unos minutos de relajarme, cierro mis ojos y sin darme cuenta, me quedé dormida.
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Un Error que volvería a cometer
Novela Juvenil¿Qué pasaría si de la nada tuvieras que compartir tu nuevo departamento con alguien por un error de una empresa inmobiliaria? ¿Te lo has preguntado? ¿Y si ese "alguien" es un chico? ¿Qué harías? ¿Y si está guapísimo? ¿Y si está buenísimo? ¿Y si tien...