𝐃𝐔𝐋𝐂𝐄 𝐈𝐍𝐎𝐂𝐄𝐍𝐓𝐄

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La tortura se agrava cuando te pasas horas colgando con tus extremidades atadas a cadenas o sogas, salpicada y ensuciada de tu propia sangre, helada, sin escapatoria y más dolorida de lo que jamás estuviste. La verdadera tortura comenzó al ver salir a Sterling del cobertizo por última vez hace una cantidad de horas indescifrables. Ya anocheció y el frío se apoderó del lugar al entrar por los huecos rotos del techo.

Posterior a los primeros cortes, regresó para regalarme un par de golpes más que causaron algunas pequeñas heridas. El extremo de mi labio inferior está demasiado hinchado, no aguantaría otro asecho, y ahora también tengo una ceja rota y el pómulo rasgado.

No tengo mi Ónix, lo que significa que mis heridas pueden tardar demasiado en curarse hasta que sea tarde y afecten mi sistema en grandes niveles. Las más preocupantes son las de las clavículas. Son dos líneas rectas que comienzan en cada hombro y casi se unen a la mitad del inicio de mi pecho. Han sangrado un largo rato.

Además, mi temperatura descontrolada me susurra a cada instante que necesito mi collar para salvarme. No deja de decirme que no saldré de este cobertizo viva, que Pierre me verá morir aquí atada, que Sterling volverá en cualquier momento a agravar la tortura de todas las formas posibles o a estrujar el Ónix hasta hacerlo trizas.

Estoy temblando mientras mantengo la mirada fija en el suelo oscuro. Pierre me habla desde hace una hora casi sin parar; no quiere que vuelva a desmayarme.

—He pensado muchas veces en cómo sería salir de Shungit y viajar a algún sitio —me cuenta. Yo sé que está cansado, pero lo disimula lo mejor que puede—. Me encantaría conocer alguna playa, como las de Hawái o Australia. He escuchado historias, pero se vuelve complicado imaginarlo. ¿Tú has ido?

Me esfuerzo en inhalar despacio, aunque no contesto.

—¿Conociste algunas playas? Tal vez cuando eras más pequeña.

Permanezco en un áspero silencio. No tengo demasiada energía, me falta agua y alimento. A Pierre le trajeron una botella y unas frutas que Colin le lanzó a la celda con poca gana antes de retirarse como si yo fuese un lienzo pintado colgado de la pared.

Así que tengo la boca seca, muero por un poco de agua.

—Nena —me llama Pierre en tono suplicante y se arrima a los barrotes—. Respóndeme, por favor.

—Estoy despierta —digo. Trago la poca saliva que se genera en mi lengua con fuerza y giro mi cabeza para localizar a Pierre a pesar de lo muy oscuro que está—. Y sí he viajado con mis padres a las playas de Miami cuando tenía siete. Karl prometió llevarme al Caribe cuando tenga la oportunidad mientras él continúa con su trabajo, yo prometo llevarte conmigo si eso quieres.

—¿Me llevarías contigo?

Afirmo con un movimiento apenas perceptible.

—Meteremos a los dragones en un almacén y te sacaré del pueblo, Pierre. Prometo que saldrás de lo que tus padres llamaron cárcel. Pero primero tengo que sacarnos de aquí.

—Intento que dejes de pensar que estamos aquí —murmura, observándome fijamente por los huecos que quedan entre los barrotes.

—Lo sé, es que no podemos suprimir lo que nos toca atravesar. No podemos simular que no está la oportunidad de que me maten en cualquier momento, ni aunque nos duela.

—Puede doler un poco menos.

Enfoco mis ojos cristalizados en los suyos. Pasó horas acechando contra la misma celda con el fin de que ceda a su peso y algún metal se tuerza, falló pero pasó largo rato hablándome para distraerme. Sin embargo, me duele cada centímetro del cuerpo, y evitar pensar que estoy encadenada como juguete de tortura me resulta imposible.

EFÍMERO PRAGMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora