Papá quiere que vaya a donde la vida me lleve, quiere que vuelva a Shungit, que escriba mi historia sin colgarme de otras. Y tiene tanta razón que me siento entre la espada y la pared respecto a todo lo que deseo y lo que quiero quitarme de encima.
Giro la llave y empujo la puerta del departamento junto a una nueva sensación encima. Haberme rencontrado con Karl, sus palabras; su regalo, el cual me llama desde los rincones de mi bolso dentro del sobre dorado.
Me quito el abrigo y lo cuelgo en un perchero alto mientras percibo en el ambiente un aroma fresco a cítricos mezclado con un dulzor típico de los frutos rojos.
Mamá y sus velas aromáticas.
Las distribuye por toda la casa y, cuando se acaban, trae otras diez del supermercado. Es un ciclo vicioso. Lo hace por una costumbre ilógica que siempre tuvo la abuela Mar con las velas de colores. Siempre que enciende todas las de la sala, significa que está en medio de una de sus meditaciones guiadas interrumpibles.
Oliver corre hacia mí cuando me asomo por la puerta de la sala, así que lo saludo con unas caricias en la cabeza sin quitarle los ojos de encima a Charlie.
Está sentada en una alfombra blanca en el suelo, cerca de los ventanales, con los ojos cerrados y los auriculares puestos. Noto como su pecho se hincha de oxígeno y deshincha al exhalar. Son respiraciones perfectas, en segundos exactos.
Abre los ojos antes de que pueda marcharme a mi habitación y se quita los auriculares para exclamar:
—¡Bridget! ¿Dónde estabas? Ya anocheció afuera.
—En un café. —Suprimo la parte de: «papá está aquí, en Toronto, y me empuja a abandonar el departamento esta madrugada».
—Oh, bien. Imagino que no tendrás hambre. —Me encojo de hombros. El café no fue lo que me sacó el apetito—. Mejor, porque me comí la porción de pastel que habías dejado en el refrigerador.
Ese tono despreocupado, esa actitud egoísta.
¿Lo dice en serio?
—Esa era mi porción de pastel; lo preparé yo —murmuro con la mandíbula tensa, y me cruzo de brazos—. No lo había probado aún.
—¿No era para mí? Lo hiciste con crema, mi favorito. Creí entender que había sido un regalo.
—No, no lo hice para ti —la contradigo—. Era para ambas. No porque tuviese crema sería exclusivamente de tu propiedad. Además, si lo fuera, si lo hubiese hecho para ti, ¿no se te ocurriría compartirlo conmigo?
Suelta una risita, se da la oportunidad de que le cause gracia. A ella no le perjudica en lo más mínimo.
—Lo siento, me distraje. Puedes hacer otro, prometo no comérmelo. —No cambio mi cara de póker, la sigo fulminando con la mirada, y entorna los ojos al no percibir cambios en mi rostro—. Es solo un pastel, hija. No te vas a enojar por eso... conmigo, ¿o sí?
Puede que no por eso, pero sí por las acciones que ha adoptado, por lo que hace y no hace, por lo que le digo y no al respecto. Una porción de pastel, tan insignificante, puede ser el fuego que encienda el caos.
Hace un gesto para restarle importancia y se coloca de nuevo los auriculares, entonces me doy media vuelta y me encamino por el pasillo oscuro. Sin embargo, me detengo a la mitad.
«No te vas a enojar por eso... conmigo, ¿o sí?», se atrevió a decir, como si de una indirecta a un toro enloquecido por un torero se tratara. «¿Vas a enfrentarme otra vez?», más bien quiso soltar, y no se animó o no tuvo el valor de verme hecha una furia de nuevo. Tambalea entre exclamarme las cosas de frente y pronunciarlas con cuidado, entre líneas. Juega conmigo.
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EFÍMERO PRAGMA
FantasyPosterior a abandonar un alma capaz de hacerla brillar, la calidez de sonrisas que acompañan y un pueblo oscuro y sigiloso que se convirtió en el significado de la palabra "hogar", Bridget Wilson transcurre sus días sumergida en recuerdos, nostalgia...