CAPÍTULO 10

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SIMPLE (52)

Colgó su abrigo en el perchero, insistió en no mirar hacia ningún sitio, no quería que el arrogante príncipe pensara en cosas que no eran, además de que no quería que se sintiera con derecho a investigar su vida privada. El fin de semana se convirtió en el peor de su vida, al menos desde que todo aquello termino. Todavía no podía asimilar el verdadero interés del príncipe 'Akil en ella; no era tan vanidosa como para pensar en que estuviera interesado en su persona, él tenia a su lado a mujeres hermosisimas que eran capaces de hacer cualquier cosa por él y eso le gustaba al atractivo príncipe, al contrario de ella que era una mujer simple, sin la más remota posibilidad de ser sofisticada y complaciente a los deseos de un hombre, ya no.

Sostuvo con fuerza el portafolio de piel y su bolso y caminó tranquila hasta su escritorio, un ruido llamó su atención. Miró la sala de el grupo de secretarias que estaban a su mando, todavía estaba vacía; era demasiado temprano para que alguien más estuviera en la mansión reformada a oficinas. Siguió su camino y a unos pasos de llegar hasta su escritorio la puerta de la oficina de la bestia se abrió.

Anna trastabilló apenas sosteniéndose en la orilla del mueble. El príncipe 'Akil salia de la habitación con mangas de camisa y el cabello alborotado. Su corazón dio un salto mortal, ¡Dios era tan guapo! Jadeo al estar consciente de sus pensamientos, ¡no, no podía pensar en eso! Bajo la mirada y buscó calmarse para actuar de forma normal, tal y como debía ser.

- Anna, buenos días - la saludo indiferente -, ¿Siempre llegas tan temprano?

- Sólo cuando hay mucho trabajo - respondió y se aclaró la garganta -, este día hay un par de reuniones. Tengo que prepararlo todo con tiempo.

'Akil asintió sin evitar pasear sus ojos oscuros por la figura esbelta. Su mente le hizo recordar a su cuerpo enfundado en un revelador camisón corto. Sus senos redondos, plenos; ¡Oh, podía ver las aureolas rosadas en picos duros dispuestos a ser probados!

¡Mierda! Gruñó para sí, ¿Qué demonios le pasaba?, ella no era su tipo. No era una mujer apasionada, segura de su cuerpo, de su sexualidad, libre de inhibiciones. Una mujer que sabia muy bien lo que quería e iba a ello. No, Anna Miller no era mujer para él.

- Por supuesto.

Asintió y continuó su camino hasta la sala del café. Buscó una taza en los muebles y frunció el ceño molesto de no encontrar una sola.

- En el mueble sobre la maquina de café.

La voz de Anna le detuvo en su búsqueda, se giró en el momento en que ella abría la puerta y levantaba un brazo para tomar una taza blanca de porcelana. ¡Maldición! Sus ojos no perdieron detalle de la manera en que la ropa seria de Anna se estiraba por su cuerpo. Las caderas, el arco de sus nalgas...

- Lleve a mi oficina una taza de café - le ordenó y salió del lugar apurado de que no notara lo excitado que estaba.

Caminó con largas zancadas hasta la oficina y la cerró a sus espaldas casi con brusquedad. ¡Maldita sea! ¿Qué demonios estaba pasando con él? Pasó una mano por su cabello, estaba completamente seguro que después de aquella noche ya nada iba a ser lo mismo. Anna Miller había cambiado ante sus ojos, ya no era la recatada secretaria que siempre pasaba desapercibida para él cuando entraba a la oficina a visitar a su mejor amigo; ahora era una mujer muy sensual, que podía despertar en el un deseo que nublaba toda su razón.

Se dirigió hasta la ventana todavía cubierta por las pesadas cortinas oscuras y la abrió incapaz de soportar sentirse encerrado en esa tumba como siempre la había llamado. La luz gris de la mañana iluminó la habitación, posó una mano en su cabello y dejó que sus ojos viajaran por los extensos jardines de la mansión.

DEMONIO DEL DESIERTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora