𝟐𝟎| Gracias, Grindelwald

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˚࿔ʚ Gracias, Grindelwald ɞ˚࿔⋆

Meredith llegó a su dormitorio muy triste. Habían perdido en total doscientos puntos, y Gryffindor jamás se recuperaría. Se sentó en su cama y abrazó sus piernas, llorando en silencio, sintiendo el peso de la culpa y la desesperanza. No podía dejar de pensar en la decepción en los ojos de la profesora McGonagall, y peor aún, en la reacción de su padre si se enteraba.

Al día siguiente, los estudiantes que pasaban por el gigantesco reloj de arena que informaba de la puntuación de la casa pensaron que era un error. ¿Cómo podía ser que Gryffindor hubiera perdido doscientos puntos de la noche a la mañana? Pero pronto, la verdad salió a la luz, y no pasó mucho tiempo antes de que todo el colegio lo supiera.

Los Gryffindor, junto con Hufflepuff y Ravenclaw, se volcaron en contra de Harry. Cada vez que lo veían en los pasillos, le lanzaban miradas furiosas y le gritaban con desprecio.

—¡Gracias, Potter! —exclamó un estudiante de Ravenclaw—. ¡Nos arruinaste las esperanzas de vencer a Slytherin!

—¡Sí, ahora Slytherin ganará por tu culpa! —gritó uno de Hufflepuff.

Mientras tanto, Meredith, que había intentado mantenerse en silencio, no pudo soportarlo más. Estaba furiosa, y el enojo hervía dentro de ella como una caldera a punto de explotar.

—¡Cállense todos! —gritó Meredith, su voz resonando en el pasillo. Los estudiantes se detuvieron y la miraron con sorpresa. Ella se acercó a Harry y se plantó a su lado, con los puños apretados—. ¡No saben lo que pasó, así que dejen de hablar como si lo supieran todo!

Pero en lugar de calmarse, la multitud se volvió más agresiva. Un chico de Gryffindor, un poco mayor que ellos, la señaló con el dedo.

—¡Es tu culpa, Grindelwald! —gritó, su voz cargada de odio—. ¡Eres igual de egoísta que Gellert Grindelwald!

Esas palabras cayeron como una losa sobre Meredith. Sintió que el aire se le escapaba de los pulmones y que su corazón se rompía en mil pedazos. Era como si le hubieran arrojado una maldición imperdonable.

—¡No vuelvas a decir eso! —exclamó Meredith, avanzando hacia el chico con los ojos llenos de lágrimas, pero también de furia—. ¡No tienes idea de lo que estás diciendo!

Pero el chico no se detuvo.

—¡Oh, sí, claro! —dijo con sarcasmo—. Todos saben que eres su descendiente. ¿Qué esperábamos de ti? ¡Solo te importa a ti misma, igual que a él!

Meredith sintió que la ira la consumía por completo. Sus manos temblaban de rabia, y todo su cuerpo se tensaba como un resorte a punto de romperse.

—¡No soy como él! —gritó, su voz temblando de dolor—. ¡No soy como Gellert Grindelwald!

Pero por dentro, la duda se deslizaba como una sombra. ¿Y si, de alguna manera, era verdad? ¿Y si llevaba esa oscuridad dentro de ella? No podía soportar la idea de parecerse a alguien como él.

Los estudiantes comenzaron a murmurar entre ellos, algunos aún señalándola y lanzándole miradas acusadoras. Meredith retrocedió un paso, respirando con dificultad, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con brotar.

Harry dio un paso hacia adelante, colocando una mano en el hombro de Meredith.

—Déjenla en paz —dijo, su voz firme.

Pero los Slytherin que pasaban por allí, en lugar de calmarse, se unieron al coro de burlas y agradecimientos sarcásticos.

—¡Gracias, Potter!, ¡Gracias, Grindelwald!—dijo uno de ellos, con una sonrisa maliciosa—. Nos lo han puesto muy fácil este año.

Meredith los fulminó con la mirada, su enojo ardiendo con más fuerza que nunca. No podía soportar la injusticia de la situación, la forma en que todos la culpaban sin saber la verdad.

—¡Váyanse al diablo! —gritó finalmente, y salió corriendo del pasillo, con el corazón latiendo desbocado y las lágrimas corriendo por su rostro.

Meredith corrió con todas sus fuerzas, el corazón latiendo desbocado en su pecho. No estaba preparada para recibir ese tipo de odio, menos aún siendo solo una niña de primer año. Las palabras crueles resonaban en su mente, y cada paso que daba parecía llevarla más lejos del dolor, pero también más profundo en su soledad. No quería regresar a la sala común de Gryffindor; la sola idea de enfrentarse a las miradas acusadoras la aterrorizaba.

Corrió sin rumbo fijo, dejando que sus pies la llevaran a cualquier lugar donde pudiera esconderse del mundo. En su camino, chocó con Jeshia, y Cedric, quienes trataban de detenerla, preocupados al verla tan alterada.

—¡Meredith! —exclamó Jeshia, intentando alcanzarla.

—¿Qué te pasa? —preguntó Cedric, claramente preocupado.

Pero Meredith apenas los miró. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su respiración era entrecortada. No podía detenerse, no podía enfrentarse a ellos tampoco. Simplemente sacudió la cabeza y siguió corriendo, sin decir una palabra.

Finalmente, sus piernas la llevaron al lado más oscuro y apartado del bosque prohibido. Encontró un gran árbol, uno que parecía haber estado allí desde siempre, y se dejó caer tras él, escondida del mundo. Allí, en la sombra, se permitió llorar como no lo había hecho nunca antes.

Las lágrimas caían libremente por su rostro mientras se abrazaba a sí misma, temblando. No podía evitar pensar en su padre, en cómo él nunca estaría allí para abrazarla y consolarla. La fría y distante figura de Severus Snape la llenaba de un vacío insoportable. No importaba cuánto lo deseara, sabía que él nunca la sostendría en sus brazos y le diría que todo estaría bien.

«Solo quiero ser normal», pensó con desesperación, tener un apellido normal, ser una niña normal en Hogwarts. Pero sabía que eso era imposible. Su apellido, su linaje, todo lo que era, parecía estar escrito en tinta indeleble en su destino. Y ahora, más que nunca, deseaba poder borrar ese apellido de su historia y comenzar de nuevo. Pero esa no era su realidad, y no había lugar donde pudiera escapar de ella.

Meredith siguió llorando, dejando que el dolor se liberara, sin saber cuánto tiempo había pasado. Pero en el fondo, sabía que eventualmente tendría que levantarse, enfrentar el mundo de nuevo, y encontrar la manera de seguir adelante, aunque no supiera cómo.

Después de unas horas—Meredith no fue a clases—, Meredith se limpió las lágrimas y, con determinación, decidió regresar al castillo. Aunque su cuerpo aún temblaba, trató de no darle importancia a las miradas inquisitivas que sentía sobre ella. Mantuvo la cabeza en alto, o al menos lo intentó, mientras caminaba por los pasillos de Hogwarts.

Al llegar a la entrada de la sala común, la Señora Gorda la observó con una mirada que hizo que Meredith bajara la cabeza, sintiendo una oleada de vergüenza. Sin decir palabra, murmuró la contraseña y entró rápidamente.

Dentro, la atmósfera era pesada. Percy, los gemelos Weasley, Harry, Hermione, Ron, Neville y otros Gryffindors aún enojados estaban esparcidos por la sala común. Todos levantaron la vista al verla entrar, pero fue la presencia de Oliver Wood lo que realmente hizo que su corazón se encogiera. ¿Qué pensaría él de ella? No pudo soportar la idea de enfrentar sus miradas.

Meredith bajó la cabeza y caminó lo más rápido posible, evitando cualquier contacto visual, sin darles la oportunidad de hablarle. Sentía las miradas de todos clavadas en su espalda mientras se dirigía hacia las escaleras.

Subió a su dormitorio, y para su alivio, estaba vacío. Sin pensarlo dos veces, se dejó caer sobre su cama, sintiendo el agotamiento emocional abrumarla. No tenía energía ni deseos de bajar a cenar. Todo lo que quería era desaparecer bajo las mantas y dejar que el mundo siguiera girando sin ella

𝐈 𝐀𝐦 𝐌𝐞𝐫𝐞𝐝𝐢𝐭𝐡 𝐁𝐥𝐚𝐜𝐤 | Harry Potter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora