𝐋𝐀 𝐂𝐄𝐑𝐄𝐙𝐀 𝐃𝐄𝐋 𝐏𝐎𝐒𝐓𝐑𝐄

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El ambiente es cálido, las sabanas frías y mi mente un barco en un río sin viento. Pestañeo varias veces al abrir los ojos para acostumbrarme a la luz blancuzca que entra por cada una de las ventanas a mi izquierda, e inhalo profundo.

Me quedo mirando el techo unos segundos largos, enredada entre las mantas, antes de girarme hacia la derecha y encontrarme el lugar de Pierre vacío. No está en la cama conmigo. Más bien, al reincorporarme, me llevo una sorpresa.

Un desayuno.

Me ha hecho el desayuno, el cual yace encima de una bandeja de madera rectangular algo alejado de mí.

Sonrío como una tonta y me inclino para enterarme del contenido. Hay una taza blanca inmensa con café, galletas con chispas de chocolate, una dona (mi favorita) y un jugo de naranja. Además, un florero pequeño sostiene unas florecitas blancas a un costado.

Siento el aire fresco chocar contra mi pecho y miro a mi alrededor. No encuentro ni tengo idea dónde están mi blusa y mi pantalón, quizá por ahí en el suelo o dentro del desastre de la habitación, así que lo paso a segundo plano para disgustar el desayuno primero.

Me decido por las galletas antes del resto, parecen recién hechas. Tomo una y la estudio de cerca, la huelo. Sí, están recién hechas.

Le doy un mordisco.

—Dios mío —murmuro con la boca llena. Está deliciosa. Las chispas de chocolate amargo contrastan a la perfección con la vainilla y la textura crocante que se derrite en mi lengua.

Cierro los ojos para disfrutar de mi viaje de sabores sin perderme ni una pizca de preparación, cuando escucho la puerta rechinar y a alguien entrar.

—Te pasaste —digo, y abro los ojos. Pierre camina hacia mí sonriente.

—Buenos días, preciosa.

Lleva puesta una de esas camisetas de deporte negras ajustadas al cuerpo que me hacen maldecir en todos los idiomas posibles y un jogger gris. Casual para tratarse de Pierre, el chico adicto a las camisas monocromáticas.

—¿Te gustaron? —pregunta al sentarse en el borde de la cama, enfrente de mí—. Las preparé yo. —Señala las galletas sobre el plato en la bandeja.

Pongo los ojos en blanco y tomo una segunda para llevármela a la boca.

—No mientas.

—Recuerdo estar advertido de no subestimarte, lo mismo va para ti. —Me roba la galleta de la mano y le da un mordisco tan inmenso como le permite su bocota—. De verdad, las preparé yo con ayuda de Melanie. ¿La conoces? La nueva chef privada de la Estancia Drákon. Está un poco chiflada.

—¿Las hiciste tú... para mí?

—¡Que sí! —exclama y suelta una carcajada—. ¿Acaso no puedo cocinarle galletas riquísimas a mi chica?

Mi chica.

El estómago me da un vuelco de mariposas revoltosas.

—Sí que puedes, y no me quejo si lo haces más seguido.

—Lo haré, entonces.

Me inclino en su dirección y le planto un beso en la mejilla en forma de agradecimiento. No todos los días recibes un desayuno hecho por Pierre Crawford posterior a una de las mejores noches de tu vida. Si de buenas bienvenidas hablo, Shungit va al trono. Sin contar los asesinos siniestros de ahí afuera, los cuales estoy ignorando como una niña pequeña ignoraría realidades adultas para centrarse en fantasías.

Pierre no deja que me aleje, me toma de la nuca y me besa. Incluso llaman a la puerta y él no se molesta en apartarse. Lo hace cuando los golpes comienzas a intensificarse en aumento y no me queda de otra que empujarlo desde el pecho.

EFÍMERO PRAGMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora