CAPÍTULO 22

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AMANTES (64)

..¡Eres mía!...¡Completamente mía!..

-¡No! - Cubrió sus orejas con las manos -, ¡No!...

Se dejó caer en el suelo de la ducha mientras el agua caía sobre su cuerpo sensible todavía por una noche de sexo, de simple y puro sexo.

¿Qué había hecho? ¿Por qué se dejó llevar por la fuerza oscura de ese hombre? ¡El era un maldito demonio! ¡Un demonio que la tentó hasta una profunda tortura que no la dejaba en paz!

- ¡No tiene derecho!...

Levantó la cara mirando el chorro de agua que caía sobre ella, entrecerró los ojos y dejó que el agua caliente se deslizara por su delicada piel esperando dejarla limpia hasta borrar todo el rastro de sus besos, de sus caricias que seguían haciendo arder su piel.

Toda la mañana la pasó con su ex jefe arreglando algunos asuntos y se encerró por la tarde en su casa. Cerró las cortinas y las puertas evitando a cualquiera que intentara ponerse en contacto con ella. Cada vez que sonaba el teléfono o el timbre de la puerta se sobresaltaba buscando el rincón más escondido para ocultarse.

Miró la pantalla del televisor sin poner atención en lo que había en ella, se acurrucó en el sillón rodeado sus piernas cubiertas con su manta favorita, su cabezas le daba vueltas ante lo complicado de la situación. Después de lo que le había pasado mientras vivió al lado de Jules y la manera en que termino todo la había hecho darse cuenta de que su vida no iba nunca a volver a ser la misma así que por muchos años evitó acercarse a otro hombre al mismo tiempo que erguía una pared para impedir que se acercaran a ella. Ahora él era el único que logró derribar esa pared y tenia miedo, mucho miedo de que en cualquier momento volviera a ser tan vulnerable como antes y eso le destrozara nuevamente la vida que muchos años le costó volver a construir.

Recargó la barbilla en sus rodillas y observó la luz de las lamparas exteriores que entraba por las ventanas de delgadas cortinas blancas. Ante ella aún tenia grabado con fuego los ojos oscuros mirándola con una fiera pasión, mientras jadeaba y la poseía de una manera que la hizo entregarse a él con total abandono.

El timbre de su móvil sonó, miró el número y frunció el ceño. Contestó la llamada y sus manos temblaron ante la noticia.

Azotó el auricular sobre el aparato. Paso una mano por su rostro sintiéndose de pronto cansado y muy frustrado.

La noche anterior fue como llegar la paraíso de Alá y disfrutar de los placeres que tenia para él, sin embargo ahora estaba en el limbo sin saber como volver a verla para sentir de sus caricias que aun estremecían su cuerpo, de esa mujer de la que quería ser el único dueño y continuar perdido en esa manera de hacer el amor que lo tenia loco, completamente loco.

Quizá por eso estaba así, perdido en los recuerdos que no le abandonaban a pesar del poder de concentración que estaba orgulloso de poseer. Estaba seguro que las mujeres sabían muy bien como hacer que un hombre enloqueciera  de esa manera.

Las palabras que alguna vez le dijo a su amigo chocaron en su cabeza haciendo eco en ella:

"- ...Las mujeres obligadas pueden ser peligrosas y ella además es muy bella. No quiero que caigas en tu propia trampa, es fácil caer por el perfume de una dama después de hacer el amor."

¿Él había caído en su trampa? ¿Una trampa que él mismo había construido? Lanzó un suspiro y se recargó en el sillón tieso de piel dura sujeta con tachuelas doradas que con el paso del tiempo habían perdido su antiguo brillo. Le dio una fumada a su cigarro y contempló el humo gris que recorrió la habitación en penumbras apenas iluminada por una lampara al otro extremo de la habitación.

DEMONIO DEL DESIERTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora