𝐒𝐔𝐒 𝐍𝐎𝐌𝐁𝐑𝐄𝐒 𝐁𝐀𝐉𝐎 𝐓𝐈𝐄𝐑𝐑𝐀

159 27 0
                                    

Por más que creciera, yo la veía con ojos de niña pequeña admiradora. Tan fascinada e hipnotizada. Su imagen significaba calma, sol de verano y brisa tropical aunque siempre la haya visitado en medio de montañas nevadas y cabañas de pino. Un dulce sueño de vacaciones. Desde que tengo memoria visitar a los abuelos en Nelson se trataba de la mejor época del año. Té o café cerca de la chimenea, historias endulzadoras de oído del abuelo, cenas y almuerzos familiares.

Esa emoción dejó de respirar, en primer lugar cuando el abuelo Nick se fue, y ahora sin Marjorie en nuestras vidas. Una parte de mí se despedazó junto a ellos, irá a metros bajo tierra con ellos y permanecerá acompañando los recuerdos que ronden mi mente acerca de ellos. Las estrellas no son eternas, ellas se apagan.

Aprieto el ramo de rosas rojas contra mi pecho e inhalo una buena cantidad de aire. Echo la cabeza hacia atrás y aprecio el cielo nublado y grisáceo encima de mí, entre las ramas eléctricas de los árboles desnudos.

El cementerio no estaba en mi lista de lugares que visitar en el regreso a Shungit, pero aquí, a solas conmigo misma y a punto de despedir a Marjorie, no puedo pensar en otra cosa que en el dolor que siento en el pecho. Quisiera liberarlo, soltarlo. Y no soy capaz. Desde que lloré y me desmoroné entre los brazos de Pierre, no he podido volver a derramar lágrimas.

Algo se cerró y está dispuesto a no abrirse. Simplemente no soy capaz de soltar lo que siento; es un cofre de metal tan resistente que el ardor de una perdida no puede fundir, solo está.

Unos pasos resuenan sobre la hierba a mi espalda. Me volteo, confiada de encontrarme a Pierre, queriendo encontrármelo a él antes de enfrentarme a la despedida definitiva, pero en su lugar una flecha me desestabiliza.

Mamá.

Lleva un vestido apagado, de ese color negro que tiñe todo lo que tiene potencial para resplandecer, y un abrigo largo que le roza los zapatos y se funde entre tonos oscuros. Su cara enrojecida y los ojos húmedos me cuentan más de lo que puedo preguntar, me dejan un hueco terrible en la garganta.

Nos observamos una a la otra en medio de un silencio lleno de culpas, suplicas, discusiones y malentendidos. Tampoco estaba en mis planes cercanos volver a ver a mamá. Había superado ese rechazo que me generaba pensar en su imagen, esa incomodidad mezclada con amor y anhelo de que su comportamiento vuelva a ser el de la madre que me propuso un viaje de verano. Me obligué a desligarme de ella para mantenerme, de alguna forma, a salvo a mí misma.

Sin embargo, me tiemblan las manos al presenciar la decadencia que ha tenido. Se ha cortado el pelo, muy corto, y su esencia ni siquiera está palpada en su rostro pálido. Perdió a su padre, a su madre, rompió un amor que prometió que sería eterno y su hija se alejó de ella en consecuencia al veneno que desparramaba cada uno de sus fracasos.

Mamá no está bien. Tal vez no lo estará por un buen tiempo.

Dejo el ramo de rosas sobre un banco al costado del estrecho camino y avanzo con las piernas adormecidas hacia ella. Avanzo hasta que la tengo enfrente, hasta que puedo oler su perfume, estudiar el delineador corrido en sus ojos y sentir la necesidad que desprende. Sus ojos tristes traspasan los míos.

Me abraza, y el mundo se me cae abajo.

«El corazón es absurdo. Ama sin importar el puñal que le claven».

Estrujo mis brazos a su alrededor mientras ella llora con la cabeza apoyada en mi hombro. Consolar a quien llegué a detestar es como premiar al tiburón que me dejó un mordisco en la piel. Pero mamá... Me necesita tanto como yo la necesito ahora mismo.

Apenas la abuela se fue, no pude contenerme a llamar a Charlie. Suspiré aterrada y marqué su número. No quería escuchar su reacción, su llanto o sus gritos; temía que la desesperación atrajera un incidente aún peor. De hecho, estuve demasiado nerviosa, buscando cosas que hacer en donde no las había, mientras esperaba la confirmación de mamá de haber llegado.

EFÍMERO PRAGMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora