𝐐𝐔𝐈𝐄𝐁𝐑𝐀𝐋𝐎

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Voy supervisando casa tras casa por la ventanilla del auto, esperando encontrar a Sterling despedazando alguna o incendiándola entera. Sin embargo, el pueblo está sumergido en un silencio incomprensible. Casi no hay señal de habitantes en las calles. Puedo jurar que las viviendas se ven vacías y abandonadas con las luces apagadas o cortinas cerradas.

Tomo la pistola que está apoyada enfrente de mí y la examino; necesito concentrarme en algo. Está fría, es algo pesada y se siente incompatible con mis manos, cosa que no me sucedió con las dagas en los comienzos.

Apunto a Pierre en forma de broma para bajar los decibeles de nerviosismo que hay en el ambiente. Jamás podría hacer eso fuera de Shungit como un juego, creerían que soy una psicópata.

Él me mira de reojo.

—Está cargada —me advierte.

Abro los ojos de par en par y vuelvo el arma a su lugar casi lanzándola desde lejos.

—¿Que está...?

Me interrumpe su carcajada desparramada.

—No es cierto, no está cargada. Ryan siempre lleva pistolas. Le va muy bien con eso, sabe usarlas hasta con los ojos cerrados.

—¿Por qué ustedes no las usan? —indago y vuelvo a chequear calle tras calle—. Solo dagas, cuchillos. Nada demasiado elaborado.

—Las balas hacen menor efecto en los dragones, el mecanismo las expulsa muy rápido del cuerpo, como si fuese una raspadura dolorosa. Da la oportunidad de recuperarte en segundos, y dragones como Colin lo soportan muchísimo más. Las dagas son una ventaja.

—Tal vez por eso me sienta más cómodas con ellas.

—En este lugar, cualquier arma se convierte en una zona de confort.

—Tengo favoritismo. —Sonrío y me paralizo de golpe.

Ay, no.

Una punzada de dolor que bien conozco se adueña de mi cabeza, de mi mente, y la apretuja de un segundo a otro. Cierro los ojos con fuerza y me dejo caer en el respaldo del asiento entre gruñidos.

—¿Brid? —Ni siquiera puedo pensar sin ver una nube borrosa, no puedo contestar. Con mucho esfuerzo abro apenas los ojos—. Ey, ¿qué suce...?

Pierre gira el volante, detiene el auto a un costado y se inclina hacia mí.

Los alaridos retumban a lo lejos, van y vienen. No soy capaz de entender si tienen algo para decir, pero sé que piden una oportunidad, despreciándolo todo. Apoyo mis codos en mis piernas y reposo mi cabeza en mis manos mientras aprieto los dientes para no gritar.

Es... devastador.

Me golpea una y otra vez contra el mismo tormento.

—Nena, shhh —murmura Pierre e intenta correr el pelo de mi cara. Detecta el brillo grisáceo de mis ojos en medio de la oscuridad del vehículo parpadeando sin cesar—. Tranquila, mírame. Mírame, vamos.

Levanto la cabeza con lágrimas desbordándome los ojos. Toma mi cara entre sus manos y me indica que respire profundo; sin embargo, me duele el pecho como si un cuchillo se enterrara ahí, como si lo estuvieran devorando de a poco.

Subo mis manos temblorosas hasta sus muñecas, las aprieto, hasta que los ecos que escucho comienzan a ser imperceptibles. Se escabullen y desaparecen, al igual que el dolor intenso y la barrera que me inhabilita la mente. Simplemente se escapan y me devuelven la paz.

Inhalo una buena cantidad de aire y la expulso.

—Ya acabó —susurra Pierre, acariciándome—. Respira, nena. Ya acabó... Eso, muy bien.

EFÍMERO PRAGMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora